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miércoles, 2 de marzo de 2022

LOVE AND PEACE


 




La Paz es el resultado de un conflicto, de una guerra, por la cual un orden previo ha sido conculcado; un resultado mediante el cual alguna de las partes en conflicto logra poner (no necesariamente restaurar) un orden nuevo, y por eso la Paz es siempre la Paz de la victoria, de una victoria siempre precaria sobre la que no cabe, por tanto, edificar una Paz perpetua efectiva (no utópica)».

Gustavo Bueno., Dios salve la Razón.






1.

Llevo días leyendo reflexiones, más o menos acertadas, acerca de la responsabilidad de nuestros líderes mundiales en el devenir de los presentes acontecimientos en Ucrania y, por ende, en Europa. Valoraciones a las que subyace siempre la sugerencia de su inevitabilidad; análisis que confían la guerra al albur o el capricho, la sevicia del sátrapa ruso al que psiquiatras analizan en platós televisivos o del que la prensa nos informa acerca de los coches que tiene. La política reducida a psicología. A película de George Lucas.


2.

La política y la historia es interpretada de sólito como un sainete protagonizado por determinados actores, plenamente dueños y conscientes de su papel, y responsables directos en el devenir de los acontecimientos sobre el que detentan pleno imperio y total conocimiento de su alcance, además de potestad para obrar de otro modo al que lo hacen «si así lo quisieran», según el más grosero voluntarismo. Y pienso que, como cristianos sí queridos ateos, sois cristianos hasta los tuétanos, vuestros esquemas mentales y las categorías de las que os servís cada vez que ensayáis cualquier análisis, así como la ética que os provee de esa superioridad moral que exhibís en vuestras condenas de la guerra en nombre de la paz y el amor, en coalición con la idea de conciencia, sea esta lo que sea, están sedimentadas, vertebradas y capitalizadas por la más rancia teología evangélica, como cristianos, decía, creemos con fe ciega en el libre albedrío. Nos repugna toda sugerencia de determinismo asociado a la política, incapaces de elevarnos a un nivel de cierta abstracción y comprender, en ausencia de un sistema de ideas sólido, la dinámica de una dialéctica entre estados que dicta las decisiones de los líderes en política internacional.

Así, permanecemos reos de rostros y nombres, biografías y rarezas. Así, nos sentimos legitimados para llamar asesino a fulano o emitir nuestra condena contra zutano, pues somos agentes libres y responsables de nuestros actos. Y, ciertamente, así es, como individuos, solo como individuos que persiguen fines concretos, reductibles a la psicología, a la moral o al derecho civil o penal. Al tiempo que buscamos asilo en mundos posibles, alternativas más o menos plausibles al curso actual de los acontecimientos en virtud de una ontología potencialista de cuyo idealismo nadie es consciente como tampoco nadie lo es de su cristianismo recalcitrante, pero que todos suscriben acríticamente desde el confort de la madriguera de conejo; siempre en términos de un «deber ser» nouménico bajo las más diversas máscaras (derecho internacional, derechos humanos, ÉTICA, etc.), porque en vez de tratar de comprender lo que actualmente es, tal es la repugnancia y comprensible rechazo que la grosera actualidad nos genera, nos refugiamos en la ficción lenitiva y gratificante del condicional, el ardid fácil del delirio donde por vía alucinatoria, se realizan nuestras fantasías de paz, amor y chipirones en su salsa; la ilusión sin porvenir que aún conforta a tantos.

«Si hubiera otro líderes esto no ocurriría», leía hoy, al tiempo que se hablaba de la decadencia de nuestro mundo, la UE, esta Europa de valores corruptos, es decir, al tiempo que se derivaba a nuestros representantes políticos de una estructura económica y, en consecuencia, se lo subordinaba a ella y su superestructura ideológica y moral. Vamos, un cacao mental considerable. Porque todo cristiano, aunque no lo sepa, es marxista. Por cierto, un marxista convencido, condenaba ayer la guerra, haciendo una precisión, «aunque la haya iniciado Putin». Porque nuestros comunistas, esas criaturas anacrónicas que lucen en sus labios la sonrisa meliflua del cura porque en todo comunista anida un cura sermoneador y pelmazo que despotrican del imperialismo yankee, siguen nostálgicos de la URSS, aunque nada quede de aquello, simpatizan, lo admitan o no, con Vladimir y su cruzada contra los nazis ucranianos.

