Ha muerto Gabo. Y nada ha cambiado. En apariencia.
El café tiene el sabor de siempre, y el sol amenaza con salir por donde suele, rompiendo directamente contra mi ventana. No me quejo. Ni siquiera las procesiones, con sus ecos de Calanda y escenas de dolor, que me cortaron el paso durante una década de vida en el casco histórico de Castra Caecilia, obligándome a asistir a su desfile narrativo, con fastidio al principio, antes de que una emoción creciera invariable sobre la prisa y la razón, y me dejara roto en algún sitio más íntimo a mí mismo de lo que yo lo soy; ni siquiera la procesión de la Madrugada, digo, singulariza hoy esta luz vacilante y pronto cegadora, o confiere nuevas inflexiones al trino de los jilgueros, altera la quietud de las copas de árboles que no sé nombrar y por tanto no existen para ustedes. No existen para nadie. Y entonces recuerdo un momento de la historia de Macondo.
El café tiene el sabor de siempre, y el sol amenaza con salir por donde suele, rompiendo directamente contra mi ventana. No me quejo. Ni siquiera las procesiones, con sus ecos de Calanda y escenas de dolor, que me cortaron el paso durante una década de vida en el casco histórico de Castra Caecilia, obligándome a asistir a su desfile narrativo, con fastidio al principio, antes de que una emoción creciera invariable sobre la prisa y la razón, y me dejara roto en algún sitio más íntimo a mí mismo de lo que yo lo soy; ni siquiera la procesión de la Madrugada, digo, singulariza hoy esta luz vacilante y pronto cegadora, o confiere nuevas inflexiones al trino de los jilgueros, altera la quietud de las copas de árboles que no sé nombrar y por tanto no existen para ustedes. No existen para nadie. Y entonces recuerdo un momento de la historia de Macondo.
Sus habitantes son tomados por la bendita enfermedad del
olvido. Las evasiones de la memoria a las que Aureliano puso remedio marcando
cada objeto con un hisopo entintado: mesa, silla, reloj...Sin embargo, había un
problema mayor al olvido del nombre del objeto, el de su utilidad, de la que
había que dar cuenta de forma prolija. De modo que mientras la enfermedad duró,
los vecinos de Macondo atraparon la realidad huidiza con oficio de palabras.
Pero las palabras son traicioneras y muchos acaban sucumbiendo a las
seducciones de una realidad imaginaria, "inventada por ellos mismos, que
les resulta menos práctica pero más reconfortante."
¿No les parece uno de los pasajes más hermosos de la historia
de la literatura? En la entrada, un anuncio rezaba: "Macondo" . Y otro
más grande en la calle principal, con la leyenda : "Dios existe."
Para todos los que
sucumbimos a la seducción de una realidad imaginaria urdida con palabras, hoy,
Viernes Santo, algo ha cambiado para siempre en la cualidad del aire, en el
vuelo múltiple de los insectos al otro lado del cristal, sobre mi viejo póster
de Johnny Guitar ("Dime una
mentira"), en la expresión con
la que me mira Doinel mostrándome las fotos de sus amantes, en la interpretación
que hizo Gould de Bach en 1981, hasta mi Don Quijote de bronce parece haber
cambiado el libro de mano.
En mi realidad circundante, inmediata, más allá del atril que
sostiene Cien años de soledad, más
acá del teclado que teje grafías sobre este documento, hay algo que nunca
volverá a ser lo mismo.
Gabo y yo.
Circulaban -no corrían aún- los noventa. Marito, la profesora
de lengua, nos mandó leer (porque a leer se mandaba) aquel curso, Leyendas de Bécquer (dios la bendiga), Viejas historias de Castilla la Vieja de
Delibes (dios la confunda) y Relato de un
naufrago. Así nos asomamos al colombiano. No olvidaré la turba de emociones
que me retorcieron el ánimo durante el capítulo del naufragio, como uno no
olvida la primera paja, la primera vez que escuchó Gimme Shelter o la primera visión (sí, fue una visión) de Centauros del desierto. Como uno no
olvida ninguno de aquellos momentos que fatalmente comprometen nuestro porvenir.
"Escuché el
reloj durante un minuto, aproximadamente. Ramón Herrera no se movía. Calculé
que debía faltar un cuarto para las doce. Dos horas para llegar a Cartagena. El
buque pareció suspendido en el aire un segundo. Saqué la mano para mirar la
hora, pero en ese instante no vi el brazo, ni la mano, ni le reloj. No vi la
ola."
Ni un sólo "desvío" de la norma. Fraseo corto,
lenguaje denotativo, referencial, sin metáforas. Pero qué efecto incomparable
el de esa enumeración sobria, qué ritmo tan vertiginoso le imprime la
estructura polisindética a la zozobra del barco, sólo referida por sus efectos, de un modo oblicuo,
desde la percepción vívida del narrador.
Imposible no caer rendido ante las artes del colombiano. Junto
a Borges y Onetti, el gran genio narrativo de nuestras letras. El primer
capítulo del Coronel no tiene quien le
escriba, lo debo haber leído al menos veinte veces. Su estructura,
equilibrada y somera, anticipa temas y líneas narrativas. Lo que tenemos que conocer del
Coronel y su mujer, la relación que tienen, el carácter de ambos, la pérdida,
la vejez, la pobreza, el gallo de pelea, la espera de su pensión, todo el tejido
del relato, se encuentra presente en apenas ocho páginas gloriosas, llenas de
piedad y sabiduría literaria.
Al margen siempre de la polémica entre clásicos y barrocos,
decidió militar en todos los estilos. Desde el laconismo de una crónica
periodística al barroco rabelesiano
de El otoño del patriarca, para
referir los excesos y la corrupción que entraña el poder omnímodo. Su prosa mantuvo
un perfecto equilibrio entre la orfebrería modernista de Rivera y Lezama, o las
tentaciones del diecisiete que maceró la prosa sublime de Carpentier, con Rulfo
y la, mal llamada, oralidad del último Borges. Una prosa prístina, opaca de tan
transparente.
A Gabo, Borges no le gustaba, demasiado cerebral, demasiado
frío. Gabo no dejaba pasar un día sin leer a Borges. Nadie adjetiva igual,
decía.
Las infinitas modulaciones de su prosa, encabalgada siempre
sobre una sintaxis fluida, volátil, ligera como pocas, transitaba del frenesí
narrativo al arrebato lírico sin menoscabo del ritmo de la narración; sin
demoras en descripciones prolijas. Si Borges es el maestro de la hipálage, Gabo
lo es de la sinestesia:
"De tanto
ser usado, y amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación empezaba a
convertirse en lodo."
Hay enumeraciones que son para declararle amor eterno:
"Remedios en
el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración
de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas. Remedios en el
vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para
siempre."
La muerte del Coronel Aureliano Buendía es, simplemente,
parte de la literatura universal:
"Entonces
fue al castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba, trató de seguir
pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre
los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el
tronco del castaño."
Ayer Gabo, no encontró el recuerdo. A todos nos llegará el
momento y también nos faltará un recuerdo. Y nos asistirá el olvido.
Un abrazo amigo. Dios te bendiga.
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