Max sin Max.
Dicho de otro modo, la
lógica de la franquicia en su máxima expresión: mantenemos el nombre pero
cambiamos el producto.
Del personaje apenas quedan
un esbozo fantasmal que remite al pasado. La culpa, los reproches que le
asaltan por vía alucinatoria, el torpe embate de insulsas infografías. Potenciar
Mad Max 2: El guerrero de la carretera (1981)
habría supuesto, para empezar, mantener el aura legendaria del héroe desde un
tratamiento muy distinto del personaje. Más hermético, áspero, sin concesiones
al humor o la ternura.
En aquella bastaban el
prólogo y el epílogo para que nos cautivase su misterio, la maldición del
solitario que no tiene hogar al que regresar: únicamente hizo falta el acelerón de una moto
para dejarle a solas con un odio compañero. Max era el héroe sin atributos.
Parco en palabras, su nihilismo era proporcional al desafecto por un mundo en
el que, paradójicamente, se afana por sobrevivir, perseverar spinozianamente en su ser. Sin
esperanza ni objetivos más allá de proveerse de gasolina.
Quizá Max, en su afirmación absurda de un mundo quemado, sea el mejor
ejemplo del nihilista positivo. Max era un Jeff Webster post-apocalíptico que
descree de proyectos colectivos y abjura de los nuevos comienzos. Y que como
aquél en The Far Country (1954; Anthony
Mann), pasará por su particular calvario antes de asumir el compromiso.
Pero a diferencia de Jeff, a Max la soledad se le pega al cuero hecho jirones.
Él es parte del viejo mundo, no puede, no debe participar en la construcción
del nuevo mundo. Acaso ningún hombre pueda y sea tarea solo apta para mujeres y
niños.
Los hombres son mastines,
pasto de la guerra. Material de derribo.
Algo de todo esto pervive
en Mad Max: Road Fury (2015), pero de
Max hay más bien poco (algo que nos duele especialmente tratándose del gran Tom
Hardy).
El personaje es el de Imperator Furiosa (Charlize Theron), Max la
acompaña, ayuda y le hace ver que no existe el paraíso de la infancia, el único
hogar es el que habitamos ahora, y lo demás solo es una huida a ninguna parte.
Aquí remite, mejorándolo sustancialmente, al motivo del mesianismo presente en Mad Max 3: Más allá de la Cúpula del Trueno (1985;
Miller/Ogilvie).
Miller da lo que prometía.
Acción. Nadie rueda vehículos en movimiento como el australiano, eso es un
hecho. En El guerrero de la carretera
sentíamos que estábamos dentro de la persecución. Desterró para siempre el
punto de vista de la vaca (quizá porque en aquel áspero desierto no había ninguna) y lo sustituyó por el vértigo de una planificación y un montaje asombrosos.
Algo de
eso hay en Road Fury aunque
minimizado por la asepsia digital y esa borrachera de omnipotencia que embriaga
a los realizadores cuando no encuentran límites a su fantasía, y reducen la
acción a una coreografía de acrobacias imposibles en el que se desvirtúa su
misma esencia.
Lo siento, será que soy un
carca, lo mío es que me hagan sentir el polvo y el humo, los golpes y le fuego.
Con las infografías, igual que con algunas mujeres, no siento nada. Agradezco de
todo corazón el empeño que ponen en agradar rizando el rizo, buscando el asombro, persiguiendo la sorpresa, pero no me
las creo. Me aburren.
El guerrero de la carretera era brutal, seca, áspera. Violenta coño. Violenta.
Carne magullada, quemada, desgarrada, aplastada, ruedas triturando huesos,
violaciones, amputaciones, laceraciones.
Son los tiempos, lo sé. El
simulacro, los videojuegos, la wii de los cojones y el coño de
la Bernarda, entre todos nos han hecho de la distopía post-apocalíptica algo un
poco menos negro, digerible, apta para los más pequeños o los más gilipollas, que ya se ven los brotes verdes y no es cuestión de que la
peña se nos amohíne.
Con todo, Road Fury es una película excelente, no
se vayan a creer. Apasionante por momentos, vibrante siempre, brillante en lo visual, barroca y delirante, que consigue,
además de construir personajes sin apenas bajarlos de los vehículos en marcha y
sortear con habilidad las ñoñerías que arruinaban la segunda secuela, construir
un discurso lúcido (pese a la locura) y harto coherente.
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