viernes, 3 de diciembre de 2010

No me acuerdo de olvidarte...

Si quiero que me conozcas te referiré la historia de mi vida desde donde la memoria puede asistirme en la lejana infancia cuando dos y dos sumaban cinco, cada pormenor o mínima alegría, el retrato de los padres, la vez que me hirió la visión del mar o la primera desilusión, la última; el nacimiento de mi hija, la búsqueda de la mujer, en la mujer y por la mujer; las pérdidas y renuncias, algún logro, ningún éxito…te leeré una novela parcialmente basada en la memoria con algo de verdad y mucho de invención, que no de mentira aunque toda mentira no es más que un acto de piedad: mentimos a los demás para que nuestra mezquindad, nuestro egoísmo, nuestra miseria no les hiera, y nos mentimos a nosotros mismos porque somos demasiado mezquinos, egoístas y miserables para seguir viviendo en ausencia de alguna de las virtudes que admiramos, no en los demás sino en sus obras, no en lo que son sino en lo que hacen. En ausencia de memoria la identidad vacila y ha de reinventarse de continuo, de rescribirse, para no desfondarse, por eso los pueblos cantan las hazañas de sus héroes fundadores, por eso tuvimos épica, para saber quienes somos ahora en función de los otros que fueron antes, esta el canto de sirena que encandila a los nacionalismos, la ilusión de una identidad inquebrantable, la afirmación cierta del YO SOY y expresión de su voluntad de querer. No, no creo que el heterónimo sea una novela sin trama, muy al contrario en el entramado de acontecimientos que los teje se cifra su naturaleza íntima. No se trata de soñar una psicología, un carácter, unos rasgos y soltarlo en el ruedo del mundo para que haga su faena, sino que es ésta la que le singulariza y dispensa su carácter. No existe psicología a priori, son las acciones y conductas las que perfilan la personalidad. El carácter son los hábitos que son un destino: El hábito sí hace al monje. Si quieres conocer al alguien, por tanto, no le preguntes por su historia que es una ficción solidaria con la de todos los hombres, en sus costumbres descubrirás al ser que se embosca en el relato. Si como dicen, cada siete años nuestras células se renuevan totalmente, ¿sigo siendo el mismo que era a los veinticinco, y a los dieciocho, a los once, etc.? Somos pues la creación de una memoria infiel que junto a la colección de hábitos que nos visten urden el ser que soy y que fui. Si no tuviera pasado tendría que inventarlo. Del que seré no sé nada y sólo la imaginación aventurera pertrechada con la escritura podrá transitar las sendas de la posibilidad ya en los predios del arte que corrige la vida, y en este meandro retomamos la pregunta que nos acompaña como una fiel escudera: ¿por qué escribimos? Como dices “la escritura es el lugar de lo impredecible”, es decir, de la vida en ausencia de un destino coercitivo que nos aherroja al presente y su rutina, a la inautenticidad. La escritura nos permite cortar uno de los nudos gordiano de la existencia:

El absurdo para Heidegger está basado ontológicamente en el modo

de vida inauténtico del hombre, el estilo de vida que el hombre

adopta al descuidar sus posibilidades entregándose a las

banalidades del presente instantáneo (corresponde a la existencia

trivial del «hombre masa» ortegueano). Fenomenológicamente,

Heidegger llama al fenómeno de la inautenticidad (Verfallen)”

Publicar es harina de otro costal, ahí si interviene el deseo de reconocimiento, motor de la historia a decir de Hegel. Do you, Mister Jones?

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