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lunes, 23 de septiembre de 2013

EXPEDIENTE WARREN.




1.

Supongo que cada década tiene a su alquimista. La mixtura de los miedos colectivos en el alambique de siempre destila una nueva pócima. Nos embriaga pese a su regusto tan familiar y lo apuramos a sabiendas de la resaca que nos aguarda.
Shyamalan nos enseñó cual era la naturaleza del miedo y el modo de afrontarlo, no de vencerlo, de resignarnos a llevarlo pegado a la piel. Nos habló del alcance de su poder. La conveniencia, llegado el caso de crear monstruos colectivos que pongan grillos a los demonios que anidan en cada individuo. A amarlo y hacernos fuertes en él.
El espectáculo turbador de una humanidad suicida saltando al vacío, la última respuesta coherente que nos ha dado el hindú, cifra la esencia y corona a uno de los proyectos más coherentes y poderosos de la última década en su empeño por explicitar aquel “malestar” antiguo incubado a la sombra de la imposible tarea de conciliar los deseos personales con una tarea colectiva.
 La recalcitrante presencia de esos otros que disponen minuciosamente nuestro infierno y de la que no nos libramos ni cuando mueren los cabrones. El interminable catálogo de renuncias que nos imponemos gustosos  llevados por esa estúpida inclinación a estrellarnos siempre en el mismo coche que responde al nombre de mujer. La necedad de querer leer en los hechos y la paradójica necesidad de creer en esa lectura para conservar el juicio.  El amparo que dispensa el miedo que, cuando no existe, lo inventamos a nuestra imagen y semejanza. Y por último, la aceptación ominosa de que tras  ninguna de esas puertas hay una salida. 
Esta bárbara conclusión, que hubiera aplaudido nuestra amada Justine,  sólo podía tener una continuación verdaderamente coherente. El silencio.

 Pero M. Night, no se ha leído a Wittgestein, por desgracia.




2.

El relevo lo ha tomado James Wan. El espesor metafísico de su cine es del grosor del satén. El incitante y etéreo satén.
Si hubiese que buscar un antecedente entre los “viejos” masters of horror, diría que el asiático es el nuevo Wes Craven. Un talento orientado a la taquilla en igualdad proporcional a su mediocridad creativa. Su olfato de vendedor ambulante le hace disponer el carrito en la rambla más transitada, apuntarse a la corriente estilística y temática de moda, rehacer el último grito o saquear con singular alegría y descaro notable, las viejas reliquias del género.
Pero de igual modo que Craven no mejoró con los años, y tras Pesadilla en Elm Street (1984), su único film visible,  notable diría, y se limitó a buscar con perruna sumisión al público olfateando entrepiernas y excrementos (qué distinta actitud a la insumisión, independencia y honestidad de dos grandes maestros como Carpenter o Romero), en una deriva creativa que lo único que nos ha aportado fueron, por una parte,  las carcajadas de la serie Scary Movie (2000), a modo de lúcida respuesta a la soporífera colección de Scream (1996). Y más tarde, el soberbio remake de Las colinas tienen ojos (2006),  donde el talento de Ajá rescataba las infinitas posibilidades de una historia que habían sido malogradas por el ahora productor, en su clásico de 1977.
Pues bien, igual que Craven siguió siendo Craven, Wan parece que aprende de sus errores.
Quizá porque Wan nunca ha querido ser Wan. Quizá porque Wan no sabe lo que quiere ser. Y a veces eso juega a favor de uno. Sólo aprendemos cuando nos encontramos verdaderamente convencidos de nuestra ignorancia.
Sin originalidad, ni pretensiones autorales, pero cada vez con más oficio, va destilando un mejunje familiar pero que se nos sube. No juega en la liga de Derrickson, aunque está cerca de la promoción, y ni siquiera al mismo deporte que Zombie,  pero ya nos ha dejado dos perlitas.
 Expediente Warren (2013) viene a ser una enmienda parcial a la prometedora y parcialmente insatisfactoria,  Insidious (2011).
Insidious es una hábil puesta al día de los motivos argumentales de  Poltergeist (1982) trufada con diablos del Mouline Rouge. Es claro que lo que funcionaba allí eran sus mecanismos anticipadores, los resortes narrativos que sostenían una expectación creciente, frente a un clímax lastrado por su falta de inventiva visual  que arruinaba la intensidad de los dos primeros actos. Dicho de otro modo, el fuerte de Wan es la narración.
En Expediente Warren envida con las mismas premisas trucadas pero seguro de los ases que oculta,  dobla la apuesta, infla el material narrativo y se asegura la manga.
Dos familias en vez de una y el doble de posibilidades para diseñar situaciones terroríficas, ¿no? Un ritmo narrativo frenético que no da descanso a la audiencia nos arrastra en su torrentera de incidentes e ideas de múltiples procedencia hacia la cascada de un clímax que nos queda sin uñas, sin aliento y sin ganas de mirarnos en los espejos.
Y es todo, una montaña rusa, el vértigo, el grito y esas risas nerviosas cuando uno pisa tierra. Luego, a otra cosa. Pero al menos, ofrece lo que promete.

