domingo, 13 de febrero de 2011

EL APRENDIZAJE DE LA POBREZA




…o la pobreza como un aprendizaje que se le impone a aquéllos que ven mudada su condición social por el albur de la guerra, la mayor y más esmerada autora de la desdicha humana, la más entrañable y frecuente manifestación de la esencia paradójica del hombre, tal vez, motor de la historia. El Evangelio denuncia el envilecimiento espiritual aparejado a la riqueza, y no obstante son las situaciones de precariedad las que parecen evidenciar con mayor frecuencia la naturaleza rapaz del individuo, su total falta de empatía hacia el prójimo cuando la lucha por unos recursos escasos, y por ende, la supervivencia propia está en juego y las leyes de la selección natural, marginadas otrora del orden social a despecho de Spencer y sus acólitos, una vez defenestrado dicho orden por los estragos bélicos, reclaman su vigencia.
Sin embargo, pese a este  veredicto pesimista, es posible encontrar ejemplos en el que la pobreza educa a un individuo anteriormente recluido en su torre de marfil, ciego a una realidad problemática e insensible al sufrimiento ajeno, en valores solidarios, en una concepción de la supervivencia basada en la cooperación  y la ayuda al  débil, en un retorno a la esencia del mensaje evangélico. Acaso, individuos así solo existan en la ficción, mas la obra de J.G. Ballard de corte autobiográfico, en la que se basa el film de Steven Spielberg, El imperio del Sol (1987), ilustra la dialéctica entre estos dos diversos tipos de supervivientes, sendos alumnos de la pobreza que, sin embargo, aplican sus enseñanzas de modo bien distinto.
Jim Graham(Christian Bale) es el hijo único preadolescente de un diplomático inglés destinado en Shangai en los días previos a la invasión japonesa. La situación de la familia es, como corresponde a su nacionalidad, acomodada, sin embargo en torno a ellos se agolpa el bullente y paupérrimo mundo nativo que percibe la inminencia del ataque nipón. Sendos mundos heterogéneos convergen en los tránsitos que la familia británica realiza a bordo de su lujoso coche por las calles tumultuosas, que Jim contempla con la curiosidad que corresponde a su edad, con la distancia que acredita su posición, ignorante del curso inmediato de su destino, de la distancia ilusoria que lo separa del joven chino que reclama e inquieta su atención con las palabras premonitorias: Not dad, not mum, not  whisky- soda.
Será una travesura de Jim la que precipite los acontecimientos, la que selle su destino; tan dado a los juegos de guerra, responde a las señales luminosas de un acorazado japonés que se aprestará a iniciar la ofensiva. En la desesperada huida hacia la embajada británica, de la mano de su madre, en medio de la multitud atemorizada,  Jim deja caer su inseparable réplica de un zero, y  se suelta para alcanzar el juguete, gesto irresponsable y fatal que compromete inesperadamente su porvenir, pues la riada humana lo separa de sus padres. Decide volver a su casa a esperar, pero nadie vuelve. Nadie salvo una criada china que, afanada en el saqueo, le dispensa la primera lección, una vengativa bofetada a su arrogancia occidental malcriada. Agotados los alimentos, tendrá que adentrarse, por vez primera solo, por las calles de la ciudad, donde no tardará en perder las botas y su bicicleta, finalmente, a punto de ser atropellado, conoce a su nuevos padres, una pareja de vividores norteamericanos, Basie y Frank interpretados por el amanerado John Malkovich y el solvente Joe Pantoliano. Sin embargo, el cariño de estos nuevos padres no será incondicional.
Las reglas del juego le han sido súbitamente reveladas a Jim, su vida, toda vida, es innecesaria si no ofrece algo a cambio que la justifique, si no pacta con las fuerzas diabólicas que sostienen el nuevo orden instaurado. Sabemos como la vida se devalúa en situaciones conflictivas, de escasez, esta es la gran enseñanza de la pobreza, su tremendo corolario, axioma con el que Basie comulga. Jim cifra carácter innato de superviviente del personaje en su exclusivo consumo de agua hervida, gracias a lo cual no enferma, mas son su oportunismo y la falta de escrúpulos de los que hace gala  los que le mantienen a flote. Basie ajusta su comportamiento a los dictados de la selección natural sin perjuicios morales, ni sentimentalismos. Solo el fuerte sobrevive; es significativo que en el  pabellón del campo japonés donde son recluidos, imponga una estructura jerárquica de reminiscencias simiescas, disponiendo él del mejor espacio.
Frente a esta actitud, Jim, sin dejar de tener provisionalmente como modelo paternal a Basie, se comporta de modo bien distinto, interactuando con el resto de sus compañeros del campo, en una relación simbiótica, no parasitaria; con el resultado óptimo de sobrevivir al tiempo que crece como persona, como miembro de una comunidad, no como un individuo aislado, sin renunciar a ayudar a los que lo necesitan, mostrando como una situación de escasez no precisa necesariamente ser vista como una situación de competencia entre sus miembros. La observancia del vínculo entrañable entre la cooperación y la supervivencia es condición necesaria para preservar su humanidad, que le permite no ceder al chantaje de la pobreza.
Sin embargo, cegado por el carisma de su tutor, tarda en ver su vileza, el modo en que le instrumentaliza, la total falta de afecto que le procesa. En una de las últimas secuencias, cuando el “maná” llueve del cielo en forma de contenedores llenos de provisiones, cuando la pobreza ha sido vencida y la guerra llega a su fin, es cuando Jim, muerta ya la inocencia de aquel niño mimado que amaba los aviones, con el rostro endurecido por las privaciones y la mirada transida de traición, muestra su desengaño y rechazo hacia Basie, y se zafa por fin de su tutela.
La película presenta la estructura de una Bildungsroman, o novela de aprendizaje, que nos ofrece la evolución del joven protagonista, -soberbio Bale en su interpretación, actor que por fortuna ha conseguido cuajar en su madurez de forma espléndida-, espiritual y física, a lo largo de cuatro años, en la que se cifra el inevitable proceso de pérdida de la inocencia, tema recurrente en la literatura universal desde el Génesis, y al que un Spielberg  escasamente reconocido en aquellos tiempos, dispensa un tratamiento impecable en lo narrativo (cabe destacar la gran aportación del dramaturgo Tom Stoppard en la adaptación de la novela)  y epatante en lo visual, sin ahorra en enojosos infantilismos- véase la escena del hangar donde un Jim extasiado ante la presencia de un zero se cuadra y saluda a tres pilotos que le devuelven con solemnidad el saludo, aderezado por los coros pasteleros de John Williams .
Para el recuerdo nos queda la secuencia del estadio en el que se almacena el botín de guerra japonés, como un cementerio donde ha ido a parar la opulencia y la vanidad de la vida pasada del colonialismo occidental, cifrada en el caso de nuestro protagonista, en el ostentoso coche familiar;  reducto, en cualquier caso, de lo superfluo para la existencia, una vez que  la pobreza le ha enseñado a Jim a andar ligero de equipaje, y donde, en compañía de la moribunda Mrs. Victor, su “madre adoptiva” del campo (Miranda Richardson), presencia el fulgor de la bomba de Nagashaki, que en un primer momento, su ingenuidad, también agonizante, interpreta como el alma de aquélla partiendo: -Hoy he aprendido una palabra nueva, bomba atómica.

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