Shasta se materializa en los pliegues de
la palabra mágica de Sortilège. Thomas Anderson funde sendas imágenes y reserva
un lado del encuadre para cada mujer. Shasta parece entonces crecer en la
cabeza de Sortilège.
Shasta es convocada por la palabra que describe con precisión su atuendo; la vemos recortada sobre un fondo azul, literalmente out of past, primero una mancha informe, fuera de foco, que se va encarnando en luz, crece, gana vida y carne a medida que Sortilège se desvanece, abandona la imagen aunque no la palabra.
A Doc lo encontramos tumbado, yacente,
estático, con la mirada prendida de un mar que no vemos, bañado por un azul
cargado de todos los valores posibles con que la tradición ha investido a este
color (nostalgia, melancolía, romanticismo, ensoñación, idealismo, tristeza, etc.).
El plano cenital crea la ilusión de que Doc se encuentra en un ataúd. Ciertamente es un muerto desde que Shasta se fue.
No es difícil imaginar que tiene a
Shasta clavada en el pensamiento (he de confesar que la primera vez que vi la
película, creí que Doc al verla preguntaba:"¿Eres un sueño?"; me
pareció hermoso), de modo que al volver la cabeza en su dirección, diríase que
su evocación se ha materializado.
Shasta ha avanzado hacia el primer
término con la mirada fija en un punto que se orienta -sin llegar a converger -con
el eje de la cámara. Sin embargo, cuando Doc repare en ella estará de nuevo
junto al marco de la puerta, justo en el umbral, aguardando de nuevo a cobrar
realidad al ser percibida (ser es ser percibido).
Aguardando su licencia para cruzar el umbral e ingresar de nuevo en su vida.
Este salto de raccord favorece un
elemento esencial en la atmósfera de la película: la sensación de cierto
desfase temporal y desubicación espacial de los personajes.
La horizontalidad y el estatismo de Doc
contrasta con la verticalidad y el movimiento de Shasta. A esto se suma la
dificultad de Doc para particular palabra frente al dominio del discurso que
esgrime ella.
Shasta primero permanecerá inmóvil
estribada en el marco blanco que queda a la derecha del encuadre, mientras que
el azul del pasado permanece a nuestra izquierda, como si Shasta estuviera aún en
el umbral entre los dos tiempos, un umbral que además, da acceso al cuarto que
ella no cruza hasta ver la buena predisposición de Doc y su autorización tácita
de dejarla entrar de nuevo en su vida.
Ahora se aleja hacia la derecha del
encuadre, donde recupera una proporción menor y absorbe de nuevo algo de luz
para recuperar su aspecto vulnerable, para volver a recobrar el dominio y "encararse" con Doc.
Más tarde se mueve a la izquierda del
sofá, envolviendo todos los flancos de Doc, impregnando con su presencia todo
su campo de visión, saturando su horizonte, un horizonte del que ella nunca fue
desalojada plenamente. Sale definitivamente del azul y entra en el ámbito la
lámpara de mesa, el centro lumínico del cuarto, su lugar más luminoso, donde se
sienta al fin; ligeramente escorado el cuerpo, girando la cabeza hacia Doc y ofreciendo el perfil, fijando la atención en el marasmo de sus emociones. Apareciendo
definitivamente desvalida y necesitada de la ayuda de Doc.
Este movimiento circular, envolvente que
ha desplegado, remite al juego de la seducción hábilmente ejecutado mientras
contaba su historia. La cuidada iluminación del plano matizará su rostro en
correspondencia con la mudanza de sus visajes. Un completo y nutrido repertorio
de a través de los cuales Shasta irá
rindiendo la escasa resistencia que encuentra en Doc.
Sin embargo, Shasta no es un personaje
construido sobre el tipo de la mujer fatal clásica. Manipula a Doc pero no le
miente y desde luego, no lo arrastra a la perdición.
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