Ayer fuimos testigo, una
vez más, de un acto ignominioso, es decir, de una afrenta pública.
El lugar, el Congreso de
los Diputados, sede de la Soberanía Nacional, donde se sientan los
señores que nos representan a todos a la hora de legislar.
Y que legislan para
todos. O eso deberían hacer. A eso están obligados según la
Constitución.
Siento ser tan didáctico
pero diríase que a veces se olvidan, nos olvidamos, de algo tan
básico, sencillo, esencial.
Ayer asistimos a un hecho
que, sería vergonzoso si se tratara del Congreso de Ucrania o San
Marino, pero siendo el Congreso de España donde ocurrió, es decir,
el lugar donde se sientan los tipos que me representan a mí, para
empezar, es simplemente ignominioso.
Vaya con la palabrita,
pero no encuentro otra que lo defina mejor al espectáculo de ver a
sus respetables Señorías, especialmente a aquellos representantes
de la voluntad de 14 millones de españoles, la de esos que han
necesitado la mayor crisis económica de la historia para alzarse
(sí, alzarse) con el poder, aquellos que se antojaron respuesta y
única esperanza para remontar una situación, ya de por sí,
insostenible, aquellos que colectaron votos gracias al nerviosismo,
la incertidumbre, la desesperación, jaleando y aplaudiendo los
mayores recortes de la historia de la democracia, como una jauría de
alimañas obscena y babeante ante la carne fresca del cadáver,
aplaudiendo y jaleando cada martillazo que la maza de Rajoy propinaba
a las ruinas del estado de bienestar.
Aplaudiendo y jaleando,
como en un partido de fútbol.
La Constitución define
a España como un Estado Social y de Derecho. Según
lo primero, es deber de nuestros gobernantes velar por el bienestar
de la ciudadanía, garantizando unos mínimos salariales y en
prestaciones, en sanidad y educación. Ayer se reformó la
Constitución por canales infrecuentes, en silencio, mirando a otro
sitio mientras se soltaba el salivazo, forzando la tos para que no se
escuchara la página rasgada.
Ayer
España dejó de ser un estado social.
Estado
de Derecho. Nadie por encima de la Ley.
Y Andrea Fabra.
-Qué se jodan.
-Qué se jodan.
Un
que se jodan que
ya forma irremediablemente parte de la historia carpetovetónica de
la infamia. Es el mismo que
se jodan que
llevan siglo profiriendo las clases caciquiles mirando de reojo al
jornalero de cara amojamada, es el mismo que
se jodan que
lleva siglos escuchando con resignación los miembros de la otra
España. La España del trabajo y el sudor, cuando hay del primero y
ocasión para el segundo. La España que hacía cola aferrada a la
cartilla de racionamiento como a un escapulario. Cuando había
cartilla. La España que hace cola en la oficina del INEM, o espera 6
horas en urgencias, o distrae las horas del día en un banco hasta
que sea la hora para volver al albergue.
Ese
que se jodan
unánime
y tan familiar en nuestra historia, resonará aún para nuestros
hijos entre las ruinas de un país que seguirá, como es deseo de
esta señorita, jodido.
Esta
grandísima hija de su padre, de la que a buen seguro, estará
orgulloso, es la hija de Carlos Fabra, máximo exponente de la
pervivencia del caciquismo patrio, un motivo más para la vergüenza
y la indignación popular, y un ejemplo ilustrativo de los valores
que su partido abandera.
Imputado
por cohecho, tráfico de influencias y delito fiscal, pertenece a la
familia con mayor tradición política de Castellón: la quinta
generación de presidentes de Diputación.
Los
Corleone levantinos.
Pero
España es un Estado de Derecho.
Sí
señorita, ayer nos jodimos todos. Su familia lleva años jodiendo al
Estado de Derecho, ayer se jodió el Estado Social y el mañana es
cada vez más incierto, salvo por una cosa claro, estaremos jodidos.
Una
recomendación si me lo permite su Señoría. En la próxima sesión
en vez de emplear la expresión de marras, usted, que a buen seguro
es lectora de Faulkner y conoce Luz
de agosto,
debería citar a Brown
para referirse a los primos que engrosamos las filas de la otra
España, con una expresión más rotunda, contundente, apropiada a la
situación:
Pobres desgraciados
hijos de puta.
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