miércoles, 3 de abril de 2013

Cuaderno de bitácora del Démeter: DESTINO FINAL.









(i)

Destino final” es una de las series más interesantes surgidas en el seno del fantástico palomitero durante la última década. Ahí queda eso. Pero si hay algo por lo que no me va twitter es precisamente por la necesidad que siento de argumentar mis paridas. No me pregunten por qué. Así que, ahí va.

(ii)

La premisa de la entrega inicial era de una simplicidad genial: la premonición de un estudiante en forma de sueño durante la víspera de su viaje de fin de curso, de que el avión que había de llevarlo a Europa, se accidentaría a los pocos segundos de iniciar el vuelo, y que va siendo confirmada por pormenores y acaecimientos nimios pero afirmativos y convincentes durante la espera en la terminal, le determina a no embarcarse y lograr, de paso, salvar a unos cuantos compañeros que por diversas razones, se quedaban también en tierra.
Pero la culpa por no haber podido evitar la tragedia se manifiesta en un deseo latente de morir también, toda vez que se siente responsable del holocausto colectivo. Él sabía, pero no sabe por qué sabía, y dudó, y esa duda costó dos docenas de muertos, chicos y chicas, adolescentes sanos y llenos de vida.
Durante el funeral, ante la fila de ataúdes, tiene que mirar a los ojos empañados de los padres de sus compañeros que se preguntan el porqué de su empeño en bajar del avión, se preguntan qué clase de monstruo es aquel que pudo ver la muerte de su hijo/a e hizo tan poco por evitarla, y que lo aborrecen porque su vida testimonia la pérdida de sus ser querido, su presencia es y será un estigma sangrante.
Sí, todos desearían verlo muerto, y él mismo también para acallar las mordeduras de su conciencia. Pero pronto descubre que su deseo será cumplido si no pone medio para evitarlo. La premonición fue una advertencia que frustró en parte los planes de la Dama de Blanco, y pronto comparece una fuerza letal que reclama a los prófugos urdiendo la muerte “accidental” de cada uno de los superviviente, eso sí, de forma cartesiana, siguiendo un patrón que al ser develado, permite burlar temporalmente sus maquinaciones abortando intentonas y alertando a la siguiente víctima. Asumiendo que no son más que prorrogas, en última instancia, le deben la muerte y habrán de pagarla.
Estas son las fibras que tejen el entramado de las cuatro entregas que por el momento nos han llegado.

El interés que yo al menos le encuentro a estos filmes reside tanto en el aspecto ideológico como en la formulación visual que reciben. Por partes.

(iii)

