Lo que hace que una
película me interese, llegue incluso a fascinarme por momentos.
Cualquier cosa.
- Un duelo a latinajos en un salón de Tombstone.
- Determinados encuadres, especialmente contrapicados, pero también algunos planos medios interiores iluminados lateralmente.
- Decorados barrocos con predominio de un rojo nocturno.
- Una delectación saludable por las atmósferas insanas que figuran la maldad psicológica de algunos personajes.
- Escenarios insólitos en el género: fumaderos de opio, el proscenio de un teatro a la luz de las candilejas, etc.
- El delicado equilibrio entre lo ridículo y lo sublime.
Tombstone(
1993, George P. Cosmatos)
pretende
¿desmitificar?
la
figura
de
Wyatt
Earp,
convertido
por
Kurt
Russell
en
un
amable
mercachifle
al
que
la
justicia
se
la
trae
al
pairo,
y
sólo
la
sed
de
venganza
le
resuelve
a
plantar
cara
al
clan
de
los
Clanton
y
los
McLaury
al amparo de una
estrella.
Son
Virgil
(Sam
Elliott)
y
su
inseparable
“Doc”
Holliday
(Val
Kilmer)
quienes
arrostran
la
responsabilidad
que
de
sólito
se
le
atribuye al
legendario
sheriff
de
Dodge
City.
Virgil
asume un compromiso con la comunidad a la que están explotando al
aguardo de un nombre mítico y releva al comisario asesinado ante las
protestas de Wyatt. Lo pagará con la pérdida de un brazo.
Un
moribundo Holliday exonera a un timorato Wyatt de batirse con Ringo
(Michael Biehn), a quién ambos saben que no puede vencer. A
diferencia de las demás versiones, en la rivalidad que se traba
entre Holliday y Ringo no interviene Kate (Johanna Pakula), su
naturaleza es muy otra. Ambos son hombres cultos que se mueven en un
ambiente que no les corresponde, amargados por una pérdida y
diestros para el crimen. Protegidos de Mefistófeles. Durante la
representación de Fausto y ante la pregunta de si vendería su alma
al diablo, Ringo responde con amargura, que ya lo hizo. Más tarde,
en la fantástica escena del duelo dialéctico, “Doc” dice que le
odia porque le recuerda a él mismo. Ringo y el Doctor son ambas
caras de la misma falsa moneda.
Más
tarde “Doc” dirá que la sed de sangre de Ringo viene del deseo
de vengar el hecho de haber nacido.
Estamos
sin duda ante uno de los mejores “Doc” Holliday, y eso a pesar de
Val Kilmer
Diríamos
que
es
un
western
desmitificador
en
la
línea
de
Little Big Man sino
fuera
por
la
ridícula
secuencia
prólogo,
propia
de
cualquier
episodio
de
A-Team sazonada
con
citas
apocalípticas
en
la
línea
de
Pale Ride. Un
sacerdote momentos antes de ser asesinado por Ringo, anuncia
la
llegada
de
un
jinete
que
lleva
el
infierno
consigo,
sorprendente
revelación cuando
el
encargado
de
ejecutar
esa
justicia
divina
es
un
sujeto
de
la catadura e este Earp,
un
hombre
de
negocios
tan
despreciable
cómo
suelen
ser
los
hombres
de
negocios,
con
la
grandeza
propia
de
un
hombre
de
negocios,
materialista,
timorato
y
sin
sentido
real
de
la
justicia.
Kevin
Jarre se propone dotar a la historia de un trasfondo metafísico en
la que confluyen las alusiones al espiritismo de Morgan (que tendrá
su eco mientras se desangra sobre el tapete verde), con la naturaleza
luciferina de Ringo o Kate, las amables blasfemias de salón de “Doc”
con un sentido litúrgico de la venganza vehiculado en la naturaleza
repentina de ángel exterminador que reviste Wyatt, quien llega a
caminar sobre las aguas escupiendo fuego e ira contra los fariseos de
rojo fajín.
Se
entiende
que
sendos
elementos
no
casen
bien
y
presten
a
la
película
ese
carácter
monstruoso
de
híbrido
que
cuándo
funciona,
funciona,
aunque
por
lo
general
patina
en
sus
propias
contradicciones.
A
todo
ello
no
es
ajeno
el
trabajo
de
Cosmatos,
tan
brillante
componiendo
imágenes
como
inepto
a
la
hora
de
cargarlas
de
emoción.
Nunca
llegamos
a
percibir
el
latido
de
la
amistad
entre
Wyatt
y
“Doc”,
seña
de
identidad
de
entregas
anteriores
y
posteriores
(Kasdan
estrenará
su
Wyatt Earp apenas
unos
meses
después),
del
mismo
modo
que
la
ampulosidad
con
que
pone
en
escena
la
reacción
nada contenida de
Wyatt
al
asesinato
de
Morgan,
con
aparato
de
grúa,
lluvia
y
truenos,
si
bien
comunica
su
conversión
en
ángel
vengador de forma épica,
arruina
un
planteamiento
visual
que
contiene,
pese
a
lo
fallido,
una
idea
brillante
concerniente
a
su
relación
con
Allie y Josephine.
¿Y
qué
hay
del
gunfight en
O.K.
Corral?
No
llega
al
de
Sturges
(ni
Ford
llega
al
de
Sturges)
pero
brilla
especialmente
en
su
preámbulo,
más
sobrio
que
el
de
Kasdan,
con
menos
planos,
sin
contrapicados
ni
cabezas
calientes
que
magnifiquen
y
teatralicen
el
trayecto,
y
ello
gracias
a
un
hallazgo
visual
que
revelan
un
raro
talento
en
Cosmatos,
las
cuatro
figuras
de
paño
negro
se
recortan
contra
el
fuego
accidental de una
casa,
en
una
elocuente
expresión
física
de
las
emociones
ígneas
que
consumen
a
los
hombres
en
los
momentos
previos
al
encuentro.
Lástima
que
el
guión
no
motive
debidamente
el
enfrentamiento
al
que
llegamos
sin
demasiada
tensión,
su
origen
a
apenas
son
unas
bravuconadas
de
borracho
que
se
van
de
las
manos.
Quizá
ese
era
el
propósito
de
Jarre,
mostrar
cómo
un
incidente
menor
deviene
en
el
duelo
más
célebre
del
oeste.
No
sé,
hay
tantos
titubeos.
Pese
a todo, el film posee una primera hora espléndida en la que se
retrata con singular tino a un buen número de personajes
reconocibles de otras versiones (cómo el actor que encarna a Fausto,
eco de aquel otro que leía a Shakespeare por las tabernas de
Tombstone en My Darling Clementine, y
que aquí acaba asesinado, mártir de la belleza en un mundo brutal)
y se ponen en escena temas, ambientes y diálogos poco habituales en
el género.
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