A todo lo anterior se suma el hábito entre historiadores de establecer relatos de hechos que es un participio del verbo hacer, no me sean ingenuos y piensen que los hechos están dados y no hay más que ordenarlos cronológicamente, a partir de un esquema explicativo importado de las ciencias físicas y acríticamente asumido, basado en relaciones de causalidad relación a su vez asentada sobre un dualismo deconstruible desde las que reducimos acciones (efectos) a la psicología (causas), en virtud de las que los historiadores, en términos de intenciones de los agentes y con carácter retrospectivo, establecen antecedentes causales; ignorando que los líderes responden a las más diversas exigencias de la dinámica interior de sus naciones y al antagonismo intrínseco a la política exterior, que solo alianzas comerciales han logrado aminorar en algunos casos. Aunque en otros, el expansionismo es preciso para evitar el colapso. La vida exige crecimiento, los estados, también.

Pero no es ético, claro, ¡¡amigos kantianos, la política no es ética!!, bienvenidos al desierto de lo REAL, miles de años de civilización deberían haberos convencido de esta evidencia que os empecináis en negar en nombre de...NOÚMENOS. La armonía entre ética, moral, justicia y derecho es una ilusión metafísica, y la biocenosis es la ley que regula la coexistencia entre estados, así fue siempre en Europa salvo cuando un tercero arbitró merced a sus intereses. «No debería ser así», protesta el progre pacifista que se dice de izquierdas, cuando en realidad se trata de un residuo del aparato excretor neoliberal, pero así es, queridísima pacifista.



3.

De modo, que, tratad de no juzgar, tratad de comprender. Tratad de no rendir culto al nombre, para demonizar o entronizar, tanto da, o para hacer memes (Ay, el meme, ¡volvemos a Egipto!). Disfruten del puente, quítense la cara. Nuestro mundo se derrumba, no por motivos personales, sino por sus propias contradicciones. Pero no sufran, aún hay tiempo para un último selfie. Disfruten, generación del disfrute, epicúreos de ala corta, otra crisis económica aguarda. Mientras, administren cuidadosamente su depresión, esa que el disfrute no aminora, qué complejo es todo ahí afuera, ¿verdad?, no menos que aquí adentro identidades sexuales confusas, identidades nacionales torcidas, iPod o iMac, corrupción o actitudes-poco-estéticas, libertad o comunismo, vendrá o no Mbappé, ¡¡qué difícil es todo!!


La verdad no es bonita, nadie dijo que lo fuera, recuerden las palabras de Tiresias a Edipo (o Morfeo a Neo, para los más jóvenes). Así que, no condenen, comprendan y acepten con estoicismo una verdad difícil, la paz y el amor cuestan sangre, sudor y lágrimas.













viernes, 13 de septiembre de 2013

Nacionalismo y Estado.



