viernes, 3 de agosto de 2012

Cuaderno de bitácora del Démeter: EL TERROR ES REAL.






-El terror es real.
Padre Lucas (Anthony Hopkins) en El rito.


El cine fantástico es un excelente catalalizador de angustias y miedos.
En los años cincuenta, una difícil coyuntura internacional a la que asomaba la amenaza nuclear, adoptó la forma de apocalípticos ataques alienígenas que servían para familiarizar a la audiencia con lo posible, al tiempo que, exorcizaban lo probable.
La buena salud del género ahora no hace presagiar nada bueno.

Parece claro que el siglo XXI es predio de zombis y demonios, testigos de la hora postrera y agentes del acabamiento universal, respectivamente.
No obstante, sendas figuraciones del horror, fueron gestadas en los setenta, entre volúmenes de Marcuse manoseados por la chavalada estudiantil del 68 que buscaba cambiar el mundo antes de que el mundo los cambiara a ellos, y las imágenes televisivas de las bajas diarias en Vietnam, que degradaban aquellas pretensiones a quimeras.
Gestadas, en el primer vinagre New Age, durante la resaca psicodélica, cuando Lucy tuvo un mal viaje y cayó del cielo con los bolsillos vacíos de diamantes para encontrarse ante el rostro demoníaco de Charles Manson, el ácido ya había dejado un vestigio hediondo de corrosión y muerte una tarde asoleada en Beverly Hills.
El zombi será el hombre unidimensional de Marcuse, corolario de la sociedad del bienestar que lo reduce a una función más elemental, básica, primaria. El demonio mide la distancia que hay entre The time they are a-changin y Sister Morphine,entre Woodstock y Altamont. Impostor, comunica siempre, un desengaño, el joyero que embosca la gusanera.


En Lars Von Trier, evangelista tardío y apócrifo de nuestro tiempo, se cifran sendas vías abiertas como venas en el fantástico de nuestro tiempo, el origen del mal y la cercanía al fin, en dos obras imprescindibles, definitivas, totales, que estoy condenado a revivir sin descanso los años que me resten (el gran cine no se visiona, se vive, como los recuerdos y las pesadillas).


El demonio.

El cine de terror del siglo XXI se toma muy en serio a sí mismo. Señal nada buena.
Veníamos de una década de revisiones y parodias, Scream o Braindead, sólo las secuelas de las grandes franquicias de los ochenta conservaban la gravedad, con desastrosos y cómicos resultados. Síntomas, en todo caso, de fatiga y agotamiento, pero también de que el horror no se sentía como algo real ni se presentía como algo probable, no era más que otra forma de consumo, consumo de emociones “fuertes”. Reflejo de una sociedad cuyos miembros seguían inmersos en un plasma amniótico y confortable, ajenos a la angustia.
A orillas del nuevo milenio, irrumpen Myrick y Sánchez para revolucionar la caligrafía genérica. Luego, Shyamalan, que citó a varios de los subgéneros con el melodrama, aportando un puñado de magníficas piezas de cámara. En esas, llegarían los remakes, alguno de ellos soberbios, Amanecer de los muertos, Las colinas tienen ojos y Halloween. Y el regreso de George A. Romero, y Kurosawa, y Miike, y Laugier...

¿Casualidad? Ante el fin de milenio siempre se despiertan viejos temores bíblicos, pero cuando nos amanece con el gran símbolo del capitalismo financiero en cenizas derramado y llegamos al mediodía en el cenit de una crisis económica de la que será imposible salir indemne...

Y el demonio.

Varias son las obras que desempolvaron las premisas de El exorcista, y profundizaron con seriedad en sus planteamientos, la fe, el escepticismo, el sentido del mal y la teodicea. Algo relativamente insólito si tenemos en cuenta que, salvo las típicas explotations, el film de Friedkin apenas había tenido continuidad.



Dominion de Paul Schaeder, entra de lleno en el asunto de la teodicea, optando por la vía tomista, el Mal es el precio de la libertad humana. Sin embargo, rehúsa quedarse en el manido argumento teológico del libre albedrío y lleva la cuestión más lejos, al abordar la responsabilidad individual en una realidad tremenda como el nazismo. Aquí toma un desvío menos complaciente, Sartre.

Aquí, hurga en la herida.

La libertad decide, inscribe, suscribe nuestra esencia en ausencia de tutelas divinas. Merrin reprocha a Dios el haberle obligado ha ejercer de delator, es decir, se reprocha a sí mismo, haberse convertido en vehículo del Mal, un colaboracionista de la vileza, no haber tenido huevos para luchar el fuego con el fuego. Todo ello, por miedo a morir.
Y la conclusión es harto perversa, la acción humana, a la postre, carece de valor. Entre el Aquinate y Sartre, se opta al cabo, por el primero. Se vive mejor cuando nos convencemos que nuestro naturaleza de agentes es precaria, subordinada a la voluntad un ente supremo, y nuestros errores atribuidos a una labilidad intrínseca, a un temor demasiado humano.



