El estilo de vida que el hombre adopta al descuidar sus posibilidades…Escribimos para conjurar el miedo a la muerte y tender puentes a la alteridad. Lo primero es obvio, no ya por un deseo de celebridad más allá de la muerte que de poco sirve cuando no se goza: si he de ser famoso que sea en vida y lo antes posibles para disfrutar debidamente de las mieles del éxito y el sexo de las becarias, sino porque cuando emborronamos una cuartilla estamos deteniendo el curso del tiempo. La grafía que arrancamos al instante, el párrafo con que saqueo la hora presente, es mi botín de guerra. Se dice que nosotros matamos el tiempo y él, nos entierra, pero, de igual modo que las experiencias y vivencias urden y pueblan nuestra memoria, con malos o buenos recuerdos, la mayor parte del tiempo pasa en vano con su racimo yermo, pasto del olvido más inmediato, salvo que seguemos con destreza su tallo vaporoso y atrapemos el fruto en palabras, frases, textos que testimonian a un tiempo un devenir y la eternidad. El escritor es un taxidermista que dispensa la ilusión de vida a un cadáver. Este es el legado del tiempo cuando comprendemos su naturaleza y la función de la escritura, recolectora de instantes que significan vida, vida naturalmente embalsamada, ficción en definitiva. Al cabo, el olvido, que es ley y no pena, dará cuenta de todo. Como escribió Borges: “Un poeta mediocre: La meta es el olvido. Yo he llegado antes.”
Tendemos un puente a la alteridad cuando somos leídos, criticados, reconocidos, elogiados o denigrados. El otro nos salva de la “objetidad”. En soledad soy un objeto entre objetos. Sólo cuando el otro me dirige su mirada, me interpela o me lee, devengo sujeto. No aspiremos al auto-conocimiento sino al reconocimiento. Este fue el pecio que la filosofía existencialista salvó de Hegel. La síntesis final, rumorosa del clamor de víctimas cuando la Historia imita a la filosofía, se repudia y el espíritu toma un atajo, desbroza temerario el tremedal de vanidades, odios, miedos, pasiones, afectos, envidias, soberbias, rencores que media entre yo y el otro al que, no sin esfuerzo, re-conozco en su alteridad enigmática e irreductible a mí mismo. Si quiero poseerlo lo destruyo como destruimos el lirio que cobramos para apropiarnos de su belleza ignorantes de que esa belleza sólo perdura si aceptamos la triste verdad de su desafecto, nunca le importaremos y seguirá resplandeciendo cuando faltemos. Como destruimos la belleza de la mujer que deseamos cuando la cobramos como un trofeo y la sentamos a nuestro lado y diez años más tarde es como ese lirio marchito que descubrimos entre las páginas de un libro: su belleza es una memoria triste, “el dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces” decimos con la mirada lejana, fija en ese fulgor perdido. Esa es su verdad y nuestro reproche. A la belleza sólo podemos servirla humildes y dejarnos besar por ella, que nos convide a su lecho o nos castigue con su desdén. La belleza es la puta de la que se enamora el adolescente.
“Eres mío”, dijo el poder al mundo. / Y el mundo le hizo prisionero de su trono. / “Soy tuyo”, dijo el amor al mundo. / Y el mundo le dio la libertad de su ámbito. Tagore.
La pura verdad es que ni el tiempo ni el “otro” son poseídos más que en la entrega por nuestra parte, la abnegación y el sacrificio. Escribir es todo eso y más….Do You, Mr. Jones?
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