miércoles, 6 de abril de 2011

SEXO, SECRETOS Y SATÉN NEGRO...



Las mujeres tienen secretos manuscritos en diarios de cubiertas ajadas.
Las mujeres tienen secretos abandonados en consignas de estaciones cuya llave olvidaron junto a algún vaso vacío.
Las mujeres tienen secretos reclusos en joyeros nacarados, recuerdos de familia, que inquietan el silencio unánime y conyugal de una alcoba.
Las mujeres tienen secretos convictos en el vientre de solitarias maletas que perdieron sobre una cama deshecha en la habitación lasciva y rumorosa de un motel de una carretera secundaria.
Las mujeres tienen secretos minuciosos que revelan en confidencias furtivas a otras mujeres secretas a través de la estrofa azul del humo de los cigarrillos.
 Las mujeres tienen secretos que inquietan  nuestra virilidad oscilante, sin jurisdicción en los predios de una sutil feminidad irreductible a la enigmática labor de urdir sobre el papel secretos rimados con forma de mujer, negros misterios como ojos de mujer, enigmas asonantes sobre piernas de mujer…con la vana esperanza de cifrar en los signos de la tribu el misterio que nos descifre el secreto, acaso, que nos consuele de la íntima y secreta certeza que nos humilla, que compartimos y callamos, como el concurso en un crimen o una ofensa, la hiriente certeza de  jamás llegar a poseerlas.
Y los secretos, embajadores del misterio, tienen a la mujer como rehén precioso.
Los secretos nos burlan con su astucia felina, urden ardides para despistar nuestra lascivia temeraria, que no ceja ante amenazas, que no ceja frente a una sombra, que sucumbirá a la voluptuosidad del sacrificio en aras de su diosa cuando el secreto felino estrangule implacable su garganta, cuando las garras del felino hagan jirones su humanidad deseante e impenitente, y la sangre palpitante ofenda a borbotones la blancura fría del mármol.
Secreto y misterio, mujer y gato.
Apenas fue unas líneas en la prensa local: “Extraño suceso. Gran felino escapa inexplicablemente de su jaula del zoológico. En la huida mata a una transeúnte. La bestia muere finalmente atropellada por un taxi.”
Dos líneas más abajo se mencionaba el nombre de la joven víctima: Señora Irena Reed, nombre de soltera, Irena Dubrovna…todo aquí era bello hasta que tú llegaste. Nacida en algún lugar de Serbia, cierto país de los Balcanes que con dificultad localizaríamos en un mapa, al menos hasta algunas décadas más tarde, aunque eso yo no debería saberlo aún.
Nada se dijo a la prensa del fragmento del metal filoso que llevaba hundido junto a la clavícula (causa probable de la muerte) y que le perforaba el corazón. El extremo y la empuñadura, que completaban el estoque que se emboscaba en mi bastón, se hallaba a escasas manzanas del lugar del siniestro, en el apartamento del matrimonio Reed.
He de admitir, con pesar, que mi rostro era portador una estúpida expresión de incredulidad a modo de máscara funeraria que me agraviará hasta el fin de los tiempos y más allá.
 Pero recapitulemos. El señor Oliver Reed (nombre de reminiscencias licantrópicas), vino a solicitar mis servicios por recomendación de una conocida, la aséptica señorita Moore...las mujeres tienen secretos que no quieren que otras mujeres conozcan…
 La pareja llevaba casada desde hacía unos pocos meses mas, sin consumar el enlace…Al parecer, la joven, oriunda una zona agreste e inculta de los Balcanes había crecido imbuida en ciertas leyendas locales que versaban acerca de demonios que adquirían la forma de gatos y de los que su pueblo era heredero. La idea de que el mal felino anidaba en su seno enlazaba con el motivo de lujuria podía convocarlo era la que explicaba su renuencia a ser incluso besada por su esposo. Y bullía en deseos de conocer a la joven en cuestión.
La imaginé con afilados ojos grises, nariz respingona e insolente, labios húmedos perfilados en una sonrisa burlona, incitante, promisoria. La soñé enfundada en un ceñido vestido de satén negro, yaciendo boca abajo sobre el diván de mi despacho, solícita a ofrecerme su secreto…cálido y vivo.