3.
Se ve que los fantasmas ya no nos asustan lo suficiente. Desde que el repelente Haley Joel contara su secreto y todos nos descojonáramos repitiendo la consabida frasecita, había que salvar los predios de lo sobrenatural. Es cierto que desde oriente se importó una imagen menos complaciente de la otra vida, que viene a alojarse temporalmente con cierto éxito.  Pero esa tendencia cultural al optimismo metafísico de Platón que incubó en el Cristianismo la idea grotesca del “cielo”, nos hace incómodo a la par que desalentador creer que nuestros muertos son protervas y vengativas entidades. Preferimos creer que son hermosos ángeles protectores que habitan serenos y en beatitud en un lugar hermoso donde no se paga la factura de la luz, con la cara de Patrick Swayze, Audrey Hepburn, o así.
Hasta que alguien, ignoro quién, apuntó que los demonios tienen similares modos pero peores pulgas. El demonio, pobre chivo expiatorio, sí encaja en nuestra cosmovisión.
Supongo que todo estaba ya en el Simon de la soberbia Session 9 (2003), es decir, el lugar maldito y la presencia insidiosa. Si bien, el film de Anderson no da muchos datos, es obvio que Simon, ese que habita entre los débiles y los enfermos, es un ente maligno.
Paranormal Activity (2006) es quizá el primer film que establece con claridad “el criterio de demarcación” entre el espiritismo y la demonología.

Ya lo escribimos hace unas fechas, el siglo XXI es territorio de zombies y demonios.


Wan, virtuoso del “corta y pega”, se apunta al invento con gran éxito.  Expediente Warren borra hábilmente las huellas de su predecesora. La sitúa en otra época y adecúa su estilo visual a la misma. Aquel hermoso rojo de Insidious se vira en ocre tenebroso. Coge el rebufo de Friedkin y le da a la cosa el rigor que prestan las “True Stories”. Cocina rápido, elabora menos la atmósfera y el tempo narrativo que en su predecesora, y pasa directo a la acumulación de efectos, hasta ese exorcismo oficiado con escasa convicción y que tan bien resulta,  porque de nada sirve.
No pidamos demasiada coherencia.
Pero el gran hallazgo de Expediente Warren  es el, por otra parte nada original, punto de partida argumental, la memoria maldita de los objetos.
Desde antiguo el hombre ha creído que ciertos utensilios se magnetizan con una energía sobrenatural, el mana.  El fantástico ha incidido en ello. Hay un film delicioso de una de las filiales de la Hammer, Cuentos de ultratumba (1973), en el que un anticuario interpretado por el gran Peter Cushing, vendía objetos malditos, ente los que se encontraba una tabaquera que aparejaba un demonio. Pues bien, ecos hay de todo eso.
La colecta de objetos peligroso para la salud pública tras los exorcismos en los que colabora el matrimonio Warren, algo así como unos Mulder y Scully civiles y sin escéptico en la pareja (he de confesar  que ando enamorado de la Farmiga desde los tiempos de Infiltrados),  van a parar a un cuarto que increíblemente tienen en su casa, al alcance de la curiosidad de su hija, constituyendo el escenario más inquietante de la película.
Cada chisme en su quietud inofensiva, reposando en silencio bajo una urna o tras una vitrina polvorienta, con su demonio al acecho, a la busca poseerte el alma para destruir cuanto pueda. En fin, asusta. El último plano, lejos del consabido susto en falsete, resulta sumamente inquietante por cuanto frustra parcialmente nuestras expectativas, y revela una madurez en Wan propia del que domina sus recursos, sabe dosificarse y confía en su público.  



