1.
La nueva manifestación popular, que no espontánea, de la
Diada, respuesta a un supuestamente acuciante deseo de independencia del pueblo
catalán, nos ha dejado una resaca áspera, trabada de la enemistad de siempre y
surcada de rencores de nuevo cuño, decepciones por parte de unos y otros,
acusaciones cruzadas de intransigencia. Los mismos argumentos que esgrime el de allí, tiene éste
otro dispuesto en la recámara. Idéntica retórica bajo diversa bandera. Hemos
visto con espumarajos en la boca a personas otrora ecuánimes y, nos consta que,
con la cabeza bien amueblada. Algo revelador de que nos adentramos en los
predios de lo irracional, las emociones y el bestialismo, y desde esta línea de
salida cabe esperar la peor de las metas. Repito, desde un bando y el otro, y
disculpen por emplear esta terminología bélica, pero ya lo dijo Vegas, sólo hay
dos bandos.
El problema es tan complejo que difícilmente puede ser
explicado desde los orígenes del nacionalismo moderno. Pero lo intentaremos.
2.
Fichte en su Discursos
a la nación alemana, hace un llamamiento a la unión de los estados alemanes
para hacer frente a Bonaparte. El nacionalismo es una apelación a la unidad en
una situación extrema, la más extrema. La guerra. Sus principios se hallan en
armonía con el ideario romántico y sus presupuestos de la identidad cultural de los pueblos basada en
el pasado común, creencias religiosas, hábitos lingüísticos, etc. El
nacionalismo apela a la emoción, al sentimiento, a lo irracional.
Preguntémonos si queremos una organización estatal cimentada
sobre principios irracionales.
El liberalismo había situado los orígenes del estado en el
libre contrato o pacto social de hombres libres que deciden darse un orden
jurídico en el que desarrollar sus vidas. El nacionalismo aparece después como
un revestimiento ideológico tendente a reforzar la alianza, a justificarla y
legitimarla.
Alemania o Italia serán consecuencia de esta primera versión
de un nacionalismo aglutinante. Comprobado el efecto que tiene apelar a los
principios atávicos de una comunidad, se dispone el terreno para poder ser
ensayado buscando un efecto del todo contrario: la secesión.
Nada nuevo, los judíos ya reusaban el uso de la moneda
romana en sus templos. Bien es cierto que Palestina era una provincia sometida
por la fuerza, y en semejante trance, el
grupo debe afianzar los lazos libidinales entre sus miembros, la identificación
del individuo con el colectivo solidifica la unión que hace la fuerza. La
ideología es el arma más poderosa con que cuenta el ser humano. El mismo
principio que funciona en el fútbol entre los miembros de una misma hinchada o
en las sectas. Sendas agrupaciones acaban siendo, no por casualidad, refugio
dilecto de débiles mentales y desarraigados a la búsqueda de un Gran Hermano que
les proteja y aporte un sentido a sus vidas. ¿Qué otra cosa fue el nazismo,
sino un inmenso refugio para millones que demandaban trabajo y sentido, y
entregaron gustosos su libertad, su alma y las vidas de sus hijos en aras de
una gran esperanza, la ilusión de una nueva grandeza?
Analicen la letra de Deutschland
über alles. Está todo ahí.
El nacionalismo es una ideología pues, al servicio de la
cohesión. Ahora bien, ¿es espontánea? Dicho de otro modo, los miembros de una
comunidad moderna, en unas condiciones de vida, digamos, “normal”, mentalmente
equilibrados (o todo lo equilibrados mentalmente que solemos estar) albergan
porque sí un determinado sentimiento identitario más allá del típico
pintoresquismo local de cada pueblo, aldea o ciudad, que le lleve a ansiar la
independencia del estado en que se halla, como si le fuera la vida en ello, o
por el contrario, éste es fecundado, incubado y recolectado luego por el grupo
dominante que controla la ideología, es decir, la economía?
3.
El nacionalismo catalán
remonta su querella con el estado español al siglo XVIII. La Corona de
Aragón apoya al heredero de los Austrias durante la Guerra de Sucesión. Tras
ser derrotada, el primer Borbón, Felipe V, se arroga el “derecho de conquista”
sobre los territorios de Valencia y Cataluña para justificar la supresión de
sus fueros. Una excusa para poner por obra la labor centralizadora que su
abuelo, “El Rey Sol”, había practicado ya en Francia. El Franquismo es otro de los baluartes del
nacionalismo, suprime el Estatuto de Autonomía negociado durante la República e
impone un nacionalismo español tan grosero como lo es todo nacionalismo
alentado desde un estado, aunque Franco tenía excusa, no era un estadista
precisamente, pero con la llegada de la democracia, se restituyen todas las
prerrogativas de autogobierno que obtuvieron, y más. ¿A qué pues tanta cadena
humana (cadenas no, por favor)?
A nadie se le escapa que tras las iniciativas políticas y
las “espontáneas” manifestaciones populares, se hallan los grupos empresariales
de siempre, con sus intereses de siempre, y sus escrúpulos de siempre. Ellos
son los que respaldan a los “líderes” de la nación, lo llevan haciendo desde
décadas, que leen el discurso que se encuentran pulcramente mecanografiado en
el púlpito y reciben luego el aplauso de las masas. Apelan a “lo nuestro”,
fomentan la idea del “otro” hostil, el victimismo, el sectarismo, se empapan de
una retórica belicista, una dialéctica de confrontación, se citan esperanzas en
un futuro de prosperidad y grandeza, incuban discordias, disputas, decepciones
entre los españoles de aquí y los españoles allí. Las dos Españas que no terminan
de querer ser una.
La esencia del estado moderno se cimenta sobre un proyecto
humano, en la superación de las diferencias discriminadoras y el respeto por
las peculiaridades locales cuyo alcance no debe, en cualquier caso, impedirnos la vista del bosque, una
convivencia pacífica en un marco estable en el que poder realizar el proyecto
de una vida digna, cierto que ahora malquistada por un sistema económico y una
clase política corrupta, a los que la división de la sociedad civil por
cuestiones ajenas a nuestros intereses,
no hace más que ayudar a perpetuarse. Si buscáis enemigos, acercaros al
Ayuntamiento, la Junta, Generalidad o Gobierno de la Comunidad de turno.
Pasaros por El Congreso. Resulta doloroso leer a gente por la que uno siente cierta
estima intelectual reclamar un referéndum al que supongo, sólo estarán
invitados los catalanes, como si la reforma constitucional que requeriría una
consulta popular acerca de algo como la segregación del estado de una de sus
comunidades, no tuviera que ser antes sometida al escrutinio de extremeños y castellano-leoneses
también.
Esto es un Estado de Derecho señores, y si han tragado con
una política de recortes brutal que redundará en menoscabo de generaciones sin
incendiar el Parlamento, no creo que el que la bandera española ondee en algún
edificio público, sea para invitar a la desobediencia civil.
Vamos, digo yo.
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