1.
La nueva manifestación popular, que no espontánea, de la Diada, respuesta a un supuestamente acuciante deseo de independencia del pueblo catalán, nos ha dejado una resaca áspera, trabada de la enemistad de siempre y surcada de rencores de nuevo cuño, decepciones por parte de unos y otros, acusaciones cruzadas de intransigencia. Los mismos  argumentos que esgrime el de allí, tiene éste otro dispuesto en la recámara. Idéntica retórica bajo diversa bandera. Hemos visto con espumarajos en la boca a personas otrora ecuánimes y, nos consta que, con la cabeza bien amueblada. Algo revelador de que nos adentramos en los predios de lo irracional, las emociones y el bestialismo, y desde esta línea de salida cabe esperar la peor de las metas. Repito, desde un bando y el otro, y disculpen por emplear esta terminología bélica, pero ya lo dijo Vegas, sólo hay dos bandos.
El problema es tan complejo que difícilmente puede ser explicado desde los orígenes del nacionalismo moderno. Pero lo intentaremos.
2.
Fichte en su Discursos a la nación alemana, hace un llamamiento a la unión de los estados alemanes para hacer frente a Bonaparte. El nacionalismo es una apelación a la unidad en una situación extrema, la más extrema. La guerra. Sus principios se hallan en armonía con el ideario romántico y sus presupuestos de la  identidad cultural de los pueblos basada en el pasado común, creencias religiosas, hábitos lingüísticos, etc. El nacionalismo apela a la emoción, al sentimiento, a lo irracional.
Preguntémonos si queremos una organización estatal cimentada sobre principios irracionales.
El liberalismo había situado los orígenes del estado en el libre contrato o pacto social de hombres libres que deciden darse un orden jurídico en el que desarrollar sus vidas. El nacionalismo aparece después como un revestimiento ideológico tendente a reforzar la alianza, a justificarla y legitimarla.
Alemania o Italia serán consecuencia de esta primera versión de un nacionalismo aglutinante. Comprobado el efecto que tiene apelar a los principios atávicos de una comunidad, se dispone el terreno para poder ser ensayado buscando un efecto del todo contrario: la secesión. 
Nada nuevo, los judíos ya reusaban el uso de la moneda romana en sus templos. Bien es cierto que Palestina era una provincia sometida por la fuerza,  y en semejante trance, el grupo debe afianzar los lazos libidinales entre sus miembros, la identificación del individuo con el colectivo solidifica la unión que hace la fuerza. La ideología es el arma más poderosa con que cuenta el ser humano. El mismo principio que funciona en el fútbol entre los miembros de una misma hinchada o en las sectas. Sendas agrupaciones acaban siendo, no por casualidad, refugio dilecto de débiles mentales y desarraigados a la búsqueda de un Gran Hermano que les proteja y aporte un sentido a sus vidas. ¿Qué otra cosa fue el nazismo, sino un inmenso refugio para millones que demandaban trabajo y sentido, y entregaron gustosos su libertad, su alma y las vidas de sus hijos en aras de una gran esperanza, la ilusión de una nueva grandeza?
Analicen la letra de Deutschland über alles. Está todo ahí.
El nacionalismo es una ideología pues, al servicio de la cohesión. Ahora bien, ¿es espontánea? Dicho de otro modo, los miembros de una comunidad moderna, en unas condiciones de vida, digamos, “normal”, mentalmente equilibrados (o todo lo equilibrados mentalmente que solemos estar) albergan porque sí un determinado sentimiento identitario más allá del típico pintoresquismo local de cada pueblo, aldea o ciudad, que le lleve a ansiar la independencia del estado en que se halla, como si le fuera la vida en ello, o por el contrario, éste es fecundado, incubado y recolectado luego por el grupo dominante que controla la ideología, es decir, la economía? 

3.
El nacionalismo catalán  remonta su querella con el estado español al siglo XVIII. La Corona de Aragón apoya al heredero de los Austrias durante la Guerra de Sucesión. Tras ser derrotada, el primer Borbón, Felipe V, se arroga el “derecho de conquista” sobre los territorios de Valencia y Cataluña para justificar la supresión de sus fueros. Una excusa para poner por obra la labor centralizadora que su abuelo, “El Rey Sol”, había practicado ya en Francia.  El Franquismo es otro de los baluartes del nacionalismo, suprime el Estatuto de Autonomía negociado durante la República e impone un nacionalismo español tan grosero como lo es todo nacionalismo alentado desde un estado, aunque Franco tenía excusa, no era un estadista precisamente, pero con la llegada de la democracia, se restituyen todas las prerrogativas de autogobierno que obtuvieron, y más. ¿A qué pues tanta cadena humana (cadenas no, por favor)?
A nadie se le escapa que tras las iniciativas políticas y las “espontáneas” manifestaciones populares, se hallan los grupos empresariales de siempre, con sus intereses de siempre, y sus escrúpulos de siempre. Ellos son los que respaldan a los “líderes” de la nación, lo llevan haciendo desde décadas, que leen el discurso que se encuentran pulcramente mecanografiado en el púlpito y reciben luego el aplauso de las masas. Apelan a “lo nuestro”, fomentan la idea del “otro” hostil, el victimismo, el sectarismo, se empapan de una retórica belicista, una dialéctica de confrontación, se citan esperanzas en un futuro de prosperidad y grandeza, incuban discordias, disputas, decepciones entre los españoles de aquí y los españoles allí. Las dos Españas que no terminan de querer ser una. 
La esencia del estado moderno se cimenta sobre un proyecto humano, en la superación de las diferencias discriminadoras y el respeto por las peculiaridades locales cuyo alcance no debe, en cualquier caso,  impedirnos la vista del bosque, una convivencia pacífica en un marco estable en el que poder realizar el proyecto de una vida digna, cierto que ahora malquistada por un sistema económico y una clase política corrupta, a los que la división de la sociedad civil por cuestiones ajenas a nuestros intereses,  no hace más que ayudar a perpetuarse. Si buscáis enemigos, acercaros al Ayuntamiento, la Junta, Generalidad o Gobierno de la Comunidad de turno. Pasaros por El Congreso. Resulta doloroso leer a gente por la que uno siente cierta estima intelectual reclamar un referéndum al que supongo, sólo estarán invitados los catalanes, como si la reforma constitucional que requeriría una consulta popular acerca de algo como la segregación del estado de una de sus comunidades, no tuviera que ser antes sometida al escrutinio de extremeños y castellano-leoneses también.
Esto es un Estado de Derecho señores, y si han tragado con una política de recortes brutal que redundará en menoscabo de generaciones sin incendiar el Parlamento, no creo que el que la bandera española ondee en algún edificio público, sea para invitar a la desobediencia civil.
Vamos, digo yo.   