Ver también: http://www.cinedivergente.com/criticas/expediente-warren-the-conjuring

domingo, 15 de septiembre de 2013

THE LORDS OF SALEM.






Zombie embrida el furioso corcel.  Lejos queda el ejercicio de caligrafía bárbara con que comenzara a escribir un capítulo propio en la historia del género.  Rob, con la barba canosa y más tablas,  se refugia en la tierra maldita de las brujas para ofrecernos una pieza de cámara interpretada desde una emoción áspera, con la ternura de un abrazo del diablo y la destreza que da al talento, el oficio.

Más allá de su trama y convenciones genéricas, moderadamente interesantes unas y otras, estamos ante un film íntimo, que le susurra a uno obscenidades mientras la noche se hace pedazos (no es un arrebato lírico, alguien dispuso que la visión de The Lords me fuera acompañada de una de las más fabulosas tormentas post-estivales que recuerdo)

Lejos del frenesí visual y narrativo de Halloween; a mil millas del alegre y salvaje pastiche de sus dos primeras obras, Zombie nos sorprende con un film… direlo… sí,  CLÁSICO.  Despliega una puesta en escena serena y turbadora a un tiempo, por la que resuenan ecos de Polanski y disturbios de Argento;  lírica por momentos y grotesca en no pocas ocasiones, cuando se permite levantar el pie del pedal del freno.
Sus planos poseen esa cualidad hipnótica de los grandes cuando disfrutan y hacen disfrutar. Y un pasillo o  el interior de un coche, deviene un espectáculo fascinante, porque los grandes cuando ruedan nos hacen ver esas cosas tan familiares y gastadas, como por primera vez.

 Y un cielo de plomo cubre toda la tristeza del mundo. Y esa conversación, que sabes será la última, en lo que es una apenas presentida y condenada historia de amor. Esto sí es nuevo.

Y sí, hablamos de una película de brujas, demonios verracos y trasuntos de arzobispos que con toda la solemnidad que dan la mitra y la casulla, se la cascan a un consolador.

En continuidad con sus anteriores obras aunque de un modo menos obvio, aparece uno de sus temas dilectos, la familia, la saga.

Los Fireflies y los Myers.

Esa maldición de la herencia, obra del semen y la sangre de la que uno podrá renegar, de la que tal vez uno nunca supo nada, pero a la que nunca, nunca podrá escapar. Así, The Lords acaba siendo casi un perverso cuento de Navidad lovecraftiano, The Heidi`s Baby.


Y Sheri.



                                                                                                       Y la soledad era eso.

Sheri desnuda sobre la cama como una herida abierta a la tarde. Sheri Moon bajo la luna triste y acribillada a chinatos de Meliès, con su mohín travieso y ese acné anacrónico.  Sheri se parece un poco a Briggitte Bardot con resaca después del apocalipsis. Moon Zombie, nuestra musa maldita desde aquella noche de agosto en la que una joven díscola nos cantó el I wanna be loved by you con delectación psicótica y entrega homicida, y me hizo soñar con un morir lento en el abrazo lúbrico de sus piernas.
Miss Zombie,  la sonrisa vertical más afilada de la última década.

Clavada la llevo oigan, en el lugar donde dicen está el corazón.

Heidi fugitiva en la patria del ginocidio de un pasado que era una huida también. Una abdicación de la realidad, una apostasía de la lucidez que le dejaba los pulmones perforados y acantilados en la memoria. Pero el pasado nunca acaba con uno, dicen. Y dicen bien.

Postdata.

Hace pocas fechas compartía envíos con uno de los francotiradores más lúcidos de los que se dedican a esto de escribir sobre películas sin carné. Me contaba que lo que verdaderamente le interesaba de la crítica era la posibilidad de abrir líneas de diálogos; ramblas a la conversación apunto yo.

Naturalmente no podría estar más de acuerdo. Pero uno que es como aquel escritor de Celebrity, simplista y solipsista, más que abrir vías cierra compuertas, levanta mausoleos, enciende velas en el altar de sus muertos que flanqueen los renglones torcidos sobre los que va urdiendo una crónica sentimental.
 Ya lo dijo el tipo que dijo las cosas más importantes el pasado siglo, el yo es un residuo, una excrecencia, una escoria de las cargas de objeto abandonadas, que se va configurando según el modelo de esos objetos perdidos. Y de algún modo, que no acierto a precisar, todo eso guarda alguna relación con el drama de ir cumpliendo años y películas.

