jueves, 26 de mayo de 2011

HOWARD HAWKS

"ARMAS, MUJERES Y RELOJES SUIZOS"
Si dios existiera quisiera que fuera Howard Hawks, así al crear el mundo a su imagen y semejanza hubiera hecho de él no sólo un lugar habitable sino en el que hubiera valido la pena nacer, por el que hubiera valido la pena morir. Un mundo de hombres nobles y mujeres encarnaciones del deseo de aquel (rechinar de dientes de feministas-gafapastas y melindrosos correctos); un mundo donde la aventura es norma y la épica posible, donde el rencor no es una opción y el pasado, trámite que no compromete el porvenir, expedito de débitos y aranceles. El “super-hombre” hawksiano es el creador de valores acordes con la vida, y ¿qué es la vida? La celebración del presente con un cigarrillo entre los dedos y la quemazón del último trago en los labios; el peso del Colt en el cinto y la pianola pautando la charla amena mientras la mirada se desvía al escote promisorio de la corista que acaba de finalizar su número y se dispone a ofrecerse al primero que la convide a una copa. Y quizá más tarde habrá que acudir a las querellas de uno o del amigo en apuros y hacer sonar los revólveres y dejar que la mala sangre empape las calles; que la muerte también reclama su convite en la celebración de la vida.