miércoles, 4 de julio de 2012

Euro 2012 : Ideología y Cinismo













En La noche se mueve (Night Moves, 1975; Arthur Penn), una guapísima Jennifer Warren preguntaba a uno de mis héroes, Harry Moseby (Gene Hackman): -¿Qué hacías el día que mataron a Kennedy?
¿Quién de nosotros no recuerda lo que estaba haciendo cuando le sorprendió el 11-S o el 11-M?

Pues bien, último mes nos ha dejado un curioso deporte entre los miembros que engrosan la flor y nata de la intelectualidad carpetovetónica, vocear por redes y fronteras lo que hacían durante éste o aquél partido de la roja, tendencia que se vio acusada el día de la final:

INTELECTUAL 1 (Poniendo cara de fumarse un puro): -Pues mira chico, yo estaba traduciendo La fenomenología del Espíritu.
INETELECTUAL 2 (Comprometido): - Yo ayudaba con el fuego en Valencia.
INTELECTUAL 3 (Solidario): -Y yo andaba camino a la capital en compañía de los mineros (y aunque alguno llevaba la radio puesta, me aislé escuchando en el iPod el Concierto de Brandemburgo 2)
INTELECTUAL 4.0: -Aquí estaba yo, boicoteando el partido con tuits satíricos.

Cualquier cosa por desmarcarse del grueso de la población que voceaba con cerveza y cigarrillo al televisor.
Y bajamos la mirada con gesto grave, y nos llevamos las manos a la cabeza incrédulos, -con la que está cayendo-, compungidos por lo mucho que nos duele España, por la compasión que nos produce la algarabía de la masa a la que mañana se le olvidará sellar la tarjeta de demanda y darán el sablazo cuando vayan a comprar el ibuprofeno para aliviar la resaca.

-Pobres, danzad, danzad, malditos...-
Yo he sido el primero en sucumbir a ese complejo de vieja ceñuda con el cerco de disgusto en la boca, mientras los coches pitaban a la noche su alegría victoriosa, apresurándome a cerrar ventanas a despecho del calor, con los tapones de gomaespuma calzados, para volver a mis quehaceres con el gesto desdeñoso, henchido de solitario orgullo y desprecio colectivo.
Es tan tentador (y necesario a veces) desmarcarse de la tribu, sus insulsas y tristes diversiones, su patético e infundado regocijo en éxitos ajenos de los que misteriosamente se sienten partícipes.
Es demasiado fácil desmontar el mecanismo de esas ilusiones que excitan emociones colectivas y movilizan a un pueblo de sólito perezoso e idiota que idolatra a figuras del espectáculo que nada hacen por ellos (bueno sí, consiguen que se olviden se sí mismos, que no es poco).
Es demasiado fácil desenmascarar el elemento ideológico que reviste y la intención que anima, desde los albañales del poder, la promoción de tales eventos, y lo es para cualquiera que se haya leído la contraportada de algún libro de Horkheimer.
Es tan fácil ridiculizar las diversiones populares y populistas del fulano al que tres cicatrices rojigualdas y premonitorias le surcan las mejillas, o de la Mari que luce tetamen bajo la camiseta mojada, izando mástiles por doquier con unos saltitos que dejan la Flor de Lis sin pétalos...

Pero, norte y lucero de la intelectualidad, ¿qué diferencia hay entre que la España de charanga y pandereta se amontone en las calles para celebrar un éxito deportivo a que esa misma España se apile en la arena bajo la sombrilla con su cucurucho de camarones, se pegue el filetazo en la verbena del barrio con el Paquito chocolatero, o se dedique dar botes en el festival de turno?
¿Qué es lo que os molesta tanto del fútbol?
Ya, claro, que nos muestra que la gente podría echarse a la calle con el mismo ímpetu para defender sus derechos.
La triste verdad es que la diferencia entre el tipo que tiene capacidad para enjuiciar críticamente su circunstancia y el juanlanas con la camiseta roja del chino que no se entera de qué va la copla, es, a efectos prácticos, esto es, a la hora de mostrar un cierto activismo cívico, ninguna.

