lunes, 2 de mayo de 2011

  BAD LIEUTENANT.

1... ¡Callaos hostia! El sonido de la radio se hace audible por encima de las voces de los niños. Las series mundiales están en juego al mejor de siete encuentros, los Doggers han ganado ya tres partidos a los Metz.  El próximo será el decisivo. Strawberry está en un estado de forma excepcional. Los Doogers serán campeones.
El coche se detiene ante el colegio.  Adiós papá, adiós papá. Adiós. El golpe seco de la puerta trasera ahoga el lejano bullicio infantil.  La coca sube con el aire aspirado y el corazón arranca como el motor de un viejo Chevrolet: un vuelco conmociona el chasis. Apenas un cerco blanquecino en la aletilla que limpia con el índice. Por la emisora se comunica un doble homicidio. En la intersección de Hill Street. La sangre fluye como un torrente; por dentro y por fuera.  La sirena no alcanza a escucharse en  las calles atestadas del Bronx.
2…Los Metz ganarán este partido. A mí me pones 500 a los Doodgers. Los Metz ganarán, no lo dudes, Los play-offs se juegan al mejor de siete, ¿crees que van a permitir que terminen ya?  Una figura se adivina tras la estrofa de salpicaduras de sangre y masa encefálica. Mujer caucásica. Entre veinticinco y treinta años. Cabello rojo y largo. Vestido blanco. Impacto de bala en el pómulo izquierdo, probablemente con un 45 a juzgar por el destrozo del lado derecho. Sobre su regazo yace otra mujer boca abajo. Color de pelo rubio o castaño claro. La espina dorsal asoma astillada por los orificios de salida en su espalda. Los disparos debieron hacerse desde otro coche cuando se detuvieron en el semáforo. Ajuste de cuentas. Tienes razón, apuesto 200 a los Metz. Qué coño, te haré caso, pon mis quinientos a los Metz.
3…Coge un puñado de maíz frito mientras espera el cambio. El chico negro abre el maletero con una palanca, extrae algo de su interior y lo mete  en una bolsa de basura negra. La distancia le impide ver lo que era. Cierra el capó. Mira a un lado y a otro. Nadie advierte sus actos.  El siguiente. Sus dientes trituran el maíz frito con un crujido de insectos pisoteados. Mete las monedas en la ranura. Una tras otra,  hasta ocho. Ese otro maletero no debe tener nada de valor. Nada con lo que merezca cargar. Lo cierra…Isaac; soy yo. Doscientos de Victor y quinientos de Paul a los Metz. A mí me lo  pones todo a los Dodgers. Sí los treinta mil. No, no van a fallar, no pueden fallar. Tengo fe…El chico negro desaparece tras el marco de la puerta del bar. La bolsa aún por llenar. El teléfono no devuelve el cambio. Joder.
4…El esfínter cede como el desgarro de una costura. Siente su cerco sobre el glande; la vagina virgen fue más difícil de penetrar. El otro chico hace un comentario, él ríe la ocurrencia.  El vino del Cáliz se derrama lento por su cara escociendo los ojos, llega a los labios. Le alivia del sofoco. Clava las uñas en los glúteos y empuja para vencer la resistencia y penetra hasta que siente el escroto entre el humeral de las nalgas. Las uñas abren heridas en la carne blanca. Ahora se apoya con las manos en la piedra de las escaleras del púlpito, fría bajo las palmas. La lengua  saborea el vino  eucarístico, dulce y cálido. Cierra los ojos. Siente como piel músculos nervios huesos, se convierten en una masa indistinta cartilaginosa meliflua fluida; cómo todo su ser se convierte en el semen abundante que surca urgente la uretra y se mezcla con la mucosa sanguinolenta del ano y se abisma por su angostura y colma la lejanía del recto de la monja que ahora ya no se contorsiona que no grita que no gime que no suplica que no ruega que no reza. Que ya no los llama por su nombre con palabras maldicientes o exculpatorias.
 Con lo que les darán por el Cáliz tendrán crac para toda la semana pero el crucifijo no vale nada. Pesa poco. De nuevo el otro chico propone algo, él asiente entre risas que convulsionan sus hombros, como los de un muñeco de goma-espuma.