A Merrin le salva la fe. La gran mentira. Pero, ¿se lo podemos reprochar?
Primero exculpamos a Dios de su responsabilidad en el Mal, haciendo de éste el margen donde se dirime la salvación o condena del hombre.
Luego, a nosotros mismos, da igual como hubiéramos actuado en aquella situación, el resultado habría sido idéntico, esa es la dádiva diabólica, liberar la culpa, el tan socorrido lavado de manos, pues el sacrificio sería siempre en vano.
El diablo no pasa de ser una proyección de la debilidad humana, de su anhelo de huir de la responsabilidad, de tener que dar cuenta de sus acciones.
¿Y qué otra cosa es Dios?
Sendas entidades se antojan ficciones de gran utilidad cuando se afrontan trances como el vivido por Merrin, cuando se tiene que elegir el mal menor, la muerte de una docena de miembros de la resistencia, o el asesinato de un pueblo entero en represalia.
Si por algo se caracteriza el film es por su piedad hacia los personajes, jamás los juzga, humanos son y nada humano, por lo mismo, les es ajeno. El miedo, el odio, el deseo de seguir vivos a despecho de la muerte del otro. Si para ello hay que delatar, prostituirse, envilecerse, sea pues. De lo contrario, la culpa te corroe y acabas por saltarte la tapa de los sesos, como el Coronel británico: -Dígale a Merrin, que no hay otro modo.
Schraeder evidencia la falacia sobre la que se asienta la fe y que la ética no es posible mientras creamos en poderes sobrenaturales.
La ética será, a cambio de postular un nihilismo positivo, a cambio de poder crear nuevos valores en ausencia de un garante todopoderoso, de un fundamento racional “fuerte”, de metafísica. La ética será a cambio de que renunciemos al anhelo máximo del ser humano, la trascendencia. Ahí es nada.



-¿Cómo podrán seguir diciendo que Dios no existe si yo les muestro al demonio?
Emily Rose (Jennifer Carpenter) en El exorcismo de Emily Rose.



Si Dominion era un film para escépticos, El exorcismo de Emily Rose lo es para creyentes.
Nos aproxima a la tesis de que Dios premia con la posesión a aquellos de sus siervos dilectos. Cuanto más cerca se está de Él, más vulnerable se vuelve uno a los ataques de demonios, un nuevo modo de martirio mesiánico. La misión del poseído será la de acercar a la humanidad descreída a Dios ante la inminencia del fin.
El film se inspira en el caso real de Annalise Michelle (los menos aprensivos, disponéis de abundante material gráfico en you tube, que yo hice la solemne promesa de no volver a revisar), joven alemana que murió tras varios meses de extenuantes exorcismos, de inanición, desidratación e infecciones varias, derivadas de las heridas que se autoinfringía.
El caso coincidió con el Concilio Vaticano II y fue interpretado por el sector más conservador de la Iglesia como una señal desaprobatoria del mismo por parte del Todopoderoso.
Creo que incluso la beatificaron, o está en proceso. Fue allá por los setenta.
Réquiem, el exorcismo de Micaela, cuenta la misma historia, sólo que esta vez, para descreídos, apóstatas y ateos militantes. El drama de una chica con gran potencial (como dirían ahora los cursis) que sucumbe presa del fanatismo y la estupidez.



El problema en esta versión es que Hans Ch, Schmmidt no tiene cojones para llevar la historia hasta el final, mostrar el calvario espiritual y físico que padeció la joven, fuera humana o demoníaca la causa de su tormento.
Requiem no es un film honesto, es demasiado tremendo para este tipo que exhibe maneras de Lars Von Trier pero al que desagrada mancharse las manos, testimoniar la muerte lenta de esta chica, su angustia, las dudas, el terror.
El terror siempre real para quien lo sufre y lo honesto, lo ético cuando se aborda una historia así es dar crédito al dolor, es mirar al corazón de esos ojos aterrorizados y comunicar el horror a la audiencia. Es lo mínimo que se le debe a la persona cuyo drama se saquea con fines comerciales.
Micaela bien habría podido ser otra Bess y haber ofrecido su cuerpo lacerado por la salvación de la humanidad, pero un descreído, un apóstata, un ateo, poco tiene que decir en estos casos. Un tipo mentalmente equilibrado, nada tiene que decir sobre dolor, más que domiciliar en un cínico ejercicio de racionalidad, su causa en agentes externos al alma doliente.
A un ateo, un apóstata y un descreído más le valdría dedicarse a escribir artículos para Nature o diseñar programas informáticos, y dejar el arte a los neuróticos, psicóticos y demás fauna con problemas con el alcohol.
El film de Derrickson es tramposo, un planteamiento inicial sibilino pretende dejar abiertas sendas vías interpretativas sobre los hechos que al cabo deviene en un encendido y sentido homenaje al sacrificio de Emily..
Impecable en lo técnico y de gran solidez dramática gracias a un guión bien construido y un inspirado reparto, Derrickson urde una atmósfera angustiosa con momentos francamente aterradores, sin menoscabo del componente emocional impreso en el martirio de una joven que creyó que el diablo había tomado posesión de su cuerpo y creyó que su sufrimiento tenía un sentido. Estamos ante un film religioso con todas las de la ley. Estamos ante una película soberbia.

