sábado, 9 de julio de 2011

JOHN RAMBO: "Vivir por nada o morir por algo".



 “Para sobrevivir a la guerra hay que convertirse en guerrero”, respondía Rambo (Sylvester Stallone) con su habitual estilo lapidario a su bella compañera oriental en Rambo (Acorralado II) (First Blood II, 1985) cuando apenas se atrevía a mirar de soslayo la verdad incómoda que bombardeaba las galerías de su alma: no fue el adiestramiento del Coronel Truman, ni la dureza del combate, ni la fiereza del enemigo; los mimbres que habían urdido su condición eran de otra naturaleza. 
A diferencia del soldado, para el que la guerra es algo adventicio, circunstancial y transitorio, el guerrero lleva la guerra en la sangre. Desea el fin de la guerra, pero cuando éste llega, no encuentra la paz, interioriza fatalmente el conflicto y por más que busque la serenidad lejos del alcance de sus guerras y sus cadáveres, un fragor íntimo desvela en la noche sin orillas al obstinado centinela de una memoria francotiradora que no perdona.
“No mataste por tu país, mataste por ti. Dios no permitirá que lo olvides.” Oye decir su conciencia esquizoide ante el dilema de volver a coger la espada en la última entrega de la serie, John Rambo (ídem, 2008) Rambo firma un armisticio con su naturaleza cuando admite esta verdad tremenda: es un asesino nato: “Cuando te empujan matar no es un problema.” Afirma con la boca llena de cenizas. Pero no puede odiarse al lobo por ser lobo.
El discurso que elabora Sylvester Stallone en su faceta de guionista puede fácilmente ser tachado de fascista, reaccionario y, como se dijo en el momento del estreno de Rambo, ser un vehículo al servicio de los valores de la era Reagan (por más que el film denuncie a su manera, una política gubernamental empecinada en negar la existencia de prisioneros de guerra en Vietnam, nunca repatriados debido al impago de indemnizaciones en concepto de daños de guerra que el país asiático reclamaba) y sin embargo, soslayando los inevitables prejuicios que configuran nuestra condición de hermeneutas situados en un momento determinado de la historia (en el sentido que les concedía Gadamer, pues ningún conocimiento se obtiene partiendo de una tabula rasa), ofrece un atractivo irresistible precisamente por su tosca articulación, lo elemental de un contenido que acierta a clavarse en la médula del arquetipo colectivo.
La obra fundacional de la literatura occidental La Ilíada, tiene como secundario de lujo a otro asesino nato (la primera gran creación literaria europea) que busca la inmortalidad al costo de vidas ajenas y cuyos crímenes le ameritan el honor de ser cantados por los poetas. Ridículo se antoja juzgar a Aquiles a la luz de los prejuicios morales del siglo XXI, transido por el racimo de cadáveres madurados a la sombra de la épica, cantares de gesta y demás éxtasis wagnerianos.
El ejercicio de la responsabilidad ética y cívica nos aconseja la censura. Quizá, la transigencia con los designios secretos del Ello es lo que nos provoca un regocijo impagable al releer las salvajadas de Egil Skallagrisomm o las machadas erizadas de testosterona de Frank Miller. Acaso nunca hemos dejado de ser el homínido que destroza con una eyaculación de sangre la osamenta craneal de un tapir o la cabeza retorcida de sesos del rival de turno, y a cada nueva visión de las guerras de Stallone (justas o injustas), sacamos el cilicio por haber gozado tanto a pesar de nuestras convicciones, flagelamos nuestra intelectualidad adventicia por disfrutar con el festín de balas y carne asiática torturada y rogamos a Dios que perdone nuestra afición al tableteo de las ametralladoras mientras nos limpiamos con disimulo la babilla que delata una delectación vergonzante que solo osamos confesar cuando la flecha del rubicundo vodka ha cerrado felizmente el centenar de ojos centinelas del Super-Yo.

4 comentarios:

  1. Por fin una entrada sobre Rambo.
    Se echan de menos conversaciones y conclusiones sobre buen cine.
    Espero que vaya bien, un abrazo.

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    1. Agradecido a tu comentario, estimado lector. En el cine popular hay valores que a menudo pasan inadvertidos.

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  2. Bajos los acorde de First Bood, escribo: macizo comentario, y notables evocaciones la Ilíada y de 2001 de Kubrick, hacia el final. Notable lectura.

    Me escribo como guerrero vital, en la senda anti alienacionaria (trabajo 48 hrs). Saludos.

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  3. Excelente entrada. Dejaré acá mi opinión sobre el tema, aunque dejando mucho de lado.

    La filosofía de Rambo, tristemente, es opacada por los ideales de consumo contemporáneos, razón por la cual pasan desapercibidas las verdaderas “enseñanzas” de su vida. Si se observa con detenimiento, tenemos, por un lado, el culto al héroe gringo, ese escenario lleno de sangre en que las formas sobrepasan al contenido y en el que Rambo es claramente un producto. Pero también tenemos, por otro lado, la vida del "patriota" que prefirió vivir lejos de América: el Rambo que nadie quiere (o puede) ver.

    Ese otro Rambo ha sido llamado fascista (un militar que rechaza de plano el modo de vida contemporáneo falto de valores y meramente utilitario), pero el proselitismo en él no existe. Al parecer, a la gente se lo olvida el peso del concepto Estado-Nación, en que todo valor se afinca sobre unos ideales conservadores colectivos; al parecer, a la gente se le olvida que Rambo es un renegado que ya al final de su segunda película no está dispuesto a luchar por un mundo conservador (rechaza las fuerzas militares) y prefiere irse solo a hacer su camino. ¿Qué tenemos entonces? En mi opinión, un individualismo no consumista; un sujeto, en estricto sentido, nihilista, sólo que no ese que no hace nada, sino aquel que surgió gracias a las críticas nietzscheanas, ese mismo que fue trabajado por Camus y Cioran.

    El inconformismo con la burocracia militar no es en realidad un motivo para vivir (como dicen muchos por ahí), es la muerte en vida que lo lleva a divorciarse de la sociedad. En ese momento Rambo se vuelve un 'maldito yo' (cuando está en la montaña acorralado y hablando por radio decide no aceptar la ayuda del Coronel; ya era demasiado tarde para hablar de un “nosotros”). De esa manera, se autoexilia a una vida donde sólo vale él y empieza a formar a partir de sí juicios trascendentes. Y digo trascendentes en el sentido de que superan sus propias cualidades: cada que Rambo abre la boca, lo hace para enunciar verdades universales, verdades que van por encima de todo ideal político concreto, que chocan con USA, el fascismo, el comunismo… con todo.

    “La mente es el mejor arma”, dice John, a lo que Murdock responde: “los tiempos cambian”, pero nuestro soldado remata brillantemente diciendo: “para algunos tal vez”. Aquí ya no se trata de conservar un status quo, no se está diciendo que la historia se repite; lo que dice John es que la historia siempre ha sido irreparable, que por mucho que se quieran hacer las cosas, los problemas de la humanidad siempre van a ser los mismos. ¿Conservador? No lo creo. Para ello es necesaria la idea de un mundo mejor, del paraíso, pero Rambo nos dice sin tapujos que el progreso no existe (muy Benjaminiano). Tal vez ese el motivo por el que va a la guerra, porque si se quiere aprender a vivir se debe aprender a pelear, porque lo único cierto es el caos, la destrucción, la guerra… Además, recordemos que Rambo no luchó por USA en Afganistán. Para mí Rambo cree en ideas, no en naciones.

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