Se discute
la capitulación,
mientras se
aproximan car-ca-ja-das.
Nacho Vegas
No
sé
cómo
no
lo
vimos
llegar.
En
mitad
del
jolgorio
nos
apagaron
las
luces
y
aunque con las
copas
calientes,
qué
coño,
estábamos
en
todo
lo
alto.
Cerrado
por
derribo,
dijeron,
y
la
orden
de
desahucio
fue
cursada
vía
exprés
y
sin
remedio,
con
la
rúbrica
del
desencanto
y
un
matasellos
familiar
pero
olvidado.
Crujir
de
dientes,
las
manos
a
la
cabeza.
Se
muerden
amenazas,
se
cantan
himnos,
se
debate
en
la
red.
Vivimos
días
extraños,
vivimos
días
convulsos. Y esta semana de
julio, no
podemos,
no
debemos
dejar
de
preguntarnos
que
parentesco
guarda
esta
España
nuestra
con
aquella
otra
España
de
los
abuelos
que
estas mismas fechas comenzó
a
matarse
por
plazas
y
alcázares,
por la
vega
y
en
el
monte,
bajo
la
encina
y
contra
la
tramontana.
Sin
piedad,
con
un
odio
secular
enroscado
en
las
tripas
que
promovió
disturbios
de
pólvora
y
tiñó
de
rojo
el
hierro
moruno.
Repasando
las
páginas
de
Madrid, de
Corte a Cheka
asistimos
al
clima
de
intenso
debate
que
sacudía
desde
el
Ateneo
hasta
las
tertulias
de
amigos
por
aquellos
días
previos
al
Alzamiento,
a la República.
Y
en
esas
parece
que
andamos
estos
días,
aunque
sin
tan
malos
presagios
y en Monarquía. Bueno.
El
debate
que
siempre
se
abre
cuando
queda
patente
la
ineptitud
o
mala
voluntad
de
los
gobernantes.
El
debate
que
arranca
de
la
certeza
de
que
aquellos
que
elegimos
para
que
defendieran
nuestros
intereses,
defienden
intereses,
pero
no
los
nuestros.
El
debate
que
transita
la
vía
enardecida
del
político
y
su
llamado
incondicional
a
la
militancia
y
la
toma
de
posiciones,
el
salto
a
la
calle,
y
la
vía
serena
y
tibia
del
intelectual
cínico
que
revisa
argumentos,
desenmascara
ideologías, arriba falacias y
esgrime
buenas
razones
para
no
hacer
nada,
en
espera
de
que
sea
la
calle
la
que
entre
en
el
estudio.
Por
la
ventana,
tarde
y mal, como en aquel film de Bertolucci.
En
la huelga de ayer, se nos dijo que se instaría al Gobierno a
convocar un referéndum para que la ciudadanía se pronunciara sobre
los recortes. Algo utópico pero que reabre un debate crucial en este
momento de la historia que estamos padeciendo (la historia sólo se
padece), ni más ni menos que el relativo a la legitimidad del poder
político, el poder constituido y el derecho que debiera ser
inalienable del pueblo para erigirse en poder constituyente, como
defiende Antonio
Negri.
Como
pasó en Islandia.
Seamos
claros, el cáncer de la democracia son los partidos políticos,
erigidos sobre una estructura nada democrática que desprecia a sus
bases y prioriza intereses personales, favorece despotismos,
amiguismos, y demás oficio de alimañas. Un modelo que sigue siendo
en espíritu el sistema canovista, urdido al socaire de la nula
educación política de un pueblo que nada ha progresado a este
respecto.
Recuerdo
a un sujeto que, antes de las elecciones, publicaba, tercio en
ristre, que votaría al PP. Aspiración legítima, de no ser que el
chaval en cuestión tiene una minusvalía y trabaja para una empresa
a la que el Gobierno subvenciona para que emplee a personas con
desventajas y favorecer su integración.
-¿Vas
a votar contra un modelo que te da
trabajo?
Los
hombros se encogen, las pupilas desaparecen tras las muchas
dioptrías. Cuelga una sonrisa bobalicona y complaciente.
He
aquí un triste ejemplo de una ciudadanía que, como Cánovas
sospechaba, carece de la más elemental cultura cívica. Sólo que
ahora a los politicastros no les hace falta el recurso al
“pucherazo”, el mismo electorado se hace el harakiri.
Los
partidos mayoritarios se turnan con igual desfachatez alentando eso
de que votar a los terceros excluidos es “tirar el voto”. O votar
en blanco, dar el voto al ganador.
Mantenemos
un sistema obsoleto, fraudulento y corrupto, un puñado de payasos
que acabarán por vender el circo entero. Europa no puede, no quiere
confiar en esa caterva inmunda calienta-escaños que entregarán, de
aquí a no muy tarde, el Congreso a algún comisario europeo y huirán
con los bolsillos repletos.
Nos
gobiernan los amigos de los que sacaron Bankia a Bolsa mintiendo.
¿Cómo pretenden que los Mercados recobren la confianza en un Estado
fraudulento? Cada vez que Montoro asoma su jeta de Nosferatu la prima
de riesgo sube diez puntos.
Todo
el capital de la Nación está volando hacia fondos alemanes,
brasileños, a Singapur. Estamos en bancarrota. Si el pago de las
nóminas de los trabajadores públicos está en el aire, de las
pensiones a medio plazo, mejor ni hablamos.
Hoy,
la Comunidad valenciana, qué curioso, ha pedido la intervención
estatal. La autonomía más corrupta, el mayor ejemplo del “pelotazo”
urbanístico, feudo del PP.
De
esta no salimos hasta que los que gobiernan y su hipócrita
oposición, caigan.
Ayer,
tras la mani, un maestro y amigo, nos instaba a conspirar, en
la cocina, el la tasca de la esquina, en el blog.
Conspirar.
Sabemos
que las manifestaciones fue un fenómeno surgido en la Revolución
Industrial, como la huelga. Ahora sirven más bien de poco. El poder,
de momento, controla a las fuerzas de seguridad y los medios de
comunicación, pero con los tijeretazos que les está propinando,
tengo mis dudas sobre el tiempo que seguirán su juego. En Defensa,
se plantean eliminar 22.000 empleos. ¿Lo harán? Sí, si no hubieran
escuchado hablar de la Revolución de los claveles.
El
mismo hombre sabio de antes, nos hablaba de la traición del Borbón
al franquismo y que acaso, la supervivencia de la Casa Real y su
presupuesto de dos kilos anuales, dependa ahora de traicionar a esta
clase política. Los daría por bien invertido, borraría el morao de
las banderas de mil amores. Regaría la Flor de Lis.
Traicionar.
La
amenaza de una guerra civil es siempre algo a tener en cuenta. Muy en
cuenta. Si bien, lo más probable sea que entre esta tremenda e
indeseable solución y la vía islandesa, acabemos políticamente
intervenidos por Alemania, trabajando 12 horas al día para pagarles
la deuda. Almunia, al fin, tendrá su revancha.
La
gran broma final.
En
las pancartas de las manifestaciones, brilla el ingenio nacional, esa
mala leche inextinguible que se prodiga menos de lo que quisiéramos.
Y de entre todas, me quedo con una:
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