miércoles, 4 de julio de 2012

Euro 2012 : Ideología y Cinismo













En La noche se mueve (Night Moves, 1975; Arthur Penn), una guapísima Jennifer Warren preguntaba a uno de mis héroes, Harry Moseby (Gene Hackman): -¿Qué hacías el día que mataron a Kennedy?
¿Quién de nosotros no recuerda lo que estaba haciendo cuando le sorprendió el 11-S o el 11-M?

Pues bien, último mes nos ha dejado un curioso deporte entre los miembros que engrosan la flor y nata de la intelectualidad carpetovetónica, vocear por redes y fronteras lo que hacían durante éste o aquél partido de la roja, tendencia que se vio acusada el día de la final:

INTELECTUAL 1 (Poniendo cara de fumarse un puro): -Pues mira chico, yo estaba traduciendo La fenomenología del Espíritu.
INETELECTUAL 2 (Comprometido): - Yo ayudaba con el fuego en Valencia.
INTELECTUAL 3 (Solidario): -Y yo andaba camino a la capital en compañía de los mineros (y aunque alguno llevaba la radio puesta, me aislé escuchando en el iPod el Concierto de Brandemburgo 2)
INTELECTUAL 4.0: -Aquí estaba yo, boicoteando el partido con tuits satíricos.

Cualquier cosa por desmarcarse del grueso de la población que voceaba con cerveza y cigarrillo al televisor.
Y bajamos la mirada con gesto grave, y nos llevamos las manos a la cabeza incrédulos, -con la que está cayendo-, compungidos por lo mucho que nos duele España, por la compasión que nos produce la algarabía de la masa a la que mañana se le olvidará sellar la tarjeta de demanda y darán el sablazo cuando vayan a comprar el ibuprofeno para aliviar la resaca.

-Pobres, danzad, danzad, malditos...-
Yo he sido el primero en sucumbir a ese complejo de vieja ceñuda con el cerco de disgusto en la boca, mientras los coches pitaban a la noche su alegría victoriosa, apresurándome a cerrar ventanas a despecho del calor, con los tapones de gomaespuma calzados, para volver a mis quehaceres con el gesto desdeñoso, henchido de solitario orgullo y desprecio colectivo.
Es tan tentador (y necesario a veces) desmarcarse de la tribu, sus insulsas y tristes diversiones, su patético e infundado regocijo en éxitos ajenos de los que misteriosamente se sienten partícipes.
Es demasiado fácil desmontar el mecanismo de esas ilusiones que excitan emociones colectivas y movilizan a un pueblo de sólito perezoso e idiota que idolatra a figuras del espectáculo que nada hacen por ellos (bueno sí, consiguen que se olviden se sí mismos, que no es poco).
Es demasiado fácil desenmascarar el elemento ideológico que reviste y la intención que anima, desde los albañales del poder, la promoción de tales eventos, y lo es para cualquiera que se haya leído la contraportada de algún libro de Horkheimer.
Es tan fácil ridiculizar las diversiones populares y populistas del fulano al que tres cicatrices rojigualdas y premonitorias le surcan las mejillas, o de la Mari que luce tetamen bajo la camiseta mojada, izando mástiles por doquier con unos saltitos que dejan la Flor de Lis sin pétalos...

Pero, norte y lucero de la intelectualidad, ¿qué diferencia hay entre que la España de charanga y pandereta se amontone en las calles para celebrar un éxito deportivo a que esa misma España se apile en la arena bajo la sombrilla con su cucurucho de camarones, se pegue el filetazo en la verbena del barrio con el Paquito chocolatero, o se dedique dar botes en el festival de turno?
¿Qué es lo que os molesta tanto del fútbol?
Ya, claro, que nos muestra que la gente podría echarse a la calle con el mismo ímpetu para defender sus derechos.
La triste verdad es que la diferencia entre el tipo que tiene capacidad para enjuiciar críticamente su circunstancia y el juanlanas con la camiseta roja del chino que no se entera de qué va la copla, es, a efectos prácticos, esto es, a la hora de mostrar un cierto activismo cívico, ninguna.

Ninguna.

Salvo que el primero, por saber, es responsable de su silencio, de su pasividad.
Y eso nos crea un profundo y odioso sentimiento de culpa que proyectamos en la serpiente roja que repta por Gran Vía camino de Cibeles.
Nos sentimos más dignos por estar tirados en el sofá con Franzen entre las manos y Sloterdijk esperando sobre el atril. Y claro, pensamos, si 18 millones de españoles emplearan el tiempo que les queda en consumir productos que estimularan su pensamiento en vez de hacerlo con otros que la adormecen, otro gallo cataría, pero, presumir eso es no ser realista, no tener ni puta idea de como es el ser humano.
Pan y circo, y si tenemos que recortar de pan, que no falte el circo.
Era significativa la escasa presencia policial en el centro de festejos de Cáceres, a pesar de la multitud, de las botellas, del lago artificial en el que sumergía la juventud imprudente. Apenas un coche.
Dejad que disfruten, se diría nuestra alcaldesa, que la mayoría mañana no tiene que madrugar.

La diferencia entre el intelectual y el político es que el último sí que sabe cómo es el hombre, aprendieron la lección de la arena del circo romano, y no han dejado de aplicar su magisterio. Y me temo que haría falta que se degradase de una de forma sustancial la “calidad de vida” del españolito medio (que es hijo de Torrente, ojo, no de Ortega ni de Sánchez-Ferlosio, de Torrente, Pajares y Martínez-Soria, espejo en que se han mirado las generaciones de los últimos 70 años), esto es, dejarlo sin techo y subsidio, para lograr movilizarlos, aunque para entonces, se moverían al compás de los halcones radicales del ala izquierda y derecha, cuando se encuentren dispuestos a vender su alma al primero que les ofrezca un mendrugo de pan, como ya nos ha mostrado la Historia (esa que se escribe en mayúsculas).

No, destino y cumplimiento de la intelectualidad patria, no os rasguéis las camisetas de la roja, alegraos porque maris y juanlanas festejen en las fuentes provincianas logros de otros, porque el día que la feliz chusma no tenga para el litro y el ducados rubio, el día que la feliz chavalada salga a la calle mentándole la madre a Rajoy pidiendo por sus derechos, tarde y mal, es decir, con el cóctel en la mano iluminando el corazón de la noche de los cristales rotos, ese día no bastará con cerrojazo a la ventana y gomaespuma.

Y sí, yo vi la final y salí a festejarlo (sin mucha convicción, como alguno me reprochó), y aunque por la mañana me quedó mal cuerpo (por la cerveza que trasegué, mayormente), ese poso incómodo del que siente que ha faltado.

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios/ una de las dos Españas, ha de helarte el corazón.

Pero ya sólo queda una España.
Y es una puta mierda, pero es lo que tenemos y que carajo, merece la pena luchar por esa otra España posible, desde las aulas, para empezar, como lucharon los tipos del 98 y las generaciones siguientes hasta que la las balas silbaron, y en algún camino de Granada comenzó a asesinarse el sueño.
Sólo nos cabe rezar porque la situación actual no arrumbe ese sueño para siempre.
Mientras, el fútbol es un mal menor, como Gran Hermano (qué coño, una diversión infinitamente más digna, menos ofensiva a la dignidad), y aunque me parecen unos cínicos los que afirman que el pueblo se merece alegrías así (es decir, toda nuestra clase política), como afirma Sloterdijk, estamos en el reino de la razón cínica, la mentira hace serios esfuerzos por ser tomada en serio y nosotros de sobras conocemos la distancia que media entre la máscara ideológica y la realidad, pero, con todo, creemos apropiado que la máscara siga en su sitio (es lo más cómodo).
¿No somos todos unos cínicos? Yo al menos como tal actué el domingo, jugué a creerme la mentira. Como tal me sentí el lunes, cuando me parecía más necesaria que nunca.

Por suerte, intelectuales, esa prisa por señalar vuestra ausencia de la marea roja, esa premura por reivindicar una condición, un compromiso, calidades y linajes, ese empeño de ir siempre a contracorriente del populacho, me dibuja una sonrisa.

Bienvenidos al desierto de lo Real...cínico.




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