domingo, 17 de abril de 2011

MÁS VALE QUE NO TENGAS QUE ELEGIR ENTRE EL OLVIDO Y LA MEMORIA...


Bienaventurados los olvidadizos, pues se  olvidarán de sus propios errores.
F. Nietzsche.

La memoria (y el olvido) es uno de los temas capitales de la filosofía, la literatura y el cine, es decir, es por lo mismo, uno de los temas capitales para el ser humano. Las costuras que urden el entramado de memorias que llamamos vida, nuestro pasado personal y unánime (la historia) no son más que datos que una de las facultades cognitivas almacena  a partir de experiencias; con ellos es con lo que construimos el mundo.
Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the spotless mind, 2003) de Michel Gondry, plantea la paradoja siguiente: si pudiéramos eliminar todos y cada unos de los recuerdos asociados a la que fuera otrora la persona amada con el fin de olvidarla y ahorrarnos de este modo tramposo el trance doloroso de la ruptura con todo el sufrimiento, culpabilidad e incertidumbre que lleva aparejado, volveríamos a cometer irremediablemente el “error” de enamorarnos de ella de nuevo…Bienaventurados los olvidadizos…
La belleza del guión de Charlie Kaufman, verdadero artífice de esta obra maestra, radica en la clarividente intuición de raigambre nietzscheana de que el olvido lejos de ser una venganza o un castigo es con mucho el mayor de los perdones: “Yo no hablo de venganza ni de perdones/ el olvido es la mayor venganza y el mayor perdón”, sentenció Borges con su seductor estilo lacónico, tan rotundo como poco convincente. Solo sobre el olvido puede el amor perpetuarse, renovarse de continuo para conjurar la miseria del conocimiento que nada aporta al sabio. El hastío que lastra toda relación, tierra baldía sobre la que languidece el amor hasta  que se marchita y no es más que un manojo de raíces putrefactas que sin embargo cuesta tanto arrancar sería mitigado con el abono clemente del olvido. “No me acuerdo de olvidarte” lamentaba Leonard (Guy Pearce) en otra obra maestra sobre el tema, Memento (Ídem, 2000) de Christopher  Nolan en la elevación al cuadrado de la idea central del film de Gondry, un personaje que padece pérdida de la memoria reciente es incapaz de olvidar a su esposa asesinada (la pérdida y el olvido se anudan en la magistral pieza de Nolan), y es gracias a ese imposible olvido a partir del que construye un nuevo proyecto vital que persigue la venganza no como expresión de algún resentimiento sino como epítome de la desesperada búsqueda del sentido en que se embarca toda la existencia humana, todo genuino humanismo, con su basamento en el autoengaño y la ficción.


Olvídate de mí termina con los amnésicos amantes desconcertados ante la revelación que les ofrecen unos casetes que ellos mismos grabaron cuando decidieron sin unanimidad romper con la memoria del otro y en los que refieren detalladamente lo que detestan del otro con una honestidad brutal como solo podría darse aparejada a la certeza de  que ellos mismos olvidarán el eco de palabras tan graves. De modo que presumimos que la incipiente relación que se dejaba adivinar sucumbirá al conocimiento prematuro del rechazo que el otro le provocará. Pero un rayo de esperanza se insinúa. Solo el hombre tropieza dos veces en la misma piedra. Y en esto radica lo que en verdad me emociona del film y que Pascal dijo infinitamente mejor de lo que yo podría hacerlo: “El corazón tiene razones que la razón no entiende.”



1 comentario:

  1. Si es que hay que ver como la filosofía no hace otra cosa que reflexionar sobre lo que el artista ya expresó de manera más hermosa y siempre más profunda. Da igual que sea cine, literatura, pintura, escultura,... Los mejores escritos filosóficos serían un subgénero dentro de la literatura. Y chincha un rato. Je, je, je.

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