Las premisas no son
nuevas.
Un grupo de hombres
aislados. Relaciones tensas, cuentas pendientes, recelos y pérdida
progresiva de la confianza.
El escenario tampoco lo
es.
Un edificio imponente que
cuando estaba habitado era un centro de internamiento psiquiátrico,
construido en el siglo XIX, cerrado por falta de fondos públicos y
que otro escándalo relacionado con la puesta en práctica de una
novedosa terapia.
Como todo espacio que ha
albergado locura y dolor, está lleno de malos recuerdos.
Y una semana por delante
para eliminar residuos tóxicos de los materiales en descomposición.
Los primeros enemigos del grupo serán el asbesto y el reloj (una
semana para hacer un trabajo que demanda el doble de tiempo); el
segundo, más poderoso, serán ellos mismos. Habrá un tercero.
Y
Mary.
De
forma
nada
casual,
Mike
(Stephen
Devedon),
descubre
unas
cintas
magnetofónicas
clasificadas
en
9
sesiones
que
testimonian
la
siniestra
historia
de
Mary
Hobbes.
Todo
lugar
tiene
un
pasado,
y
el
pasado
del
edificio
Kikbride
se
cifra
en
Mary.
22
años
después
de
que
asesinara
a
su
familia,
es
sometida
a
una terapia
regresiva.
Durante
el
estado
hipnótico
se
van
manifestando
diversas
personalidades.
La
princesa,
reducto
incólume
de
la
inocencia
de
Mary,
y
Billy,
personalidad
protectora.
Hay
una
tercera
a
la
que
ambos
aluden
con
sensible
temor,
Simon.
De
forma
paralela
al
aumento
de
la
tensión
entre
Philp
(David
Caruso),
Hank
(Josh
Lucas)
y
Gordon
(Paul
Guilfoyle),
Mike
va
escuchando
las
distintas
cintas
con
creciente
expectación
a
medida
que
se
acerca
el
momento
de
la
aparición
de
Simon.
Y
algo
le
pasa
a
Gordon.
Una
imagen
se
repite,
una
de
los
dos
iconos
del
film.
Gordon
sentado
en
el
coche,
detenido
ante
su
casa.
Mirando
a
través
del
cristal
y
la
lluvia
con
una
tristeza
sostenida,
una
congoja,
un
temor
que
le abruma el ceño.
Parece
que
no
se
resuelva
a
entrar
en
su
hogar,
esa
familia
anhelada
por
la
pareja
tanto
tiempo
y
que
se
está
convirtiendo
en
un
pesado
fardo.
Y
al
fin
sale
a
la
inclemencia
de
la
tarde-noche.
El
espectador
sólo
alcanza
a
ver,
desde
la
puerta
exterior,
la
cocina
y
a
Wendy
atareada.
Escuchamos
la
entrada
de
Gordon.
Lleva
un
ramo
barato
de
flores.
Hay
que
celebrar
que
le
han
dado
el
trabajo.
Gordon
la
aborda,
suponemos
por
el
diálogo,
de
forma
lasciva,
ella
rehusa
con
vehemencia
por
no
tratarse
del
momento
adecuado
y,
por
accidente,
le
vierte
la
olla
sobre
la
pierna.
Gordon
grita,
y
su
grito
de
dolor
se
enreda
con
el
de
Wendy
y
el
llanto
de
Emma
en
un
cortinaje
sonoro
que
hace
presagiar
lo
peor.
Más
tarde,
Gordon
refiere
el
incidente
a
Philp,
sólo
abofeteó
a
Wendy,
desde
entonces
duerme
en
un
motel.
Pero
el
espectador
sabe
que
duerme
en
su
furgoneta...
En
ocasiones
Gordon
parece
no
ser
dueño
de
sus
actos
o
no
tener
una
completa
percepción
de
la
realidad.
Esta
actitud
errática
siembra
una
inquietud
en
la
audiencia
a
medida
en
que
los
paralelismos
con
Mary
se
van
acentuando
y
los
presagios
se
materializan.
