1.
Supongo que cada década tiene a
su alquimista. La mixtura de los miedos colectivos en el alambique de siempre
destila una nueva pócima. Nos embriaga pese a su regusto tan familiar y lo
apuramos a sabiendas de la resaca que nos aguarda.
Shyamalan nos enseñó cual era la
naturaleza del miedo y el modo de afrontarlo, no de vencerlo, de resignarnos a
llevarlo pegado a la piel. Nos habló del alcance de su poder. La conveniencia,
llegado el caso de crear monstruos colectivos que pongan grillos a los demonios
que anidan en cada individuo. A amarlo y hacernos fuertes en él.
El espectáculo turbador de una
humanidad suicida saltando al vacío, la última respuesta coherente que nos ha
dado el hindú, cifra la esencia y corona a uno de los proyectos más coherentes
y poderosos de la última década en su empeño por explicitar aquel “malestar”
antiguo incubado a la sombra de la imposible tarea de conciliar los deseos
personales con una tarea colectiva.
La recalcitrante presencia de esos otros que
disponen minuciosamente nuestro infierno y de la que no nos libramos ni cuando
mueren los cabrones. El interminable catálogo de renuncias que nos imponemos
gustosos llevados por esa estúpida
inclinación a estrellarnos siempre en el mismo coche que responde al nombre de
mujer. La necedad de querer leer en los hechos y la paradójica necesidad de
creer en esa lectura para conservar el juicio.
El amparo que dispensa el miedo que, cuando no existe, lo inventamos a
nuestra imagen y semejanza. Y por último, la aceptación ominosa de que
tras ninguna de esas puertas hay una
salida.
Esta bárbara conclusión, que
hubiera aplaudido nuestra amada Justine,
sólo podía tener una continuación verdaderamente coherente. El silencio.
Pero M. Night, no se ha leído a Wittgestein,
por desgracia.
2.
El relevo lo ha tomado James Wan.
El espesor metafísico de su cine es del grosor del satén. El incitante y etéreo
satén.
Si hubiese que buscar un
antecedente entre los “viejos” masters of
horror, diría que el asiático es el nuevo Wes Craven. Un talento orientado
a la taquilla en igualdad proporcional a su mediocridad creativa. Su olfato de
vendedor ambulante le hace disponer el carrito en la rambla más transitada,
apuntarse a la corriente estilística y temática de moda, rehacer el último
grito o saquear con singular alegría y descaro notable, las viejas reliquias
del género.
Pero de igual modo que Craven no
mejoró con los años, y tras Pesadilla en
Elm Street (1984), su único film visible,
notable diría, y se limitó a buscar con perruna sumisión al público
olfateando entrepiernas y excrementos (qué distinta actitud a la insumisión,
independencia y honestidad de dos grandes maestros como Carpenter o Romero), en
una deriva creativa que lo único que nos ha aportado fueron, por una
parte, las carcajadas de la serie Scary Movie (2000), a modo de lúcida respuesta
a la soporífera colección de Scream (1996).
Y más tarde, el soberbio remake de Las
colinas tienen ojos (2006), donde el
talento de Ajá rescataba las infinitas posibilidades de una historia que habían
sido malogradas por el ahora productor, en su clásico de 1977.
Pues bien, igual que Craven
siguió siendo Craven, Wan parece que aprende de sus errores.
Quizá porque Wan nunca ha querido
ser Wan. Quizá porque Wan no sabe lo que quiere ser. Y a veces eso juega a
favor de uno. Sólo aprendemos cuando nos encontramos verdaderamente convencidos
de nuestra ignorancia.
Sin originalidad, ni pretensiones
autorales, pero cada vez con más oficio, va destilando un mejunje familiar pero
que se nos sube. No juega en la liga de Derrickson, aunque está cerca de la
promoción, y ni siquiera al mismo deporte que Zombie, pero ya nos ha dejado dos perlitas.
Expediente Warren (2013) viene a ser
una enmienda parcial a la prometedora y parcialmente insatisfactoria, Insidious
(2011).
Insidious es una hábil puesta al día de los motivos argumentales
de Poltergeist
(1982) trufada con diablos del Mouline Rouge. Es claro que lo que
funcionaba allí eran sus mecanismos anticipadores, los resortes narrativos que
sostenían una expectación creciente, frente a un clímax lastrado por su falta
de inventiva visual que arruinaba la
intensidad de los dos primeros actos. Dicho de otro modo, el fuerte de Wan es
la narración.