Ninguna.

Salvo que el primero, por saber, es responsable de su silencio, de su pasividad.
Y eso nos crea un profundo y odioso sentimiento de culpa que proyectamos en la serpiente roja que repta por Gran Vía camino de Cibeles.
Nos sentimos más dignos por estar tirados en el sofá con Franzen entre las manos y Sloterdijk esperando sobre el atril. Y claro, pensamos, si 18 millones de españoles emplearan el tiempo que les queda en consumir productos que estimularan su pensamiento en vez de hacerlo con otros que la adormecen, otro gallo cataría, pero, presumir eso es no ser realista, no tener ni puta idea de como es el ser humano.
Pan y circo, y si tenemos que recortar de pan, que no falte el circo.
Era significativa la escasa presencia policial en el centro de festejos de Cáceres, a pesar de la multitud, de las botellas, del lago artificial en el que sumergía la juventud imprudente. Apenas un coche.
Dejad que disfruten, se diría nuestra alcaldesa, que la mayoría mañana no tiene que madrugar.

La diferencia entre el intelectual y el político es que el último sí que sabe cómo es el hombre, aprendieron la lección de la arena del circo romano, y no han dejado de aplicar su magisterio. Y me temo que haría falta que se degradase de una de forma sustancial la “calidad de vida” del españolito medio (que es hijo de Torrente, ojo, no de Ortega ni de Sánchez-Ferlosio, de Torrente, Pajares y Martínez-Soria, espejo en que se han mirado las generaciones de los últimos 70 años), esto es, dejarlo sin techo y subsidio, para lograr movilizarlos, aunque para entonces, se moverían al compás de los halcones radicales del ala izquierda y derecha, cuando se encuentren dispuestos a vender su alma al primero que les ofrezca un mendrugo de pan, como ya nos ha mostrado la Historia (esa que se escribe en mayúsculas).

No, destino y cumplimiento de la intelectualidad patria, no os rasguéis las camisetas de la roja, alegraos porque maris y juanlanas festejen en las fuentes provincianas logros de otros, porque el día que la feliz chusma no tenga para el litro y el ducados rubio, el día que la feliz chavalada salga a la calle mentándole la madre a Rajoy pidiendo por sus derechos, tarde y mal, es decir, con el cóctel en la mano iluminando el corazón de la noche de los cristales rotos, ese día no bastará con cerrojazo a la ventana y gomaespuma.

Y sí, yo vi la final y salí a festejarlo (sin mucha convicción, como alguno me reprochó), y aunque por la mañana me quedó mal cuerpo (por la cerveza que trasegué, mayormente), ese poso incómodo del que siente que ha faltado.

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios/ una de las dos Españas, ha de helarte el corazón.

Pero ya sólo queda una España.
Y es una puta mierda, pero es lo que tenemos y que carajo, merece la pena luchar por esa otra España posible, desde las aulas, para empezar, como lucharon los tipos del 98 y las generaciones siguientes hasta que la las balas silbaron, y en algún camino de Granada comenzó a asesinarse el sueño.
Sólo nos cabe rezar porque la situación actual no arrumbe ese sueño para siempre.
Mientras, el fútbol es un mal menor, como Gran Hermano (qué coño, una diversión infinitamente más digna, menos ofensiva a la dignidad), y aunque me parecen unos cínicos los que afirman que el pueblo se merece alegrías así (es decir, toda nuestra clase política), como afirma Sloterdijk, estamos en el reino de la razón cínica, la mentira hace serios esfuerzos por ser tomada en serio y nosotros de sobras conocemos la distancia que media entre la máscara ideológica y la realidad, pero, con todo, creemos apropiado que la máscara siga en su sitio (es lo más cómodo).
¿No somos todos unos cínicos? Yo al menos como tal actué el domingo, jugué a creerme la mentira. Como tal me sentí el lunes, cuando me parecía más necesaria que nunca.

Por suerte, intelectuales, esa prisa por señalar vuestra ausencia de la marea roja, esa premura por reivindicar una condición, un compromiso, calidades y linajes, ese empeño de ir siempre a contracorriente del populacho, me dibuja una sonrisa.

Bienvenidos al desierto de lo Real...cínico.