El
guión,
escrito
a
dos
manos
por
Anderson
y
Devedon,
dosifica
la
información
con
maestría,
permitiendo
a
la
audiencia
apenas
anticiparse.
Al
final,
Gordon
colgará
las
fotos
del
bautizo
de
Emma
en
las
paredes
del
cuarto
de
Mary,
mientras
trata
de
hablar
con
Wendy
por
un
móvil
destrozado.
El
círculo
se
cierra.
Gordon
asume
que
en
adelante,
la
habitación-celda
será
su
hogar.
DOC:
-¿Dónde
vive la princesa?
BILLY:
-En la
lengua.
DOC:
-¿Dónde
vives tú?
BILLY:
-En los
ojos, porque lo veo
todo.
DOC:
-¿Y dónde
vive Simon?
Y
la
sesión
9ª.
Y
Simon.
El
conflicto
entre
los
hombres
llega
a
su
punto
álgido
a
raíz
de
la
desaparición
de
Hank
y
las
suspicacias
de
Gordon
hacia
Philp
(Hank
le
birló
la
chica
y
aquél
no
le
tiene
demasiada
simpatía).
Pero
alguien
ha
visto
a
Hank
en
el
edificio,
y
mientras
se
afanan
en
buscarlo,
Mike
encuentra
el
momento
propicio
para
acabar
con
la
última
cinta,
en
la
que
aparece
Simon.
Simon
no
es
una
personalidad
más
de
Mary, un delirio con el que enmascarar la realidad. Simon es
una entidad malévola que se alimenta de negatividad, del odio o el
miedo.
DOC: -¿Dónde
vive Simon?
SIMON:
-Entre los
heridos y los débiles,
Doc...
Palabras
con
las
que
concluye
Anderson
el
film,
con
el
fondo
de
un
plano
aéreo
del
amaenazdor edificio,
como
un
gran
murciélago
con
las
alas
desplegadas.
Anderson
adopta un estilo elusivo, de los crímenes de Gordon sólo vemos sus
consecuencias, los cadáveres, nunca su ejecución, propuesta
coherente con el hecho de que el propio Gordon no es plenamente
consciente de sus actos. Del mismo modo, no se visualizan las
sesiones de Mary con el psiquiatra, tan sólo vemos dos fotos del
personaje que resultan francamente inquietantes, tanto como lo son
las voces.
La
ausencia de espectáculo es suplida con un notable talento para
lograr imágenes que van cargándose de connotaciones a lo largo del
film y cautivan al espectador por su fuerza evocadora, y revela la
existencia de un cineasta de raza que sabe dar forma a ideas,
evitando caer en una excesiva abstracción.
Destaca
el plano con el que arranca el film y que se repetirá, de forma
elocuente, 9 veces, se trata de un pasillo herrumbroso y escasamente
iluminado, con una silla de ruedas. El pasillo conduce a la
habitación de Mary y supondrá el final del trayecto para Gordon.
Del maridaje entre el espacio vacío, siniestro, y un objeto que
testimonia la enfermedad, vestigio de un pasado, presencia que
connota una ausencia, resultan complejas asociaciones de sentido.
Cuando
el pasado año se cantaban las excelencias de un film, estimable pero
mediocre, como Insidious (Ídem, 2011; James Wan) uno
no podía dejar de lamentar el relativo olvido en que ha caído una
obra mayor como Session 9 . Puede
porque sea demasiado sutil para un género al que las estridencias
son tan caras, puede que para una audiencia siempre con prisas y
hambre de espectáculo, resulte lento, demasiado abstracto en su
conclusión.
Puede,
pero Anderson, como Laugier o Zombie, ejemplifica un cine de autor
que no traiciona las premisas del género, que concilia sus
inquietudes con la convención. Sin escora al melodrama (Shyamalan)
ni sacrificio en el altar del logos,
dejando la ambigüedad como una cagadita insolente y pagada de sí.
Pero
de eso ya hablamos en fechas recientes.
Sólo
queda lamentar que Anderson no se prodigue más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario