jueves, 12 de julio de 2012

LADIES AND GENTLEMEN, THE ROLLING STONES!







And time waits for no one,
and it won´t wait for me...

Los Beatles son otra cosa.
Un sonido diamantino que se bifurca de continuo en nuevos ramales, como una secuoya milenaria, un sonido que mide la distancia entre la eternidad y el infinito, pulsando matices, arrancando tonos a los resoles que resuenan en las esquinas del aire, haciendo cantar a un universo pitagórico y bello, luminoso.

Dylan es otra cosa.
Ningún otro músico ha trascendido su ámbito como él, puede que ningún otro artista del pasado siglo lo haya hecho. Si en Estocolmo hubiera huevos, hace diez años que tendría el Nobel. Destiló un sonido en el alambique de la música tradicional de su país sin escorar otras tendencias coetáneas. Algunos de sus versos se citan con lo mejor de la poesía en lengua inglesa:
I´ll know my song well before I start singin´.

Pero Los Rolling Stones, chico, It´s Gas, Gas, Gas.

Un licor turbio que nubla la vista y aligera los pasos, una lujuria de guitarras que se enredan como crótalos en el alma y te queman las venas con su ponzoña dulce, suave y marrón.
Y, let it bleed, mejor la roja fluyendo que un coágulo cárdeno.

Y la embriaguez, ese estado próximo a la experiencia mística que disuelve las fronteras de la epidermis y la identidad, que no es sólo el cuelgue, que no es sólo la borrachera, que no son sólo los ritmos extáticos: es una voluntad, un sacramento, la nueva eucaristía nacida de la alianza entre la nada y el hedonismo, una asunción del ser-para-la-muerte del hombre.

Y un remedio, la castración de Cronos y la ruptura con el ciclo y la duración, para instaurar Aion, juego ideal en el que se afirma el azar, el instante pleno que divide de continuo el presente entre el pasado próximo y el futuro inmediato. La abolición de la sustancia, las jerarquías, la entrega incondicional al frenesí, sin esencia o fundamento.
Un bailar sobre las nubes. La música del acontecimiento.


Porque la música de sus Majestades es una música superficial, gratuita, intrascendente, sin fundamento, tan trivial como una estrella, su razón de ser es la misma, consumirse, pero brillando la ostia, durante tres minutos o un par de evos, tanto da. Apurar el canuto hasta quemarte los dedos, hasta abrasarte los pulmones. El cáliz siempre hasta las heces. Y si sopla huracán, a toda vela, ¿qué importa romper el palo mayor cuando se puede volar sobre las olas siquiera un instante?
Como dice Zaratrusta, la ceguera del ciego testimonia el brillo de la luz que admiró.
La banda, ¿de Londres?, imposible localizarlos en una ciudad aunque sean los eternos exiliados de la capital del Imperio, cumple hoy medio siglo, y eso que en 1964 contaban con seguir al menos un par de años más agitando osamentas y escandalizando ancianitas y bienpensantes.

Si con Dylan la música entra en las provincias de la política y propone un ideario cívico abrazado por una parte de aquella generación, la última que creyó en algo, y fue una suerte de mesías a su pesar (como lo es todo auténtico mesías), los Stones, liróforos de tinieblas, vierten desde su púlpito de carne ávida, un sermón de cinismo, nihilismo, sarcasmo y orgasmo. Se erigen en maestros de ceremonias de una fiesta total y sin remedio, en oficiantes de una misa sacrílega que guiarán el frenesí de sus acólitos hasta las proximidades mismas del abismo.
No hay salvación sin sacrificio y la fiesta acabó en los pulmones ahogados en cloro y rabia de Brian Jones, en cada gota de la sangre derramada en Altamont para limpiar los pecados de estos dioses párvulos y terribles.





Los Beatles les dejaron poco espacio, y lo del epigonismo no iba con ellos, así que siguieron con el blues camino a Memphis hasta que llegaron a la encrucijada donde aguardaban Muddy Waters y Robert Johnson a que llegara Chuck Berry, pero el quinteto se adelantó a todos, saqueó las reservas, y la lió.
Una canción, Satisfaction. En realidad un manifiesto, una declaración de principios, un evangelio maldito. Y un riff soñado por Keith en su cabalgada nocturna a lomos de un corcel brioso del que tantas veces estuvo a punto de caer.
El riff.

Y más tarde Paint it Black, y después, en la cima, cuatro álbumes magistrales, Beggars Banquet, Let it Bleed, Sticky Fingers y, el majestuoso, Exile on Main Street.
Un viaje desde los acordes metálicos como cuchillos de Gimme Shelter, esa petición de ayuda desesperada ante la cercanía del fin (is just a shot away), hasta la réplica irónica, indiferente pero violenta, escéptica o resignada, que se dan a sí mismos en Can´t You Hear My Knocking?, la canción stoniana total, en la que se complican cuerdas, percusión y viento, en una orgía de sonidos que dejarían exhausto al mismo Dionisos.
Vendieron su alma blanca al diablo negro, y destilaron un licor espeso, bronco, hiriente, exiliados de la calle principal, frente al Mediterráneo, en un palacete que ocupara las SS en tiempos aún más negros. Un torrente de música sin precedente, bueno sí, The White Album, puede que Blonde on Blonde. Se apropiaron de un sonido que nunca más pudieron repetir, imposible sin Taylor, un sonido oscuro que ilumina la noche más oscura con el fuego de las guitarras, las explosiones de los saxos, el bataneo firme de Charlie.

Y luego, de todo.

Aún vendrían los estimables It´s Only Rock and Roll y Some Girls, este último sin Mick pero con Ronnie, y luego, un puñado de buenas canciones, como la infravalorada Down in the Hole, Waiting on a Friend, She was Hot, Harlem Shuffle, tema del 86, y puede que la primera canción del grupo que escuché en mi infancia, y claro, The Worst, gran tema de Richards.
Bridges to Babylon, álbum irregular que fue el umbral por el que entré en su música y al que guardo un inmenso cariño. Saint of Me, qué temazo.
Fijaos que a veces, hasta lo escucho. Tarde en la madrugada, cuando todos duermen y siento nostalgia del que fui.

No os enfadéis por cosas como Shine and Light, no quieren más que hacer que la gente lo pase bien y ganarse unos cuartos. Sé que resultan grotescos en su papel de eternos niños díscolos, en ocasiones, enervantes, pero no me digáis que no lo pasasteis bien a pesar de todo, it´s only Rock & Roll, gente.

Cincuenta años no es nada chavales, parece que, después de todo, el tiempo os esperará.

Pleased to meet you...jóvenes faunos.






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