Fue el Teniente Manion, aquel tipo que harto del putón verbenero de su mujer, descerrajó seis tiros sobre su último amante, luego de castigar la bella anatomía de su casquivana Laura, pese a que juraba y perjuraba ante un rosario incrédulo que su voluntad había sido violentada.
El Teniente Manion te mira con unos ojillos aviesos y escrutadores tras los que se agazapa un desprecio universal y una incontinencia lujuriosa convocada por su rubia esposa. En el Teniente Banion gana decididamente la partida el alma concupiscible: mal soldado tenemos.
El Teniente Banion bebe ginebra...
(No se puede fiar uno de un tipo que bebe ginebra)
...y fuma con boquilla como un Lionel Barrymore proletario y periférico. El Teniente Banion es un asesino cuya inocencia el tribunal no tardará en declarar. Y su mujer, un zorrón de la que el Teniente siempre estará fatalmente enamorado.
El futuro es de los Freddy y Laura Banions.
Fue Cosmo Vittelli, ese tipo que regentaba un local de striptease en el que horrendos números musicales coreografiados por él mismo eran salpimentados con un pezón insolente o una nalga oportuna.
Cosmo ronda la cuarentena y tiene la virilidad a flor de piel. A Cosmo le gustan la mujeres y el burbón. Cosmo es un entusiasta de la vida y ese local un poco cutre cifra la geografía de su entusiasmo, es su ilusión y orgullo manifiesto.
Es un gran tipo.
Aquel día, Vittelli tenía mucho que celebrar, había liquidado la deuda del local, y sale de fiesta con sus chicas. En limusina y con los bolsillos llenos.
A Cosmo le gustaba echar unas manos de póker sin importarle mucho con quién se juega los cuartos. Cosmo apuesta fuerte y bebe demasiado, y esa noche festiva perderá algo más que dinero, siendo, en esencia dinero todo lo que pierde: la última mano ha llenado el pagaré de ceros. Y tendrá que vender su alma para saldar cuentas con el diablo.
Y tendrá que matar. De la refriega no sale indemne (¿quién podría?), y la noche parece no tener fin.
La sangre ya le empapa los calcetines.
Fue Jack Flowers, este Rick exiliado en el Índico regenta un burdel que es la perla de Singapur. Y entre las piernas de sus chicas logran distraer la añoranza diplomáticos y periodistas,agentes de la CIA y demás fauna occidental.
Pero Jack lo pierde todo, todo menos esa sonrisa irónica de que-me-vas-a-contar-a-mí, el brillo franco en la mirada. Es un tipo en el que se puede confiar.
Jack sabe que en la vida todo tiene solución, todo menos la muerte.
Jack tiene los brazos apretados de flores que velan los mantras malditos que le tatuaron los que le arruinaron sus sueños, como memorándum y eterno oprobio. Porque Jack es así, y piensa que a grandes males...
Jack tiene los brazos apretados de flores que velan los mantras malditos que le tatuaron los que le arruinaron sus sueños, como memorándum y eterno oprobio. Porque Jack es así, y piensa que a grandes males...
Jack comienza a trabajar para el gobierno U.S.A., primero dirigiendo un burdel destinado a los soldados de permiso que llegaban del vecino Vietnam, con la mirada estragada y la hinchazón bajo el pantalón; luego le proponen un trabajo menos digno. Si acepta, lo recupera todo. Hacer unas fotos a un senador demócrata con debilidad por los adolescentes. Total, tampoco tiene que matar a nadie. Pero este Jack es un tipo con principios, y piensa que cada uno es dueño de su intimidad y los problemas acaban por solucionarse sin tener que dañar a nadie; que su alma no está en venta.
Sí, este Jack es un tipo honesto. Por eso le llaman el Rey de Singapur.
Fue, en fin, Ben Gazzara, ese magnífico actor que paseó su talento por los fotogramas apasionados de su amigo (y mío) John Cassavetes. Su alter ego en la pantalla, encarnó esa independencia y carácter insobornable que siempre abanderó. La pasión.
Bajo la alegría del rostro de uno, redondo como una luna llena, laten las esquinas de una fisonomía exhausta por la guerra que suponía sacar adelante cada proyecto lejos de Hollywood, la mirada reptílica y abrumada de un tipo que lo dio todo por entusiasmo, por amor a su oficio. Un tipo que a fuerza de admirar a Capra y Bergman acabó por hacerse digno de los dos.
Cassavetes nos dejó hace tiempo. Gazzara murió ayer.
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