5… ¿Qué os dije? Ganaban o no los Metz. ¿Vais a reinvertir? No, yo quiero cobrar lo mío. ¡Vamos!, pero si podéis doblar la ganancia, el próximo partido volverán a ganar los Metz. Está todo amañado para que se jueguen los siete partidos. Hay demasiados intereses económicos, contratos televisivos, patrocinadores… ¡Es un gran negocio! ¿Has oído lo de la violación de la monja? ¿Qué pasa, porque esas niñas lleven hábitos hay que darles un trato especial?  Muestra más respeto, fue una salvajada, dicen que le metieron un crucifijo. Pero si pasa a todas horas, no entiendo por qué tanto alboroto, ¿por qué era virgen? ¿Reinvertís o no? Hay una recompensa de cincuenta mil dólares para quien entregue a los hijos de puta que lo hicieron. Pero si no podéis perder, ¿os aconsejé mal antes?, ¿eh?, ¿a que no? Yo quiero cobrar lo mío.
6…Zoe  abre la puerta y sin mediar palabra la sigue por el pasillo en penumbra hasta la pequeña sala iluminada por un alógeno. Luz de sala de urgencias o tanatorio. Zoe viste de negro. Su cabello es rubio platino y lo lleva sujeto con un cintillo también negro. Sus movimientos son lánguidos pero precisos. La jeringuilla está lista sobre la mesa: le esperaba. Él se ha sentado en un taburete. No la mira.  Se pasa la mano por el cabello alborotado. Saca un peine y lo aplica a la greña indómita. El sudor facilita la operación. Se desabrocha el botón de la manga izquierda y la sube dejando al descubierto el brazo. Zoe le anuda la goma por encima del bíceps. La vena emerge azul y señorial bajo la piel. Ella la acaricia. Que vena tan hermosa. Los vampiros tienen suerte, se alimentan de nosotros. Nosotros tenemos que alimentarnos de nosotros mismos, consumirnos poco a poco. La aguja penetra aguda la vena. La jeringuilla se llena de una sangre oscura que se mezcla con el contenido turbio del tubo. Suelta la goma y empuja el émbolo con delicadeza. El caballo entra lentamente, halaga la vena, sube como un susurro feliz, como una amable promesa que le grava los párpados.  El relajo llega a los músculos. Culebrea ya dulce por la espina dorsal. Nada importa ahora, ninguna preocupación. El mundo, los play-offs, Dios y el diablo son diferidos postergados relegados. Zoe contempla como las facciones se desvanecen, se alejan; como el hombre que tiene frente a sí  se convierte en una ausencia presente. Extrae la aguja. Apenas un punto rojo orlado de cárdeno. Aún lleva pocos picos.
Zoe en griego  significa “vida”.
7… ¡Tu puta madre, negro cabrón! ¡Tu puta y negra madre, maldito negro hijo de puta!  Desenfunda el 357 y dispara a la radio del coche. La detonación atrae las miradas de los transeúntes. El semáforo sigue con la luz roja.  Coloca la sirena sobre el techo y activa el altavoz. Pisa el acelerador y adelanta al vehículo que tiene delante. ¡Maldito Strawberry cabrón chupa-pollas!
¿Tienes el dinero? Quiero apostar en el siguiente partido. ¿Doblar la apuesta? Estás loco  Abel quiere cobrar ya, le debes sesenta mil. Quiero doblar mi apuesta. La serie es a siete partidos, o acepta mi apuesta o que se joda. ¿Qué dices? Ese tío te va a matar. Yo no puedo morir, no puedo morir ¿me oyes?, estoy bendecido, soy un jodido católico. Pueden dispararme pero no pueden matarme. Ordena otro vodka con hielo. Crees que porque eres un puto poli no lo hará pero te equivocas amigo, va a volarte los putos sesos. Tú no te preocupes, ¿vale?, solo haz que acepte mi apuesta. Mira, te voy a dar su número y lo arreglas con él, no quiero tener nada que ver en todo esto. ¿Eh?, ¿pero qué pasa?, ¿me dejas ahora?, ¿qué clase de corredor de apuestas eres? Sí te dejo, que te jodan puto loco, yo me marcho. Es la última vez que te veo. Eh, Isaac venga, no te pongas así…
¿Abel? Soy yo, sí. Quiero doblar la apuesta, ¡eh! las series son a siete partidos, tengo derecho a apostar hasta el final, acepta la apuesta o que te den por culo ¿me oyes? No verás nada de tu puto dinero. Quiero apostar ciento veinte mil a que los Dodgers ganan el séptimo partido. Apura la copa. El otro colgó hace tiempo.
Felipe le pide que espere en el salón. Olor a verduras cocidas. La mujer mira con atención la tele. Toma asiento junto a ella. Los Dodgers ganarán. Por supuesto. Ganarán. Lo sé, lo sé. Felipe regresa con una cajita rectangular entre las manos. Estampas de vírgenes y una cruz de espejitos en la tapa que levanta para ver su contenido. Treinta mil. Bien, gracias. La mujer le pone la mano en el antebrazo. Cuídate hijo. Abre su mano y pone en ella un medallón de la Virgen.
8…Se arrodilla con dificultad junto a la joven. Cruza las manos para disimular los temblores. Evita mirar en dirección al altar. Simula rezar. Mira de soslayo. Hermana, si conoce a esos chicos debe decirnos, debe decirme quienes son…le garantizo que yo personalmente me ocuparé de ellos, no tiene nada que temer, no volverá a verlos se lo garantizo, se lo JURO POR DIOS…Levanta tímidamente la cabeza. No hay respuesta. Las rodillas le mortifican. Toma asiento en el extremo del banco. El portentoso perfil se le ofrece a escasos centímetros. La mirada anhelante domiciliada en el inmenso crucifijo que él ha sido incapaz de arrostrar. La línea del tabique nasal cae con delicadeza hasta su extremo puntiagudo y respingón. Prominente el labio superior nunca besado. El mentón trémulo denuncia la emoción. Le está escuchando a pesar de todo. El rosario se enrosca como un crótalo entre sus manos, la cruz vacila con movimientos pendulares pautando su congoja. Ya los ha perdonado…Pero, señorita…hermana, piense en las otras mujeres, ¡piense en otras monjas! Podrían hacerle a otra monja lo que le han hecho a usted. ¿Podrá llevar eso en la conciencia? Cristo fue capaz de perdonar a los que lo injuriaron y ella también debe ser capaz de perdonar. Empezando por ella misma. Fue débil cuando Dios la puso a prueba. El sufrimiento de Cristo fue incomparable. El perdón empieza por uno mismo. Intenta retenerla cuando se levanta pero solo apresa el rosario que ella libera sin resistencia. El objeto le quema entre las manos. Cae de hinojos con un golpe seco.  Humilla la testa. Se golpea los muslos con ambas manos.  Cierra los puños. Un aullido gutural golpea la alta bóveda de crucería. ¡Que mi clamor llegue hasta ti!
La mujer lo encuentra tumbado sobre los escalones que suben al altar. Parece dormido. Pone con delicadeza la mano sobre su hombro. Vuelve hacia ella el rostro húmedo. ¿Señor, se encuentra bien? No la reconoce. Una negra vieja con un ridículo sombrero. El vestido estampado. Calza deportivas.  Del antebrazo derecho cuelga un bolso blanco. Lleva un Cáliz en la mano.



