domingo, 12 de febrero de 2012

JUGAR POR JUGAR.

 “Quiera Dios que el filósofo entienda alguna vez lo que está ante los ojos de todos.”
LUDWIG WITTGENSTEIN


“Un pensar, el del vienés, incongruente y paradójico, fracasado frente a lo que importa (…) Fracasado como cualquier pensar humano que se lleva hasta el límite, es decir, como cualquier pensar verdaderamente humano: como cualquier pensar, sin ser.”
ISIDORO REGUERA



1. En ocasiones se dice que la filosofía procede problematizando la evidencia. Wittgenstein soñará una filosofía desbrozadora de malas hierbas metafísicas sembradas por el lenguaje, brotadas sobre el lenguaje y cosechadas gracias al lenguaje.
Porque el problema siempre fue el lenguaje y a los sofistas no les pasó inadvertido, por más que Sócrates les negara el estatus de filósofos al no ser su empresa la busca de verdad alguna; por no ser “cazadores de esencias”, única labor legítima del filósofo ante el acecho de una realidad proteica y volátil.
Pero los sofistas ya eran sabios cuando Sócrates sucumbía a las seducciones de la gramática y presumía que una definición universal podía cautivar el Ser; era la de los sofistas una sabiduría implícita enmascarada de conocimiento (en el sentido que le atribuye Lyotard, esto es, conjunto de enunciados que denotan o describen objetos, suceptibles de recibir valores de verdad o falsedad)
El conocimiento se define en su dimensión social por su “valor de uso”, dado que el criterio de operatividad es tecnológico y para medrar en política se precisa del utillaje que dispensa la retórica y la oratoria, que no juzgan sobre lo verdadero o lo justo, lo bueno o lo bello, tan sólo muestran su articulación en un “juego del lenguaje” determinado. Ofrecen su posibilidad: la posibilidad de las cosas es su identidad, su esencia. Pero se trata de una posibilidad meramente gramatical, sin valor metafísico.
La realidad tan sólo es la realización en la praxis, un uso que concreta lo posible, que lo allega desde el espacio lógico hacia las redes de su ejercicio positivo.
En el juego lingüístico de la política, el fin del lenguaje será persuadir, convencer, ganar adeptos. No necesariamente engañar, puesto que no hay verdad ni esencia velada por la apariencia que pueda ser tergiversada; el Ser es lo que aparece, y lo que aparece, se informa lingüísticamente; el hombre es la medida de todas las cosas y sí, las cosas a veces son lo que parecen ser.
Se trata de someter una cuestión a la fuerza del mejor argumento, el más convincente, el más persuasivo. ¿En qué difiere esto de los planteamientos de la ética dialógica de Habermas?

2. El lenguaje no es la “imagen del mundo”, como una vez pretendió el primer Wittgenstein, sino el mundo, como quiso el segundo. Y así pudo vencer a la melancolía. Y así pudo salvar al esteta y al místico. Cuando Platón somete a examen su sistema en el Parménides, se ve abocado a la aporía y torpemente, con un recurso al pitagorismo, trata de taponar la vía de agua que amenaza con anegar el bajel. Wittgenstein será el único filósofo que opte por cambiar de navío en vez de parchear el que iniciara la singladura ante la dificultad de mantenerlo a flote. Mal capitán sería.
Pero el “cazador de ratas” que es el filósofo después de Nietzsche, acaba negando la filosofía en favor de la inmediatez de un cierto comportamiento lingüístico, cuando el sentido lo dispensa el contexto. Al juego no subyace contenido sustante alguno más allá de su praxis, es un ejercicio que se practica en el vacío y crea sus propios fines; nada hay fuera del juego, nada puede haber salvo un “tiempo muerto”. Jugar por jugar.
Pero, ¿qué es el juego?: obedecer reglas. Hasta Kant sabía que sólo se puede ser libre obedeciendo.
En el principio era la acción. Pero las palabras también son acciones, como sabían los hebreos: “...y la luz se hizo”. Virtud performativa, en principio, privativa de un dios. Luego los griegos llamarán “hacedor” al poeta. Austin criticará a partir de la perspectiva del segundo Wittgenstein, el reduccionismo derivado de considerar el lenguaje sólo en su uso denotativo, y distinguirá entre enunciados declarativos y realizativos, evaluables según criterios diversos.

3. Dios, el Bien y la Belleza eran hermosos absurdos porque no podían recibir un valor de verdad, según los criterios del positivismo lógico. En un campo de fútbol, una raqueta de tenis es un absurdo: cancha y objeto se rigen por reglas diversas, pertenecen a distintos juegos.
El Ser no es más un valor de verdad. El sentido del Ser viene determinado por las reglas del juego de la metafísica, no de la física, ni de la tauromaquia. Absurdo sería hablar de la existencia de Dios en términos físicos, ónticos, como si pudiera ser una cosa entre cosas. Su pertinencia es total en los predios de la teología, la metafísica, incluso la psicología. La antropología define al hombre según unas reglas, la biología, según otras. Del mismo modo, cada una de las ciencias, opera con un instrumental propio. Así, la biología se sirve de explicaciones funcionales, finalísticas, teleológicas, (explicamos un órgano por su función en el organismo) proscritas en física desde Galileo, sin menoscabo de su rigor científico (sea lo que sea que signifique “rigor científico”)


Cada nueva tirada de dados supone un desafío al determinismo, pone en solfa la coherencia, conmueve los cimientos de la catedral. La verdadera Caverna estaba más allá de las espesas paredes que domiciliaban el vals de sombras, el mundo eidético que una vez soñó Platón: el desierto de lo real. Que en cierto modo, soñamos todos: por odio a la Vida, por olvido del Ser, por que malentendemos el lenguaje.
Wittgenstein nos ha enseñado para que sirve la filosofía y qué no podemos pedirle. Nos mostró, primero, la miseria de la razón; más tarde, que no debemos exigirle demasiado al mundo.

Y cuando todo vaya mal, sigue jugando.





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