No me digáis que cuando despertamos en la noche y el reloj marca las 3, no se os aprietan los huevos...





-Que no creas en el demonio, no te protege de él.
Padre Lucas en El rito.



El rito, siendo un film esencialmente religioso, aborda con valentía el tema de la fe. Sabemos que es un absurdo plantear la existencia de Dios en el plano físico, tanto como aspirar a una revelación paulina, episodio que ha hecho mucho daño a la fe, toda vez que no supone esfuerzo alguno en su consecución.
La fe es una forma de sugestión que cuando alcanza alguna perfección permite sentir la proximidad de cierta presencia, sólo en sus predios es dable hablar de Dios, siendo como es, una experiencia subjetiva e intransferible.
Los últimos avances de la neurociencia nos están recordando lo vicario y paupérrimo que es nuestro conocimiento de eso que llamamos realidad física. Para aquellos de nosotros que caminamos entre signos e imágenes, el mundo no es suficiente y sospechamos que hay un universo de trascendencia, diferimos el tránsito por sus ramblas pero cuando estemos maduros para ir a su busca, a buen seguro que ahí estarán.
Aún recuerdo cuando leí con 18 años y el corazón en un puño El sentimiento trágico de la vida y San Manuel Bueno, mártir, dos obras maestras de la agonía a que se ve abocado el hombre cuando la razón entre en pugna con el deseo de perseverar en el ser, y el miedo a la muerte como fin definitivo, estrangula el alma.

El demonio es la vía bastarda para llegar a creer, el miedo es el móvil que conduce más rápidamente a Dios, esta es la premisa que subyace a El exorcismo de Emily Rose y El rito, y no es nueva.
En la Edad Media, pórticos y retablos se apretaban de horrores que recordaran el precio del pecado y procurando mover a la piedad y el temor de Dios al fiel. La fe es un recurso de la psyche para hacer frente a la adversidad, de ahí que se diga que no hay ateos en las trincheras ni en el cadalso.
Sin embargo, como recuerda el Padre Lucas (el mejor Anthony Hopkins desde hace mucho, mucho tiempo), la fe hay que pelearla día a día, no es un bien que se gane de una vez por todas, es caro de mantener y se ve erosionado de continuo por la adversidad.
La muerte de Rosaria, joven endemoniada a la que llevaba meses sometiendo a sesiones de exorcismos, agrieta la fe de Lucas y dispensa la ocasión al Maligno para colarse por los resquicios del alma del jesuita.
En Dominion se nos dice que el papel de Dios no es evitar el Mal sino ayudarnos a resistir ante él, pero Dios no siempre está ahí...



Atrás quedó esa figura carismática que fascinaba por un carácter transgresor, rebelde a la tiranía del manda más del cielo, que fuera soñado Byron en plena esfervescencia romántica. Lejos quedó también, ese pícaro fauno que prometía placeres, conocimientos, juventud al bajo costo del alma, tan largo me lo fiáis...

La fascinación por el Mal se ha diluido al ritmo que se han ido deteriorando los elementos basilares de nuestra civilización. Pactar con el diablo y La novena puerta respondían al estado de cosas de un mundo donde el terror aún no era real y una audiencia bien alimentada y con los pantalones hinchados, gozaba con los excesos de un simpático Príncipe de las Tinieblas, se complacía en su invitación a sucumbir en la lujuria, la gula, la avaricia.
El demonio se presenta a sí mismo como un devoto del hombre, pronto a satisfacer sus deseos sin juzgarle por ello.
El demonio era el banquero que te firmaba la hipoteca y el préstamo para el veraneo en Punta Cana.
Pero llegó la hora de rendir cuentas, y ahora, el demonio es ese mismo banquero que te embarga la casa, el coche y el smartphone





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