9…El hombre entra en el cuchitril iluminado tan solo por los rayos catódicos. Leva el 357 en la mano derecha.  La caja en la izquierda. Se sienta en el derrengado sofá junto a los chicos. Olor a orín y crac. Pide a uno de ellos que le sujete la pipa mientras él le pone fuego. El crac golpea los pulmones. Expele lento el humo con una lágrima solitaria. ¿Queréis probar algo bueno? Sí, por favor, por favor, sí por favor. Saca una papelina del bolsillo interior de la americana sin dejar de apuntar con el arma. Hecha su contenido en la cazoleta e indica el chico que se la ponga entre los labios. Le pega fuego. La pasa al otro. El partido sigue en la tele La voz del locutor apenas se escucha a través del humo. Vais a venir conmigo, vais a pagar por lo que le hicisteis a esa pobre chica. ¿Lo pasasteis bien, eh, par de cabrones?, ¿decidme, lo pasasteis bien? Par de mierdas inmundas y rastreras. Por favor, por favor… ¡Callaos hostia! Podría volaros la cabeza ahora mismo. Vuestros sesos quedarían muy bonitos sobre la pared, par de gusanos rastreros. No valéis una mierda. Sois menos que nada, sois escoria. Salen a la calle. Una calle del Bronx. Suben al vehículo por la puerta delantera y uno de ellos se sitúa en la parte de atrás. Sus muñecas presas de  los mismos grillos. El tráfico es fluido. Llegan a la estación de autobuses. El hombre saca dos billetes. No se ve con que destino.  Llegan al andén. Abre los grillos. Si creéis que  no vais a subir a ese autobús os equivocáis, vuestras vidas ya no valen un mierda en esta ciudad. ¡Subid! Pone la caja entre las manos de uno de los chicos. Los altavoces anuncian la inminente salida del bus. No se queda a verlos marchar. Se aleja por el andén.
Los transeúntes se aproximan al coche detenido en la calzada entorpeciendo el tránsito. Hombre caucásico. Entre cincuenta y sesenta años (aunque solo cuenta con treinta y cinco años, dos meses y trece días) Heridas de bala en sien y mejilla izquierda. Los disparos debieron hacerse desde otro coche. Posible ajuste de cuentas.  Hay quien ya lo ha identificado como un teniente de la policía de Nueva York.




                                    FIN

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