La protagonista de la serie es la mismísima Muerte, no un psicópata justiciero moribundo ni una oscura organización que suministra emociones fuertes a yupis, ni siquiera el gran Michael Myers, es la propia madre del cordero. Pero, ¿qué tratamiento se dispensa a tan honorable invitado? Pues no muy distinto, la verdad, del que reciben sus ministros.
La juventud y todos sus atributos, incluidos la sandez que apareja la poca edad, es glorificada por el capitalismo tardío. Los jóvenes son producto de consumo inmediato en todos los ámbitos: John Pattison, Justin Bieber, Cristiano Ronaldo, Beyonceé, Rafa Nadal, etc. Todos mercadean con lo mismo. Nada tan aborrecible pues que la muerte haciendo estragos entre los componentes de tan tierna edad. Por tanto, la muerte aparece como algo adventicio, accidental, contrario a la esencia del joven y una violencia ejercida contra su albedrío. La muerte sólo puede venir de fuera en forma de una entidad proterva, radicalmente heterogénea, no es, no puede ser un principio inmanente: el joven, por definición, es un ser-para-la-vida, la muerte es pura contingencia.
Un film destinado mayoritariamente a, en el mejor de los casos, lectores de Coelho, tratará de esquinar todo lo problemático de la vida, el oficio de zapa del tiempo o la rebelión del organismo contra sí mismo, y sólo una conjura preternatural puede amenazarla, así que tranquilos chavales, que eso sólo pasa en las películas. Toma caño a Heidegger, gambeta a pesimistas, doble recorte a nihilistas y gol por toda la escuadra del equipo de la vida.
Así, la audiencia que se tiene por inmortal, se ve agredida en su núcleo con el efecto positivo de conjurar la amenaza, exorcizar el miedo y tranquilizar aún más su anestesiado ánimo. Quizá sea esta la función de la franquicia, vencer el miedo a la muerte, igual que otras satisfacen otros atavismos.
La intrascendente serie de Saw sirvió para poner en evidencia al inquisidor que el público palomitero lleva dentro. Por lo general, los jóvenes y no tan jóvenes usuarios de smartphones, clientes de McDonalds y adictos al FIFA, suelen carecer de los más elementales principios éticos, entendiendo como tal a una reflexión individual sobre los valores, sin embargo, su juicio es unánime a la hora de reclamar el ojo por ojo, el aborrecimiento del crimen pero más aún del criminal, el gozo ante el castigo que siempre merece el otro, naturalmente, que somos lerdos, pero no tanto.
Los atavismos de una moral despiadada gestada en los albores de la cultura se manifiestan con una claridad meridiana entre los elementos más primitivos del público, los mercaderes lo saben, y a ellos les ofrecen sus jirones de carroña mojados en sangre fresca.
Pero en Saw la muerte no es arbitraria, la muerte escoge a su presa y su criterio de selección son los valores judeo-cristianos. En Saw la muerte es pretendidamente un castigo para aquel cuya voluntad de vivir languidece, pero es eso, una presunción de evocar a Nietzsche para apuñalarlo luego por la espalda. En realidad, cada cinta es un monótono Auto de Fe oficiado por catequistas que sermonean a la parroquia con Nicottero y sin guión.
Frente al gozo comunitario que satisface una moral sádica, estaría el gozo perverso individual ante los aldabonazos de la muerte, por ejemplo, en Piraña 3-D, filme en el que tras ofrecernos un desconcertante y repelente video-clip made MTV, da paso a un espectáculo violento de una saña proporcional a la exacerbada celebración de la carne joven que se propone en su primer tramo. El filme de Ajá es una agresión en toda regla a la ética y estética juvenil, hace jirones el hedonismo feroz al que invita y muestra sin clemencia y regocijo el tejido de miedo y tendones que subyace a escasos milímetros del lustre epidérmico.
Por momentos, el francés enloquecido ante su propia lujuria de sangre parece querer decid a la chavalada desde su púlpito alto: ¿veis de que están hecho esos hermosos glúteos, veis que se embosca tras ese par de suculentos pechos, veis cómo todo el vómito y la mierda que lleváis dentro aflora en cuanto os bajan la música? Nueva versión del Vanitas Vanitatis.

(iv)

Vayamos ahora con un apunte formal.
Cinco filmes que ensayan mínimas variaciones en torno a un mismo argumento y manufacturado con escasa inspiración por artesanos sin oficio, parecería que poco pueden ofrecer más allá de un interés sociológico, pero nada más lejos, precisamente porque en su desarrollo ilustran algunos de los principios de Hitchcock, mostrar con la imagen una realidad no denotada por la palabra. Así, en cada pieza, asistimos a una auténtica rebelión de objetos cotidianos que laboran en pos del fin de la víctima ocasional y que hacen que veamos cada rincón de nuestro hogar como una amenaza mortal.
A través de precisos insertos se nos muestra la labor de una mano invisible que derrama agua, abre la llave del gas, desprende cables pelados, desenrosca tornillos, atasca puertas, lubrica suelos y dispone filos con total desconocimiento del incauto personaje preocupado en otros menesteres mientras el cerco se estrecha más y más hasta el fatídico momento del “accidente”, que en ocasiones se demora todo lo posible más que para mantener el suspense, frustrar perversamente el disfrute.
Algunas de estas celadas son francamente ingeniosas, auténticas obras maestras donde brilla una mala leche poco usual, como aquella en la que el airbag al abrirse clavaba la nuca de la protagonista contra el filo de metal incrustado en el reposa cabeza de su asiento…




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