La cité un lluvioso viernes de abril, a las tres de la tarde. La atmósfera estaba cargada de electricidad y presagios.
Abrí la puerta a una joven tímida, recatada y pueblerina, infinitamente más atractiva que la Irena de mis fantasías. Desprendía un olor fuerte y dulce. Arrastraba las erres de un modo encantador. Los prolongados silencios que seguían a mis preguntas más directas, denotaban su pudor, o su escaso dominio del idioma. Ambas cosas tal vez. Acaso su deseo de hallar una respuesta convenientemente ambigua que me mantuviera mi deseo en vilo. Después de la primera sesión, nada satisfactoria, pensé, juega conmigo, pero descubriré su secreto. Acaso se lo dije. Creo que ya me había enamorado de ella.
En un encuentro posterior con la señorita Moore me pareció ver un caso típico de celos solidarios que tenían por objeto al anodino Oliver. La verdad, me resultaba difícil adivinar como aquel gris arquitecto podía convocar el deseo de dos mujeres, por distintas que fueran…la señora Reed teme al pasado, la señorita Moore, al presente…
Uno era un caso de imaginación desbordante. La culpabilidad de Irena, probablemente destinataria de una educación represora, desconcertada ante el nuevo y acuciante deseo que albergaba por un hombre, incapaz de dar una respuesta lógica y complacer la pulsión, actualiza los fantasmas de su severa educación y urde un castigo fabuloso, atroz: su lujuria convocará a un demonio con forma de pantera que despedazará a su amante exhausto tras el placer. El temor a perder su objeto de deseo y ser al tiempo vehículo de tal pérdida cifra el carácter paradójico de la fantasía incubada por su “super-Yo”.  Situación agravada por lo celos ante una mujer capaz de ofrecer a su marido lo que ella le niega.
Otro era un caso de conciencia. La culpabilidad de Helen provocada por albergar deseos secretos hacia un hombre casado probablemente con una mujer desequilibrada. Cansada de representar el papel de la confidente fiel. La mujer gato y la mujer perro…la historia me parecía cada vez más sencilla
La convincente fantasía de Irena había hecho partícipe a su rival de sus miedos. He aquí su triunfo secreto, había encontrado la coartada perfecta para dar cumplimiento a los deseos de su inconsciente con respecto a ella… a veces tenemos la necesidad de soltar el diablo en el mundo…
Ahora Helen había comenzado a temer por su vida. Veía sombras amenazantes en cada esquina. Siempre supe que la joven Irena ocultaba un secreto. Para ser más exactos, exhibía un secreto, hacía ostentación de él.
La solución, creía yo, precisaba medidas drásticas, allí donde la terapia había fracasado triunfaría un hombre. Me había encomendado la heroica misión de transfigurarme en un moderno Rey John y exorcizar los demonios felinos de Irena. Es decir, me había propuesto seducirla.
 Su forma de caminar deslizante y silente pase a los altos tacones; su forma de hablar exhibiendo el acento, arrastrando las erres; de clavarme la mirada, de sólito huidiza, como si temiera que descubriera algo en su recóndita negrura, y ahora retadora, lejana, opaca. Su labio inferior temblaba como una gota de sangre fresca, esbozaba una sonrisa insolente.
Propuse, sin demasiada convicción, una terapia de grupo para el singular triángulo. Previsiblemente Irena no compareció. Decidí aprovechar la ocasión,  librarme de la pareja y aguardar a la joven.
Supe de inmediato que venía a ofrecerme su secreto, el secreto que me había burlado en  sesiones anteriores. Las mujeres gustan de revelar que poseen un secreto pero se empecinan en negar su contenido: ardides de seducción a los que finjo sucumbir, cada vez con más impaciencia, he de admitir…



1 comentario:

  1. ¿Crítica cinematográfica? ¿Ensayo artístico? ¿Relato breve que parte de una película? De cualquier forma una interesante reflexión literaria en un muy buen estilo.

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