sábado, 7 de mayo de 2011

EL REY DE NUEVA YORK

REQUIEM POR ABEL FERRARA (1989-1996).
La dilatada carrera del cineasta de Bronx testimonia la búsqueda de la voz de un artista visceral, compulsivo, que no teme al fracaso ni evita el balbuceo, calas en el camino de quienes logran dar con la secreta alquimia del arte. Transitó la senda oscura de la serie B y la anonimia de la televisión antes de urdir junto a su secuaz Nicholas St. John una serie de obras (maestras) que salpicaron el primer lustro de los noventa con la honestidad brutal de un Casavettes, con la memoria del mejor Fuller a flor de plomo y que le ameritaron al cabo el título de autor e hicieron de él un habitual de los grandes festivales. Ningún pormenor intelectual empaña lo mejor de su cine, si bien luego se precipitará por el acantilado de la alegoría con menoscabo evidente, su obra nace del venero de la experiencia, de una convicción y muchas dudas; de su periplo vital y educación personal. Católico y urbano, neworquino del Bronx, sus relatos exudan verdad, incómoda, como lo es toda verdad. Irreal, como lo es toda verdad. Violenta como no puede de dejar serlo la verdad. Se habla con frecuencia y no sin razón del tema recurrente de la culpa y expiación (en triunvirato con Scorsese y Schrader) como elementos que vertebran su cine. Es un moralista que no juzga, observa, comprende piadoso y abandona a sus criaturas a su suerte; el espectador dicta sentencia: culpa o perdón. Humanos somos y en consecuencia, nada humano no es ajeno y el que esté libre de culpa…Plauto y el Evangelio nos recuerdan que las debilidades que se nos muestran en el teatro del mundo son unánimes y hemos de ser indulgentes, pero ni nos catequiza ni degrada la realidad a esperpento; encrucijada del moralista que felizmente él no sigue.
La formulación visual de Ferrara es sobria. Su puesta en escena, igual que sus guiones, parte del personaje. No hay planificación previa ni marcas. En ocasiones filma con diversas cámaras para no romper la intensidad de los actores y mantener la atmósfera dramática. Nada hace pensar en un Story board o en una elaborada composición de planos. El rodaje viene además precedido de largas sesiones de ensayo grabadas en vídeo durante las que se re escribe el guión a partir de las numerosas improvisaciones regadas de alcohol y salpimentadas de cocaína, como se nos muestra en Dangerous Game. Aquí reside el secreto de sus guiones que pese a la linealidad de sus historias se nos antojan fragmentarios, incompletos, desestructurados, con lagunas entre las secuencias, notoriamente imperfectos, rabiosamente verosímiles. Como si de historias en primera persona se tratara, la narración comunica el desconcierto de sus protagonistas, cuyas conciencia, por lo general, se haya alterada por diversas razones y parece que no acaban de comprender plenamente qué está pasando. En este sentido El funeral última pieza del quinteto, es la más lúcida y discursiva sin que ello redunde en menoscabo de su credibilidad y eficacia.
Su madurez creativa llegó con El rey de Nueva York (King of New York, 1989), crónica de los últimos meses de un traficante que tras pasar la mitad de su vida en la cárcel decide redimirse haciendo algo positivo por su comunidad. Inmenso Christopher Walken interpretando a Frank White, personaje que recuerda al Carlito Brigante de Atrapado por su pasado (Carlito´s Way, 1993) de Brian DePalma, pero a diferencia de este, el personaje de Ferrara ni se plantea la reinserción social, tan solo la redención espiritual. Será ante Dios y no ante los hombres como deberá hacerse acreedor del perdón. Si bien a efectos dramáticos y formalmente el film de DePalma es más efectivo y brillante, la obra de Ferrera deja un poso de desasosiego por el oscuro nihilismo de su conclusión; ni tan siquiera hay un clímax que orle de lirismo la muerte de Frank. No es un héroe trágico porque no hay destino que se oponga a sus deseos, de hecho armoniza conscientemente estos con el Logos que rige el devenir del mundo como el sabio estoico: es por ello un héroe cristiano; afronta su fin con serenidad y podría incluso suscribir con Cristo la sentencia con que muere en los labios según ciertos Evangelios: “Se ha cumplido”.
Bad Liutenant (Ídem, 1992). La Pasión de un teniente de la policía de Nueva York innominado que se flagela consumiendo todo tipo de drogas y realizando apuestas imposibles para expiar una culpa que, por desconocida para el espectador, adquiere tintes metafísicos. Igual que El Rey de Nueva York es inconcebible sin Walken, Harvey Keitel hace el papel de su vida. Quizá sea la obra maestra de Ferrara, una de esas películas de las que uno no se recupera.
Dangerous Games (Ídem, 1993), es la crónica de un rodaje en la que es inevitable buscar paralelismos entre el cineasta que interpreta Keitel con el propio Ferrara, sus métodos de trabajo, la relación que mantiene con los actores y los extremos a que los obliga a llegar para mimetizarse con los personajes. Un juego de espejos que de nuevo plantea la necesidad imperiosa de purgar una culpa (en este caso más concreta y por medios menos tremendos aunque los resultados sean igualmente desalentadores). Quizá a lo largo de la historia del cine solo se hayan hecho una o dos obras sobre la naturaleza del medio fílmico y sus implicaciones en la vida de la hondura de Dangerous Games[1]
Body Snatches (Ídem, 1993), tercera versión del relato de Finney donde Ferrara se muestra diestro al moverse en un registro tan variado como la ciencia-ficción, recordemos que se fogueó durante los ochenta en la televisión y domina el oficio. Impecable en lo formal, acaso su film más estilizado y brillante visualmente, el discurso difiere de las anteriores piezas: al mostrar a los “secuestradores” como unos seres desprovistos de emociones carecen también de miedo y en consecuencia de odio, de la monótona violencia intrínsecamente humana que se ofrece como única respuesta, como un modo de estar en el mundo y afirmarnos como especie. Acaba tan mal como las otras, pero ahora porque se salvan los dos protagonistas. Ni Carpenter lo hubiera hecho y dicho mejor.
The Adiction (Ídem, 1995), primera incursión en la alegoría que no obstante se resuelve en un film inquietante, angustioso y expresionista, de notable originalidad en su comercio con la tradición vampírica. La adicción es sin duda materia en la que Ferrara es docto.
El funeral (The Funeral, 1996) Acaso su film más ambicioso, se encuentra entre lo mejor del cine de gangster de la década. Ya sabíamos que la violencia tiene su habitación en la tradición secular siciliana que se perpetúa en los estrechos vínculos familiares que establecen sus vecinos y que exportaron a Estados Unidos. Ferrara explora las raíces de un mal endémico en su sociedad y en la cultura a la que él pertenece. Frente a la brutalidad del mundo masculino aparece el contrapunto esperanzador de las mujeres, elemento novedoso en su cine. Magistral  Walken, ahora arropado por uno de los mejores repartos de las últimas décadas.








[1] Propongo El desprecio (Le Mèpris, 1963) de J.L. Godard  y Ed Wood (Ídem, 1994)de Tim Burton.

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