martes, 25 de junio de 2013

TOMBSTONE. LA LEYENDA DE WYATT EARP.








Lo que hace que una película me interese, llegue incluso a fascinarme por momentos.

Cualquier cosa.

  1. Un duelo a latinajos en un salón de Tombstone.
  2. Determinados encuadres, especialmente contrapicados, pero también algunos planos medios interiores iluminados lateralmente.
  3. Decorados barrocos con predominio de un rojo nocturno.
  4. Una delectación saludable por las atmósferas insanas que figuran la maldad psicológica de algunos personajes.
  5. Escenarios insólitos en el género: fumaderos de opio, el proscenio de un teatro a la luz de las candilejas, etc.
  6. El delicado equilibrio entre lo ridículo y lo sublime.





Tombstone( 1993, George P. Cosmatos) pretende ¿desmitificar? la figura de Wyatt Earp, convertido por Kurt Russell en un amable mercachifle al que la justicia se la trae al pairo, y sólo la sed de venganza le resuelve a plantar cara al clan de los Clanton y los McLaury al amparo de una estrella.
Son Virgil (Sam Elliott) y su inseparable “Doc” Holliday (Val Kilmer) quienes arrostran la responsabilidad que de sólito se le atribuye al legendario sheriff de Dodge City.

Virgil asume un compromiso con la comunidad a la que están explotando al aguardo de un nombre mítico y releva al comisario asesinado ante las protestas de Wyatt. Lo pagará con la pérdida de un brazo.

Un moribundo Holliday exonera a un timorato Wyatt de batirse con Ringo (Michael Biehn), a quién ambos saben que no puede vencer. A diferencia de las demás versiones, en la rivalidad que se traba entre Holliday y Ringo no interviene Kate (Johanna Pakula), su naturaleza es muy otra. Ambos son hombres cultos que se mueven en un ambiente que no les corresponde, amargados por una pérdida y diestros para el crimen. Protegidos de Mefistófeles. Durante la representación de Fausto y ante la pregunta de si vendería su alma al diablo, Ringo responde con amargura, que ya lo hizo. Más tarde, en la fantástica escena del duelo dialéctico, “Doc” dice que le odia porque le recuerda a él mismo. Ringo y el Doctor son ambas caras de la misma falsa moneda.
Más tarde “Doc” dirá que la sed de sangre de Ringo viene del deseo de vengar el hecho de haber nacido.
Estamos sin duda ante uno de los mejores “Doc” Holliday, y eso a pesar de Val Kilmer
Diríamos que es un western desmitificador en la línea de Little Big Man sino fuera por la ridícula secuencia prólogo, propia de cualquier episodio de A-Team sazonada con citas apocalípticas en la línea de Pale Ride. Un sacerdote momentos antes de ser asesinado por Ringo, anuncia la llegada de un jinete que lleva el infierno consigo, sorprendente revelación cuando el encargado de ejecutar esa justicia divina es un sujeto de la catadura e este Earp, un hombre de negocios tan despreciable cómo suelen ser los hombres de negocios, con la grandeza propia de un hombre de negocios, materialista, timorato y sin sentido real de la justicia.

Kevin Jarre se propone dotar a la historia de un trasfondo metafísico en la que confluyen las alusiones al espiritismo de Morgan (que tendrá su eco mientras se desangra sobre el tapete verde), con la naturaleza luciferina de Ringo o Kate, las amables blasfemias de salón de “Doc” con un sentido litúrgico de la venganza vehiculado en la naturaleza repentina de ángel exterminador que reviste Wyatt, quien llega a caminar sobre las aguas escupiendo fuego e ira contra los fariseos de rojo fajín.

Se entiende que sendos elementos no casen bien y presten a la película ese carácter monstruoso de híbrido que cuándo funciona, funciona, aunque por lo general patina en sus propias contradicciones.

A todo ello no es ajeno el trabajo de Cosmatos, tan brillante componiendo imágenes como inepto a la hora de cargarlas de emoción. Nunca llegamos a percibir el latido de la amistad entre Wyatt y “Doc”, seña de identidad de entregas anteriores y posteriores (Kasdan estrenará su Wyatt Earp apenas unos meses después), del mismo modo que la ampulosidad con que pone en escena la reacción nada contenida de Wyatt al asesinato de Morgan, con aparato de grúa, lluvia y truenos, si bien comunica su conversión en ángel vengador de forma épica, arruina un planteamiento visual que contiene, pese a lo fallido, una idea brillante concerniente a su relación con Allie y Josephine.

¿Y qué hay del gunfight en O.K. Corral? No llega al de Sturges (ni Ford llega al de Sturges) pero brilla especialmente en su preámbulo, más sobrio que el de Kasdan, con menos planos, sin contrapicados ni cabezas calientes que magnifiquen y teatralicen el trayecto, y ello gracias a un hallazgo visual que revelan un raro talento en Cosmatos, las cuatro figuras de paño negro se recortan contra el fuego accidental de una casa, en una elocuente expresión física de las emociones ígneas que consumen a los hombres en los momentos previos al encuentro. Lástima que el guión no motive debidamente el enfrentamiento al que llegamos sin demasiada tensión, su origen a apenas son unas bravuconadas de borracho que se van de las manos. Quizá ese era el propósito de Jarre, mostrar cómo un incidente menor deviene en el duelo más célebre del oeste. No sé, hay tantos titubeos.



Pese a todo, el film posee una primera hora espléndida en la que se retrata con singular tino a un buen número de personajes reconocibles de otras versiones (cómo el actor que encarna a Fausto, eco de aquel otro que leía a Shakespeare por las tabernas de Tombstone en My Darling Clementine, y que aquí acaba asesinado, mártir de la belleza en un mundo brutal) y se ponen en escena temas, ambientes y diálogos poco habituales en el género.


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