Y qué duda cabe, aunque el vínculo sea aún más oscuro, tanto como lo va siendo la tarde que anuncia otro otoño,  The Lords of Salem,  ha ido a alojarse en el motel solitario perdido en alguna carretera secundaria que surca la región de mis emociones. Como un huésped incómodo, hosco y taciturno, con el que no se cruzan más palabras que las que aconseja la cortesía. Pero cuya ventana iluminada en la noche, extrañamente nos conforta.







Warnig nenes!
Rated R disturbing violent and sexual content, graphic nudity, language and some drug use.



lunes, 19 de agosto de 2013

Guerra Mundial Z.





Bueno, ya nos vimos “Guerra Mundial Z”. Sentimientos encontrados, o uno que es un poco esquizoide, el caso es que me decanto por un doble acercamiento al gran proyecto de Plan-B.

1.       En contra (más bien en plan cabrón)

¿Mereció la pena, Brad? Cinco años y lo que nos traes parece un piloto de “The Walking Dead” para señoras mayores. Con la pasta fundida podrías haber financiado las próximas tres joyas de Dominik (o de Malick), o depurado el Ganges, tú mismo, pero algo de utilidad para alguien en vez del enésimo entretenimiento estival.
Para colmo, ya en su estreno USA amortiza el dispendio con lo que no puede contar ni con la simpatía que se ganan los grandes fiascos.  Para los que llevamos dos años leyendo acerca de las accidentadas circunstancias del futuro e improbable film, más interés hubiera tenido editar un documental en plan “Lost in La Mancha” reconstruyendo los avatares y cagadas del proyecto desde el día 1 de rodaje, porque preproducción se ve que hubo poca…,  incluyendo parones, reescrituras de guión y broncas de plató con tu querido Marc Foster, por cierto, en qué coño estarías pensando para poner a este pavo a los mandos. Fíjate que en conciencia creo que Emerich, el puto Emerich que debería arder en una hoguera alimentada con todo el fotograma inútil que ha malgastado, hubiera venido mejor a la jarana catastrofista que te montas. Hubiera ahorrado tiempo y pasta, desde luego no hubiera despertado expectativas, alentado esperanzas, avivado el deseo de la gran épica zombi.
Y es que Brad, los hay que lo tienen y los hay que no. Snyder lo tiene, vaya si lo tiene y así se le reconoce en los primeros minutos de “Guerra Mundial Z”, fusilando el estilo de los créditos y planos como el de la puerta del dormitorio entornada. Aplicando al pie de la letra el esquema narrativo, aunque de forma torpe, nada de calma tensa llena de presagios como antesala del apocalipsis y sí las manidas escenas familiares para darle nervadura dramática al cotarro y que lejos de hacernos temer luego por la vida de sus miembros, nos decanta por la causa caníbal del zombi. La primera gran secuencia de pánico se malogra por un montaje frenético, por una falta de inventiva alarmante que desaprovecha generosamente todos los medios del mundo. Ay, la de situaciones posibles que la imaginación estragada de uno anticipa, y la ramplonería simplona con que finalmente es despachada en apenas cinco minutos sin que nada destacable suceda, salvo ver americanos correr, claro, eso sí que es destacable. 
Hasta aquí podemos encontrar algún parecido con “Amanecer de los muertos”, luego la cosa se parece más a “2012”, del susodicho teutón.  No obstante, es el itinerario de este fulano que trabaja para la ONU (si al final va a resultar qué sirve para algo) donde el interés de la película crece, gracias a la aparición de personajes episódicos francamente bien escritos y mejor interpretados que alivian la omnipresencia de Mr. Pitt. A través de ellos adivinamos la urdimbre coral que teje la novela de Brooks de la que queda algún torpe flash-back que apenas alcanza para aquilatar la dimensión global de la plaga, reduciendo esta ambiciosa premisa al turismo accidentado de Gerry por Corea, Israel y Gales.
La batalla de Moscú fue suprimida por no encajar la violencia que desplegaba el hombre de la ONU con el retrato entrañable de ese padre de familia y amante esposo que se empeña en representar Brad Pitt. Lástima, me da que Angelina estuvo tras el tijeretazo, qué no es ejemplo para los niños ver a papá el día del estreno decapitando y destripando a diestro y siniestro, aunque sea a no-muertos de aviesas intenciones. En fin. La asepsia, en este sentido, del film, tampoco ayuda. Vale que no esperaba encontrarme con los pochlats del maestro Romero, pero hombre, algo de sangre, aunque sea digital, que no deja manchas y Angelina se enfada menos.
Si el cine de zombis, nos interesaba o interesó, que ya cansa, es porque el filón original ofrecía  la ocasión de esbozar negrísimas radiografías del alma podrida del vivo en su lucha contra la carne putrefacta del muerto. No por la acción, sino por la quietud del cerco que se cierra sin prisa pero firme.  Por un final, el único posible: cuando la muerte no es fin la vida está acabada.
Ahora todo es solidaridad y buenrrollismo. Lástima.



