Envío #I
Sin
la salvaguarda de la premisa que dispensa el deber y mucho en cambio del riesgo
insensato que solicita el deseo, el ánimo se consume en una agitación en cuyo fondo
destella una lejana promesa de aventura, el abordaje de un tiempo habitable por
la memoria durante un futuro cercano. Trato de cruzar la línea quebrada de mi
inquietud con la más nítida de ese gozo vacilante, y finalmente me pierdo en el
dibujo geométrico del enlosado.
"Me
he olvidado el paraguas", como Nietszche, y un cielo pesado y opaco
amenaza más allá de la ventana del tren. Nadie en el andén.
(me
cansé de esperarte)
***
Envío#II
El
número de mi asiento está borrado. He ocupado otro lugar; he usurpado otro
espacio signado con un número distinto igualmente enigmático. He colgado una
ausencia bajo el ausente 126.
1+2+6=9
el número del límite, límite de la serie antes de su retorno a la unidad. ¿Me
encuentro en el umbral?
(una
vez dijiste que jamás estaría en paz con ellos por mi incapacidad de asimilar,
reducir mi diferencia a la unidad de una supuesta identidad que los otros me presumen:
tienes razón, no puedo: soy legión)
***
Envío#III
El
paisaje se viste de sombras como el sueño gongorino... sombras suele vestir de bulto bello. El reflejo sobre la superficie
del cristal se va definiendo. La ventana al exterior, el acceso al mundo
deviene espejo con la fatalidad de los crepúsculos que rompen los cristales de
la tarde.
Siento
el horror de lo reflexivo. La miseria de la conciencia condenada a contemplarse
en el mundo para derivar certezas. La soledad de la mónada. El espejo de las
dudas. Dime si no.
(un
rostro ajeno cruzado de arrugas: una mirada cansada de fatigar huellas, trazos
y figuras tiene lumbres de pesares; estoy condenado a la contemplación de mi
rostro, esa pesada máscara que encuentro siempre al final de mí mismo)
***
Envío#IV
Lo
otro del mundo es asimilado al reflejo del mismo, la alteridad se reduce a la
identidad: la solución final. Se borran las lindes del afuera y el adentro, se
confunden las paralelas, confluye la divergencia; contra el cielo nocturno con
ribetes violáceos, ante una oscura dehesa de silencio, bajo la luz cenital y
gélida del vagón se dirime la cuestión de los significados trascendentales: ningún
pasajero parece ocupar el significante asignado, el número que reza en el
billete; y el revisor, con platónica solemnidad, trata de reducir el libre
juego, contener la diseminación.
Envío#V
Parada
en una estación entre ninguna parte y el olvido. Palabras sin destino sobre un
frío repentino de mediados de octubre; un frío noche y lleno: porque la luz
insinúa promesas de completud: porque la luz es noche. Otoño en la ventana.
La
noche es una terminal vacía con las papeleras llenas y un zapato solitario que
difiere de su par.
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Envío#VI
Me
levanté y fui a buscarme a mi asiento. Ya no estaba. Quedaba sólo una ausencia,
el trazo seguro en la libreta apretada del revisor platónico, un vacío en el
fondo vacilante de los reflejos.
***
Envío#VII
Regreso
a mi asiento. No es un "regreso" (la escritura me traiciona), ya
estaba ocupando el significante, ahora el signo está completo, suponiendo que
sea yo el significado, el logos que dice el pensamiento el pensamiento que
revela el Ser: ¿soy la presencia? pregunto al revisor:
ocupe su asiento o se baja en la
próxima parada.
Envío#VIII
"¿Y
si la muerte no fuera otra cosa que ruido?"
(155 km/h, 20:13h)
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Sin
rastro del exterior, sin noticias de la realidad ni vestigio de que alguna vez
existiera algo más allá del espejo en sombras que me mira.
Sólo
ruido, ruido de fondo y Don DeLillo.
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Envío#IX
Es hermosa. Morena. Sonríe a las
palabras que responde tecleando con habilidad sobre la pantalla táctil.
Enigmática dentro de su orla azul. Una promesa exacta bajo el extremo vértice
de la blusa. Cada mujer nos propone un bello enigma que estamos condenados a no
poder descifrar y su cuerpo se convierte en el instrumento de nuestra
resolución, apenas una solicitud arraigada en el vacío que interrogamos.
La mujer es el
límite.
Lo que me seduce es la confianza en la
inequívoca, rotunda presencia de sus hechuras. Frunce el labio y una duda se
abre en la red que tejen sus signos: las palabras le sonríen, los signos la
cortejan, bailan, se abrazan y cohabitan, protagonizan su fuga sobre las ondas
que surcan el aire y los lanza a mi través, sin sustancia, buscando su destino,
haciendo su destino, equívocos.
Palabras sin destino.
Un destino
sin letras: d
e
s
t
i
No
¿fin de trayecto?