sábado, 7 de mayo de 2011

EL REY DE NUEVA YORK

REQUIEM POR ABEL FERRARA (1989-1996).
La dilatada carrera del cineasta de Bronx testimonia la búsqueda de la voz de un artista visceral, compulsivo, que no teme al fracaso ni evita el balbuceo, calas en el camino de quienes logran dar con la secreta alquimia del arte. Transitó la senda oscura de la serie B y la anonimia de la televisión antes de urdir junto a su secuaz Nicholas St. John una serie de obras (maestras) que salpicaron el primer lustro de los noventa con la honestidad brutal de un Casavettes, con la memoria del mejor Fuller a flor de plomo y que le ameritaron al cabo el título de autor e hicieron de él un habitual de los grandes festivales. Ningún pormenor intelectual empaña lo mejor de su cine, si bien luego se precipitará por el acantilado de la alegoría con menoscabo evidente, su obra nace del venero de la experiencia, de una convicción y muchas dudas; de su periplo vital y educación personal. Católico y urbano, neworquino del Bronx, sus relatos exudan verdad, incómoda, como lo es toda verdad. Irreal, como lo es toda verdad. Violenta como no puede de dejar serlo la verdad. Se habla con frecuencia y no sin razón del tema recurrente de la culpa y expiación (en triunvirato con Scorsese y Schrader) como elementos que vertebran su cine. Es un moralista que no juzga, observa, comprende piadoso y abandona a sus criaturas a su suerte; el espectador dicta sentencia: culpa o perdón. Humanos somos y en consecuencia, nada humano no es ajeno y el que esté libre de culpa…Plauto y el Evangelio nos recuerdan que las debilidades que se nos muestran en el teatro del mundo son unánimes y hemos de ser indulgentes, pero ni nos catequiza ni degrada la realidad a esperpento; encrucijada del moralista que felizmente él no sigue.
La formulación visual de Ferrara es sobria. Su puesta en escena, igual que sus guiones, parte del personaje. No hay planificación previa ni marcas. En ocasiones filma con diversas cámaras para no romper la intensidad de los actores y mantener la atmósfera dramática. Nada hace pensar en un Story board o en una elaborada composición de planos. El rodaje viene además precedido de largas sesiones de ensayo grabadas en vídeo durante las que se re escribe el guión a partir de las numerosas improvisaciones regadas de alcohol y salpimentadas de cocaína, como se nos muestra en Dangerous Game. Aquí reside el secreto de sus guiones que pese a la linealidad de sus historias se nos antojan fragmentarios, incompletos, desestructurados, con lagunas entre las secuencias, notoriamente imperfectos, rabiosamente verosímiles. Como si de historias en primera persona se tratara, la narración comunica el desconcierto de sus protagonistas, cuyas conciencia, por lo general, se haya alterada por diversas razones y parece que no acaban de comprender plenamente qué está pasando. En este sentido El funeral última pieza del quinteto, es la más lúcida y discursiva sin que ello redunde en menoscabo de su credibilidad y eficacia.
Su madurez creativa llegó con El rey de Nueva York (King of New York, 1989), crónica de los últimos meses de un traficante que tras pasar la mitad de su vida en la cárcel decide redimirse haciendo algo positivo por su comunidad. Inmenso Christopher Walken interpretando a Frank White, personaje que recuerda al Carlito Brigante de Atrapado por su pasado (Carlito´s Way, 1993) de Brian DePalma, pero a diferencia de este, el personaje de Ferrara ni se plantea la reinserción social, tan solo la redención espiritual. Será ante Dios y no ante los hombres como deberá hacerse acreedor del perdón. Si bien a efectos dramáticos y formalmente el film de DePalma es más efectivo y brillante, la obra de Ferrera deja un poso de desasosiego por el oscuro nihilismo de su conclusión; ni tan siquiera hay un clímax que orle de lirismo la muerte de Frank. No es un héroe trágico porque no hay destino que se oponga a sus deseos, de hecho armoniza conscientemente estos con el Logos que rige el devenir del mundo como el sabio estoico: es por ello un héroe cristiano; afronta su fin con serenidad y podría incluso suscribir con Cristo la sentencia con que muere en los labios según ciertos Evangelios: “Se ha cumplido”.
Bad Liutenant (Ídem, 1992). La Pasión de un teniente de la policía de Nueva York innominado que se flagela consumiendo todo tipo de drogas y realizando apuestas imposibles para expiar una culpa que, por desconocida para el espectador, adquiere tintes metafísicos. Igual que El Rey de Nueva York es inconcebible sin Walken, Harvey Keitel hace el papel de su vida. Quizá sea la obra maestra de Ferrara, una de esas películas de las que uno no se recupera.
Dangerous Games (Ídem, 1993), es la crónica de un rodaje en la que es inevitable buscar paralelismos entre el cineasta que interpreta Keitel con el propio Ferrara, sus métodos de trabajo, la relación que mantiene con los actores y los extremos a que los obliga a llegar para mimetizarse con los personajes. Un juego de espejos que de nuevo plantea la necesidad imperiosa de purgar una culpa (en este caso más concreta y por medios menos tremendos aunque los resultados sean igualmente desalentadores). Quizá a lo largo de la historia del cine solo se hayan hecho una o dos obras sobre la naturaleza del medio fílmico y sus implicaciones en la vida de la hondura de Dangerous Games[1]
Body Snatches (Ídem, 1993), tercera versión del relato de Finney donde Ferrara se muestra diestro al moverse en un registro tan variado como la ciencia-ficción, recordemos que se fogueó durante los ochenta en la televisión y domina el oficio. Impecable en lo formal, acaso su film más estilizado y brillante visualmente, el discurso difiere de las anteriores piezas: al mostrar a los “secuestradores” como unos seres desprovistos de emociones carecen también de miedo y en consecuencia de odio, de la monótona violencia intrínsecamente humana que se ofrece como única respuesta, como un modo de estar en el mundo y afirmarnos como especie. Acaba tan mal como las otras, pero ahora porque se salvan los dos protagonistas. Ni Carpenter lo hubiera hecho y dicho mejor.
The Adiction (Ídem, 1995), primera incursión en la alegoría que no obstante se resuelve en un film inquietante, angustioso y expresionista, de notable originalidad en su comercio con la tradición vampírica. La adicción es sin duda materia en la que Ferrara es docto.
El funeral (The Funeral, 1996) Acaso su film más ambicioso, se encuentra entre lo mejor del cine de gangster de la década. Ya sabíamos que la violencia tiene su habitación en la tradición secular siciliana que se perpetúa en los estrechos vínculos familiares que establecen sus vecinos y que exportaron a Estados Unidos. Ferrara explora las raíces de un mal endémico en su sociedad y en la cultura a la que él pertenece. Frente a la brutalidad del mundo masculino aparece el contrapunto esperanzador de las mujeres, elemento novedoso en su cine. Magistral  Walken, ahora arropado por uno de los mejores repartos de las últimas décadas.








[1] Propongo El desprecio (Le Mèpris, 1963) de J.L. Godard  y Ed Wood (Ídem, 1994)de Tim Burton.

lunes, 2 de mayo de 2011

  BAD LIEUTENANT.