2.       A favor (más bien indulgente)

A estas alturas poco le queda al subgénero por ofrecer.
Diría que “The Walking Dead” está agotando gloriosamente el amplio catálogo de posibilidades que hace 45 años vislumbró el jefe de todo esto, Mr. George A. Romero, manteniendo su implacable pesimismo antropológico, toda la visceralidad del de Pittsburg  y su sádico sentido del humor. Quizá falte la sátira. El caso es que con un Blockbuster que busca al gran público y no sólo al zobífilo no hay que ser puntilloso. Y el film cumple, da acción y da suspense. A este respecto, el último bloque es modélico, me dejó sin uñas. Pero su mayor logro es el episodio de Israel, tanto por su espectacularidad como por las jugosas lecturas que ofrece. La frenética escalada de los muros de Jerusalén, que habría despertado la envidia de los cruzados (y de los sarracenos), forma parte desde ya de las antologías del género.
Resulta que Jerusalén, salvada por la previsión de un tipo del Mosad que decidió interpretar al pie de la letra un comunicado interceptado en el que aparecía la palabra “zombi”, acoge a los refugiados de extramuros, incluso a los palestinos. Naturalmente no en un ejercicio de compasión hebrea sino de inteligencia logística. “Cada vida salvada es un zombi menos al que combatir.” Se apresura a justificar el agente del Mosad ante el estupor de Brad Pitt cuando ve las banderas cisjordanas ondeando al viento junto al trapo de la estrella de David. Pero hete aquí que será la jarana que despierta el hermanamiento entre los pueblos otrora hostiles, los decibelios que acarrea la recién pactada confraternidad, los buenos sentimientos de los que se llena el aire de la Ciudad Santa los que encabritan de mala manera a la turba multa de no muertos que por la mala leche y determinación con que escalan el muro, diríase que son ortodoxos nada contentos con la nueva alianza y resueltos a restablecer Ley de Yavéh. Y vaya si lo hacen.  
En el bloque coreano se ofrece un siniestro apunte acerca de los expeditivos métodos de los vecinos del norte para atajar la plaga: arrancaron en menos de 24 horas los dientes a toda la población. No Teeth no Bite.
En cuanto al zombi en sí, la mayor aportación del film es convertirlos en una masa homogénea que actúa al unísono alentados por una fuerza atávica, demoníaca, brutal, que los convierte en temibles agentes del caos. No comparecen los consabidos escrúpulos por disparar contra un semejante. Lejos quedan las inermes criaturas de “The Walking Dead”, instrumentos al servicio del vivo. La dimensión mágica de lo sobrenatural y el misterio sucumbe ante la ferocidad de las legiones de no muertos. Nunca un ejército de zombis causó estragos mayores que los que literalmente fluyen torrenciales por los fotogramas de “Guerra Mundial Z”. Tanto en la secuencia de créditos como en el parlamento de un virólogo, se insinúa que pudiera ser la propia naturaleza la que estuviera tras la plaga. Quizá en un gesto defensivo contra el crecimiento demográfico descontrolado. Quizá porque nos hemos ganado a pulso su odio, aunque a mí nunca me cayera bien. Estoy con la Geynsbourg, es la iglesia de Satán.
Esperemos que la versión de DVD incluya, como suele ser habitual, alguna escena descartada que sea, no ya gore, siquiera algo violenta, tal vez la añorada batalla de Moscú, para satisfacer nuestra sed de sangre y que acerque el film de Mr. Pitt más a la tradición del subgénero que a las fantasías del catastrofismo ecológico.      


Os dejo con el soberbio “Isolated System” de Muse que abre la cinta. Un acierto.