1.
This
is the end, comienza el premiado tema de Adele. Otro gran
tema, y van unos cuantos. Y algún despistado podría pensar que, en efecto, es
el fin de 007. Skyfall (Sam Mendes, 2012), la entrega conmemorativa del medio
siglo es la pieza que cierra el círculo, completa la serie, permite jubilarse
merecidamente al agente menos secreto más célebre de todos los tiempos.
Nada más lejos. Bien es cierto que el
film, más que un carácter recopilador, festivo, nostálgico, continúa con
asombrosa coherencia, culmina y consuma motivos temáticos e inflexiones
dramáticas de las dos piezas precedentes, echando un cierre provisional pero
rotundo.
Desde que Daniel Craig se hiciera cargo
de 007, el personaje, sensible sin duda a la tendencia introspectiva de sus
colegas del cómic, aparcó su aséptica e
impasible actitud de sicario obediente al servicio nada secreto de la Reina,
con licencia para matar y una
disposición innata a ejercerla, para revelar el conflicto incubado entre
los requerimientos apremiantes del deber y una cada vez mayor dificultad para
conciliarlo con el deseo, una culpa no asistida por el declive de una ideología
harto difusa. Cincuenta años lleva ahogando sus fantasmas en vodka. Las
unánimes y oscuras motivaciones que emanan de la condición humana y se
manifiestan en una peligrosa tendencia a la reflexión, la autonomía, a salirse
del programa, al desacato, cuestionamiento de órdenes y servicios con menoscabo
de esa eficacia maquinal que lo hacía tan preciado, planteando a sus superiores la cuestión la
conveniencia de su servicio.
En
correspondencia con estas aristas irreductibles en el carácter de Bond, la estructura
de los episodios también se ven alteradas. Casino
Royale (2006) y Quantum of solace (2008) incurrían en una anomalía narrativa
inédita en la serie. Una rigurosa continuidad cronológica entre ambas rompía la
pulcra tendencia a comenzar cada nuevo relato desde cero, y volver a encontrar
al personaje con las deudas liquidadas y en gracia de dios. Bien es cierto que el paso del tiempo no
borra totalmente los trazos de escrituras anteriores, motivos y temas,
fantasmas erosivos de la férrea musculatura del personaje venían emergiendo de
cuando en cuando (1).
En Quantum
of Solace un Bond con la licencia revocada actuaba nada fríamente por
motivos estrictamente personales, algo que ya sucedía en la lejana y accidentada
Licencia para matar (1989)
Lo que en sus predecesoras era
tendencia, constituye el núcleo de
Skyfall (2012). Bond ha abandonado
su condición de mero actante. Presenta heridas que el vodka ya no cauteriza, un
esmoquin de alquiler almidonado por el légamo de la traición y la mira de la Walter
un tanto desviada. La barba cana testimonia los muchos años en solidaridad con
una condición física mermada (Podría hacerse una lectura en paralelo entre la
trilogía de El caballero oscuro y las entregas de 007 protagonizadas por Craig
y encontraríamos las base para trazar la topología del héroe en el nuevo
milenio).
La trama de Skyfall discurre por los meandros del drama de Bond. Al extravío
sucede el retorno, al desgarro la costura, el viaje por la alteridad y la
vuelta a la identidad; a la pérdida del hogar, el reconocimiento del tortuoso
camino que finaliza en la patria: el hogar de padres. Escocia. Bond cierra el
círculo.
En Casino
Royale asistíamos a sus orígenes como agente 00, es decir, a su bautizo de
sangre, aquí la Kehre es más
originaria.
En los noventa había bastado con cambiar
el Aston Martin por un BMW y que Moneypenny, lejos de la solicitud de antaño,
le recordara a Bond sus derechos sexuales y normas de urbanidad laboral, para
sacudir el polvo al viejo espía y situarlo debidamente a favor de los nuevos
vientos de los buenos tiempos.
En el siglo XXI todo es más jodido. En
el siglo XXI descubrimos que no somos invencibles, que la seguridad y la
prosperidad son hermosos sueños de los que había que despertar. El mito ha de
rescribirse a partir de estas premisas. Los héroes se arman desde la
vulnerabilidad, el conocimiento de los propios límites y el sacrificio
personal, la aceptación de la renuncia y un compromiso inquebrantable con el
deber. Lo que viene siendo, apretar los dientes y arrostrar el temporal.
Y así ligamos simbólicamente el miedo,
la incertidumbre, el acojono ante una realidad apremiante que ya no ofrece
prórrogas ni pacta nuevos plazos.
El film asume sin ningún pudor un tono crepuscular peligrosamente
suicida para fines meramente
comerciales. Un nuevo e imberbe ”Q” , con aire de informático pajillero, le
recuerda a 007 que un crio con su ordenador en pijama puede hacer más daño que
una reliquia analógica como él en un año.
Nunca se había discutido de forma tan
cruda la pertinencia de los espías de la vieja escuela, templados al fuego
lento de la Guerra Fría, en el marco de un mundo virtual en el que la
información pertenece a los “señores del aire” y los agentes del mal se
desvanecen en el ciberespacio, encriptados tras un código binario. La seguridad
de la sede del MI6 queda en evidencia por dos veces y “M” (Judy Dench) deberá
comparecer ante una sesión de investigación para intentar convencer al Gobierno
de que Electra sigue maquinando a la sombra el apocalipsis y sólo ellos pueden
salvar el mundo.
No obstante, los aires revisionistas que
llegan desde el cine de terror, trufado de referencias a los 70, o desde el cine de acción, rehabilitado por
los machos musculados de los 80, autorizan y respaldan comercial, estética e
ideológicamente una propuesta que asume su descarado anacronismo.
Tras décadas rindiendo culto a la
juventud, un cierto, ignoro si hastío, desencanto o simple hartazgo hacia una
grey inane anclada en un hedonismo embrutecedor y con la brújula atascada, que ya no suscita la envidia de sus padres, va
calando en el tejido ideológico actual. Se vuelve la mirada atrás sin ira y se
encuentra uno con que los miembros de la generación anterior no son expendables, y aún no han dicho su última
palabra.
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1. "Cartas de amor desde el despacho de James Bond" (pags. 105-181), en RODRÍGUEZ, Aarón, Apocalipsis Pop! El cine en la sociedades del malestar, Notorius Ediciones, Madrid, 2012. En esta obra se traza un soberbio análisis de 007 a través de un minucioso y brillante repaso a su negra crónica sentimental dispersa en una veintena de películas. Un texto de lectura imprescindible para comprender la evolución ideológica del personaje y de la propia serie, en relación con los cambios políticos y culturales de los últimos 50 años.
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