1... ¡Callaos hostia! El sonido de la radio se hace audible por encima de las voces de los niños. Las series mundiales están en juego al mejor de siete encuentros, los Doggers han ganado ya tres partidos a los Metz.  El próximo será el decisivo. Strawberry está en un estado de forma excepcional. Los Doogers serán campeones.
El coche se detiene ante el colegio.  Adiós papá, adiós papá. Adiós. El golpe seco de la puerta trasera ahoga el lejano bullicio infantil.  La coca sube con el aire aspirado y el corazón arranca como el motor de un viejo Chevrolet: un vuelco conmociona el chasis. Apenas un cerco blanquecino en la aletilla que limpia con el índice. Por la emisora se comunica un doble homicidio. En la intersección de Hill Street. La sangre fluye como un torrente; por dentro y por fuera.  La sirena no alcanza a escucharse en  las calles atestadas del Bronx.
2…Los Metz ganarán este partido. A mí me pones 500 a los Doodgers. Los Metz ganarán, no lo dudes, Los play-offs se juegan al mejor de siete, ¿crees que van a permitir que terminen ya?  Una figura se adivina tras la estrofa de salpicaduras de sangre y masa encefálica. Mujer caucásica. Entre veinticinco y treinta años. Cabello rojo y largo. Vestido blanco. Impacto de bala en el pómulo izquierdo, probablemente con un 45 a juzgar por el destrozo del lado derecho. Sobre su regazo yace otra mujer boca abajo. Color de pelo rubio o castaño claro. La espina dorsal asoma astillada por los orificios de salida en su espalda. Los disparos debieron hacerse desde otro coche cuando se detuvieron en el semáforo. Ajuste de cuentas. Tienes razón, apuesto 200 a los Metz. Qué coño, te haré caso, pon mis quinientos a los Metz.
3…Coge un puñado de maíz frito mientras espera el cambio. El chico negro abre el maletero con una palanca, extrae algo de su interior y lo mete  en una bolsa de basura negra. La distancia le impide ver lo que era. Cierra el capó. Mira a un lado y a otro. Nadie advierte sus actos.  El siguiente. Sus dientes trituran el maíz frito con un crujido de insectos pisoteados. Mete las monedas en la ranura. Una tras otra,  hasta ocho. Ese otro maletero no debe tener nada de valor. Nada con lo que merezca cargar. Lo cierra…Isaac; soy yo. Doscientos de Victor y quinientos de Paul a los Metz. A mí me lo  pones todo a los Dodgers. Sí los treinta mil. No, no van a fallar, no pueden fallar. Tengo fe…El chico negro desaparece tras el marco de la puerta del bar. La bolsa aún por llenar. El teléfono no devuelve el cambio. Joder.
4…El esfínter cede como el desgarro de una costura. Siente su cerco sobre el glande; la vagina virgen fue más difícil de penetrar. El otro chico hace un comentario, él ríe la ocurrencia.  El vino del Cáliz se derrama lento por su cara escociendo los ojos, llega a los labios. Le alivia del sofoco. Clava las uñas en los glúteos y empuja para vencer la resistencia y penetra hasta que siente el escroto entre el humeral de las nalgas. Las uñas abren heridas en la carne blanca. Ahora se apoya con las manos en la piedra de las escaleras del púlpito, fría bajo las palmas. La lengua  saborea el vino  eucarístico, dulce y cálido. Cierra los ojos. Siente como piel músculos nervios huesos, se convierten en una masa indistinta cartilaginosa meliflua fluida; cómo todo su ser se convierte en el semen abundante que surca urgente la uretra y se mezcla con la mucosa sanguinolenta del ano y se abisma por su angostura y colma la lejanía del recto de la monja que ahora ya no se contorsiona que no grita que no gime que no suplica que no ruega que no reza. Que ya no los llama por su nombre con palabras maldicientes o exculpatorias.
 Con lo que les darán por el Cáliz tendrán crac para toda la semana pero el crucifijo no vale nada. Pesa poco. De nuevo el otro chico propone algo, él asiente entre risas que convulsionan sus hombros, como los de un muñeco de goma-espuma.

