Que
la realidad jamás supera a la ficción es tan verdad cómo que ninguna imagen
vale lo que mil palabras bien elegidas y debidamente dispuestas.
Amy
se cansó de ser una tía guay y una novia enrollada, Amy se cansó de estar
buena, de tragar, de ser divertida, de no enfadarse con su hombre, se cansó de
sonreír de una forma cariñosa y mortificada, de guardar la línea y de la
depilación íntima, se cansó de representar el papel que le habían escrito sus
padres y su marido, se cansó del papel de víctima que la sociedad sigue
atribuyendo a la mujer en la creencia de que así se la protege del hombre. En
la creencia de que la mujer sigue siendo el sexo débil y se halla investido de una bondad
intrínseca, pues es inerme.
Y
un buen día, Amy decidió poner a los demás a danzar al son de su canto perverso
de sirena encabronada.
A
Amy la vida le aburría y por eso buscaba consuelo en la ficción, pero la ficción
no basta con ser leída, la ficción hay que vivirla como Alonso Quijano o
Quesada la vivió queriendo ser Don Quijote (y tal vez llegó a serlo). Así, Amy
urdió un plan para vengarse de la realidad mezquina que le había privado de la
pasión de vivir haciendo de ella un cadáver viviente. Se vengaría de la
realidad por haberla consumido, agotado y que se disponía ahora a desecharla
higiénicamente en el contenedor al que van a parar las esposas molestas,
maltratadas y no deseadas. Su plan exigía ser coronado con su propia muerte, en
última instancia, todo suicidio es una venganza secreta contra la realidad. Sólo
que en el momento en que los demás comenzaron a vivir dentro de la novela que
ella había escrito con tanto esmero, vio cómo esa realidad mezquina cobraba nueva
vida revestida con los bellos ropajes de la impostura, una vida bigger than life, una vida remozada y
mejorada por la ficción que siempre supera a la realidad y le depara meandros
imprevistos y saca lo mejor de cada personaje, porque escora la contingencia y
se adentra en los predios de la necesidad que legisla en el arte.
De
igual modo que Joe hizo de una vida torturada y sórdida lastrada por la culpa
un relato de ficción que citaba cada episodio insignificante con las grandes
creaciones de la cultura, Bach, Poe, el cristianismo o Ian Flemming, Amy hizo
de una ficción mediocre e infantil, una vida apenas atisbada entre los pliegues
de la escritura y la rutina pequeñoburguesa y provinciana de madame de, de la
hija de, de la autora de.
Y
así renació la "Amazing Amy" desde el papel reglado a la caverna
mediática, a la realidad múltiple de los simulacros. Amy es la hija bastarda y
aventajada de Baudrillard.
Para
hacer que Nick, el paleto estúpido, derrochador, que la llama esposa y folla
con una nueva Amy 2.0, brille como el hombre que la sedujo y salvó una noche del
tedio metropolitano, llevándola al callejón de los primeros besos tamizados de
azúcar, deberá ponerlo al borde del abismo. Todos necesitaríamos a alguien que
nos obligue a mirar al abismo y nos hiciera sentir el vértigo de vernos mirados
por el abismo, alguien que se niegue a que nos convirtamos en nosotros mismos,
que no es más que lo que los demás quieren que seamos, y nos devuelva la pasión
del agon, nos salve del tedio
adormecedor del día a día y nos arrastre por un mar de turbulencias en el que
el mito mercantilista de la autorrealización no sea creíble, como el sueño
plácido, como la muerte dulce.
Te
queremos Amy, porque te negaste a ser tú misma.
Te
queremos Amy, porque rehusaste la felicidad que dispensa una existencia
previsible y asegurada a todo riesgo.
Te
queremos Amy, porque repudiaste ser buena la esposa y amante madre en la novela
que otros escribieron para ti.
Te
queremos Amy, porque decidiste empezar a ser una amante esposa y la mejor madre
cuando así lo exigió tu guión.
Te
queremos Amy, porque tuviste el valor de escribirte siendo el personaje que
querías ser.
Te
queremos Amy, porque te quitaste la cara en vez de ponerte la máscara.
Amy,
te queremos.
Postdata.
Que
títulos como El gran Hotel Budapest, Nebraska,
Boyhood o Her, se encuentre entre
lo favorito del público especializado del pasado año, es, como poco,
significativo.
¿De
qué exactamente?
En
el enésimo año de crisis, se ha impuesto, no diré que con sorpresa, un puñado
de producciones en las que prevalece una visión moderadamente conflictiva de
las edades del hombre, complaciente, esperanzadora y amable (Nebraska, Boyhood). El "conmovedor"
retrato de la alienación sentimental de una generación mediocre, bien
alimentada y mentalmente débil (Her).
Y la vergonzante trivialización del pasado reducido a un vodevil escapista (El Gran Hotel Budapest).
Cintas
harto conservadoras en lo formal en correspondencia con su conservadurismo
temático, y repito, en tiempos de crisis, épocas convulsas, de cambio, de
experimentación, de renovación, de cabreo, de mala hostia y ganas de quemar
cosas: ¿Nebraska? A tomar por culo.
Todo
ello revela el anhelo en la audiencia especializada de esquinar una realidad verdaderamente
problemática más allá de las pequeñas miserias reconocibles, unánimes, con las
que es posible establecer una relación simpática, de las que es posible extraer
una enseñanza, con las que uno puede conmoverse y salir de la sala siendo un
poquito mejor persona :) Y siempre, siempre recortadas sobre el fondo de esa
ficción moderna que fue, es y será el Humanismo, sobrevolando como una mosca
sobre la mierda.
Así
las cosas sorprende que Gone Girl se
haya colado en más de una lista.
Sorprende
porque se trata de un caramelo envenenado que cuestiona la ficción de la vida
burguesa que ilustran aquellas obras arriba mencionadas y tan aplaudidas.
Sorprende porque se descojona en nuestra cara de los mitos personales y
familiares que suscribimos, no con nuestro discurso sino con nuestra vida.
Sorprende porque es una película incómoda que problematiza el brillo de las
evidencias y deja una carga de profundidad en el lustre de su superficie
encerada.
Quizá
no haya gustado tanto, después de todo. Pero a Fincher había que votarlo, ¿no?