En Expediente Warren envida con las mismas premisas trucadas pero
seguro de los ases que oculta, dobla la
apuesta, infla el material narrativo y se asegura la manga.
Dos familias en vez de una y el
doble de posibilidades para diseñar situaciones terroríficas, ¿no? Un ritmo
narrativo frenético que no da descanso a la audiencia nos arrastra en su
torrentera de incidentes e ideas de múltiples procedencia hacia la cascada de
un clímax que nos queda sin uñas, sin aliento y sin ganas de mirarnos en los
espejos.
Y es todo, una montaña rusa, el
vértigo, el grito y esas risas nerviosas cuando uno pisa tierra. Luego, a otra
cosa. Pero al menos, ofrece lo que promete.
3.
Se ve que los fantasmas ya no nos
asustan lo suficiente. Desde que el repelente Haley Joel contara su secreto y
todos nos descojonáramos repitiendo la consabida frasecita, había que salvar
los predios de lo sobrenatural. Es cierto que desde oriente se importó una
imagen menos complaciente de la otra vida, que viene a alojarse temporalmente
con cierto éxito. Pero esa tendencia
cultural al optimismo metafísico de Platón que incubó en el Cristianismo la
idea grotesca del “cielo”, nos hace incómodo a la par que desalentador creer
que nuestros muertos son protervas y vengativas entidades. Preferimos creer que
son hermosos ángeles protectores que habitan serenos y en beatitud en un lugar
hermoso donde no se paga la factura de la luz, con la cara de Patrick Swayze,
Audrey Hepburn, o así.
Hasta que alguien, ignoro quién,
apuntó que los demonios tienen similares modos pero peores pulgas. El demonio,
pobre chivo expiatorio, sí encaja en nuestra cosmovisión.
Supongo que todo estaba ya en el
Simon de la soberbia Session 9 (2003), es
decir, el lugar maldito y la presencia insidiosa. Si bien, el film de Anderson
no da muchos datos, es obvio que Simon, ese que habita entre los débiles y los
enfermos, es un ente maligno.
Paranormal Activity (2006) es quizá el primer film que establece
con claridad “el criterio de demarcación” entre el espiritismo y la
demonología.
Ya lo escribimos hace unas
fechas, el siglo XXI es territorio de zombies y demonios.
Wan, virtuoso del “corta y pega”, se apunta al
invento con gran éxito. Expediente Warren borra hábilmente las
huellas de su predecesora. La sitúa en otra época y adecúa su estilo visual a
la misma. Aquel hermoso rojo de Insidious
se vira en ocre tenebroso. Coge el rebufo de Friedkin y le da a la cosa el
rigor que prestan las “True Stories”. Cocina rápido, elabora menos la atmósfera
y el tempo narrativo que en su predecesora, y pasa directo a la acumulación de
efectos, hasta ese exorcismo oficiado con escasa convicción y que tan bien
resulta, porque de nada sirve.
No pidamos demasiada coherencia.
Pero el gran hallazgo de Expediente Warren es el, por otra parte nada original, punto de
partida argumental, la memoria maldita de los objetos.
Desde antiguo el hombre ha creído
que ciertos utensilios se magnetizan con una energía sobrenatural, el mana. El fantástico ha incidido en ello. Hay un
film delicioso de una de las filiales de la Hammer, Cuentos de ultratumba (1973),
en el que un anticuario interpretado por el gran Peter Cushing, vendía
objetos malditos, ente los que se encontraba una tabaquera que aparejaba un
demonio. Pues bien, ecos hay de todo eso.
La colecta de objetos peligroso
para la salud pública tras los exorcismos en los que colabora el matrimonio
Warren, algo así como unos Mulder y Scully civiles y sin escéptico en la pareja
(he de confesar que ando enamorado de la
Farmiga desde los tiempos de Infiltrados),
van a parar a un cuarto que increíblemente
tienen en su casa, al alcance de la curiosidad de su hija, constituyendo el
escenario más inquietante de la película.
Cada chisme en su quietud inofensiva,
reposando en silencio bajo una urna o tras una vitrina polvorienta, con su demonio
al acecho, a la busca poseerte el alma para destruir cuanto pueda. En fin,
asusta. El último plano, lejos del consabido susto en falsete, resulta sumamente
inquietante por cuanto frustra parcialmente nuestras expectativas, y revela una
madurez en Wan propia del que domina sus recursos, sabe dosificarse y confía en
su público.
Ver también: http://www.cinedivergente.com/criticas/expediente-warren-the-conjuring
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