And time waits for no
one,
and it won´t wait for
me...
Los Beatles son otra
cosa.
Un sonido diamantino que
se bifurca de continuo en nuevos ramales, como una secuoya milenaria,
un sonido que mide la distancia entre la eternidad y el infinito,
pulsando matices, arrancando tonos a los resoles que resuenan en las
esquinas del aire, haciendo cantar a un universo pitagórico y bello,
luminoso.
Dylan es otra cosa.
Ningún otro músico ha
trascendido su ámbito como él, puede que ningún otro artista del
pasado siglo lo haya hecho. Si en Estocolmo hubiera huevos, hace diez
años que tendría el Nobel. Destiló un sonido en el alambique de la
música tradicional de su país sin escorar otras tendencias
coetáneas. Algunos de sus versos se citan con lo mejor de la poesía
en lengua inglesa:
I´ll know my song
well before I start singin´.
Pero
Los Rolling Stones,
chico, It´s Gas, Gas, Gas.
Un
licor turbio que nubla la vista y aligera los pasos, una lujuria de
guitarras que se enredan como crótalos en el alma y te queman las
venas con su ponzoña dulce, suave y marrón.
Y,
let it bleed, mejor la roja fluyendo que un coágulo cárdeno.
Y la
embriaguez, ese estado próximo a la experiencia mística que
disuelve las fronteras de la epidermis y la identidad, que no es sólo
el cuelgue, que no es sólo la borrachera, que no son sólo los
ritmos extáticos: es una voluntad, un sacramento, la nueva
eucaristía nacida de la alianza entre la nada y el hedonismo, una
asunción del ser-para-la-muerte del hombre.
Y un
remedio, la castración de Cronos y la ruptura con el ciclo y la
duración, para instaurar Aion, juego ideal en el que se
afirma el azar, el instante pleno que divide de continuo el presente
entre el pasado próximo y el futuro inmediato. La abolición de la
sustancia, las jerarquías, la entrega incondicional al frenesí, sin
esencia o fundamento.
Un
bailar sobre las nubes. La música del acontecimiento.
Porque
la música de sus Majestades es una música superficial, gratuita,
intrascendente, sin fundamento, tan trivial como una estrella, su
razón de ser es la misma, consumirse, pero brillando la ostia,
durante tres minutos o un par de evos, tanto da. Apurar el canuto
hasta quemarte los dedos, hasta abrasarte los pulmones. El cáliz
siempre hasta las heces. Y si sopla huracán, a toda vela, ¿qué
importa romper el palo mayor cuando se puede volar sobre las olas
siquiera un instante?
Como
dice Zaratrusta, la ceguera del ciego testimonia el brillo de la luz
que admiró.
La
banda, ¿de Londres?, imposible localizarlos en una ciudad aunque
sean los eternos exiliados de la capital del Imperio, cumple hoy
medio siglo, y eso que en 1964 contaban con seguir al menos un par de
años más agitando osamentas y escandalizando ancianitas y
bienpensantes.
Si
con Dylan la música entra en las provincias de la política y
propone un ideario cívico abrazado por una parte de aquella
generación, la última que creyó en algo, y fue una suerte de
mesías a su pesar (como lo es todo auténtico mesías), los Stones,
liróforos de tinieblas, vierten desde su púlpito de carne ávida,
un sermón de cinismo, nihilismo, sarcasmo y orgasmo. Se
erigen en maestros de ceremonias de una fiesta total y sin remedio,
en oficiantes de una misa sacrílega que guiarán el frenesí de sus
acólitos hasta las proximidades mismas del abismo.
No
hay salvación sin sacrificio y la fiesta acabó en los pulmones
ahogados en cloro y rabia de Brian Jones, en cada gota de la sangre
derramada en Altamont para limpiar los pecados de estos dioses
párvulos y terribles.
Los Beatles les dejaron
poco espacio, y lo del epigonismo no iba con ellos, así que
siguieron con el blues camino
a Memphis hasta que llegaron a la encrucijada donde aguardaban Muddy
Waters y Robert Johnson a que llegara Chuck Berry, pero el quinteto
se adelantó a todos, saqueó las reservas, y la lió.
Una
canción, Satisfaction. En
realidad un manifiesto, una declaración de principios, un evangelio
maldito. Y un riff
soñado por Keith en su cabalgada nocturna a lomos de un corcel
brioso del que tantas veces estuvo a punto de caer.
El
riff.
Y
más tarde Paint it Black, y
después, en la cima, cuatro álbumes magistrales, Beggars
Banquet, Let it Bleed, Sticky Fingers y,
el majestuoso, Exile on Main Street.
Un
viaje desde los acordes metálicos como cuchillos de Gimme
Shelter, esa petición de ayuda
desesperada ante la cercanía del fin (is just a shot
away), hasta
la réplica irónica, indiferente pero violenta, escéptica o
resignada, que se dan a sí mismos en Can´t You Hear My
Knocking?, la canción stoniana
total, en la que se complican
cuerdas, percusión y viento, en una orgía de sonidos que dejarían
exhausto al mismo Dionisos.
Vendieron
su alma blanca al diablo negro, y destilaron un licor espeso, bronco,
hiriente, exiliados de la calle principal, frente al Mediterráneo,
en un palacete que ocupara las SS en tiempos aún más negros. Un
torrente de música sin precedente, bueno sí, The White
Album, puede que Blonde
on Blonde. Se apropiaron de
un sonido que nunca más
pudieron repetir, imposible sin Taylor, un sonido oscuro que ilumina
la noche más oscura con el fuego de las guitarras, las explosiones
de los saxos, el bataneo firme de Charlie.
Y
luego, de todo.
Aún
vendrían los estimables It´s Only Rock and Roll y
Some Girls, este último sin
Mick pero con Ronnie, y luego, un puñado de buenas canciones, como
la infravalorada Down in the Hole, Waiting on a Friend, She
was Hot, Harlem Shuffle, tema
del 86, y puede que la primera canción del grupo que escuché en mi
infancia, y claro, The Worst, gran
tema de Richards.
Bridges to Babylon,
álbum irregular que fue el
umbral por el que entré en su música y al que guardo un inmenso
cariño. Saint of Me, qué
temazo.
Fijaos
que a veces, hasta lo escucho. Tarde en la madrugada, cuando todos
duermen y siento nostalgia del que fui.
No
os enfadéis por cosas como Shine and Light, no
quieren más que hacer que la gente lo pase bien y ganarse unos
cuartos. Sé que resultan grotescos en su papel de eternos niños
díscolos, en ocasiones, enervantes, pero no me digáis que no lo
pasasteis bien a pesar de todo, it´s only Rock & Roll,
gente.
Cincuenta
años no es nada chavales, parece que, después de todo, el tiempo os
esperará.
Pleased to meet
you...jóvenes faunos.
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