5… ¿Qué os dije? Ganaban o no los Metz. ¿Vais a reinvertir? No, yo quiero cobrar lo mío. ¡Vamos!, pero si podéis doblar la ganancia, el próximo partido volverán a ganar los Metz. Está todo amañado para que se jueguen los siete partidos. Hay demasiados intereses económicos, contratos televisivos, patrocinadores… ¡Es un gran negocio! ¿Has oído lo de la violación de la monja? ¿Qué pasa, porque esas niñas lleven hábitos hay que darles un trato especial?  Muestra más respeto, fue una salvajada, dicen que le metieron un crucifijo. Pero si pasa a todas horas, no entiendo por qué tanto alboroto, ¿por qué era virgen? ¿Reinvertís o no? Hay una recompensa de cincuenta mil dólares para quien entregue a los hijos de puta que lo hicieron. Pero si no podéis perder, ¿os aconsejé mal antes?, ¿eh?, ¿a que no? Yo quiero cobrar lo mío.
6…Zoe  abre la puerta y sin mediar palabra la sigue por el pasillo en penumbra hasta la pequeña sala iluminada por un alógeno. Luz de sala de urgencias o tanatorio. Zoe viste de negro. Su cabello es rubio platino y lo lleva sujeto con un cintillo también negro. Sus movimientos son lánguidos pero precisos. La jeringuilla está lista sobre la mesa: le esperaba. Él se ha sentado en un taburete. No la mira.  Se pasa la mano por el cabello alborotado. Saca un peine y lo aplica a la greña indómita. El sudor facilita la operación. Se desabrocha el botón de la manga izquierda y la sube dejando al descubierto el brazo. Zoe le anuda la goma por encima del bíceps. La vena emerge azul y señorial bajo la piel. Ella la acaricia. Que vena tan hermosa. Los vampiros tienen suerte, se alimentan de nosotros. Nosotros tenemos que alimentarnos de nosotros mismos, consumirnos poco a poco. La aguja penetra aguda la vena. La jeringuilla se llena de una sangre oscura que se mezcla con el contenido turbio del tubo. Suelta la goma y empuja el émbolo con delicadeza. El caballo entra lentamente, halaga la vena, sube como un susurro feliz, como una amable promesa que le grava los párpados.  El relajo llega a los músculos. Culebrea ya dulce por la espina dorsal. Nada importa ahora, ninguna preocupación. El mundo, los play-offs, Dios y el diablo son diferidos postergados relegados. Zoe contempla como las facciones se desvanecen, se alejan; como el hombre que tiene frente a sí  se convierte en una ausencia presente. Extrae la aguja. Apenas un punto rojo orlado de cárdeno. Aún lleva pocos picos.
Zoe en griego  significa “vida”.
7… ¡Tu puta madre, negro cabrón! ¡Tu puta y negra madre, maldito negro hijo de puta!  Desenfunda el 357 y dispara a la radio del coche. La detonación atrae las miradas de los transeúntes. El semáforo sigue con la luz roja.  Coloca la sirena sobre el techo y activa el altavoz. Pisa el acelerador y adelanta al vehículo que tiene delante. ¡Maldito Strawberry cabrón chupa-pollas!
¿Tienes el dinero? Quiero apostar en el siguiente partido. ¿Doblar la apuesta? Estás loco  Abel quiere cobrar ya, le debes sesenta mil. Quiero doblar mi apuesta. La serie es a siete partidos, o acepta mi apuesta o que se joda. ¿Qué dices? Ese tío te va a matar. Yo no puedo morir, no puedo morir ¿me oyes?, estoy bendecido, soy un jodido católico. Pueden dispararme pero no pueden matarme. Ordena otro vodka con hielo. Crees que porque eres un puto poli no lo hará pero te equivocas amigo, va a volarte los putos sesos. Tú no te preocupes, ¿vale?, solo haz que acepte mi apuesta. Mira, te voy a dar su número y lo arreglas con él, no quiero tener nada que ver en todo esto. ¿Eh?, ¿pero qué pasa?, ¿me dejas ahora?, ¿qué clase de corredor de apuestas eres? Sí te dejo, que te jodan puto loco, yo me marcho. Es la última vez que te veo. Eh, Isaac venga, no te pongas así…
¿Abel? Soy yo, sí. Quiero doblar la apuesta, ¡eh! las series son a siete partidos, tengo derecho a apostar hasta el final, acepta la apuesta o que te den por culo ¿me oyes? No verás nada de tu puto dinero. Quiero apostar ciento veinte mil a que los Dodgers ganan el séptimo partido. Apura la copa. El otro colgó hace tiempo.
Felipe le pide que espere en el salón. Olor a verduras cocidas. La mujer mira con atención la tele. Toma asiento junto a ella. Los Dodgers ganarán. Por supuesto. Ganarán. Lo sé, lo sé. Felipe regresa con una cajita rectangular entre las manos. Estampas de vírgenes y una cruz de espejitos en la tapa que levanta para ver su contenido. Treinta mil. Bien, gracias. La mujer le pone la mano en el antebrazo. Cuídate hijo. Abre su mano y pone en ella un medallón de la Virgen.
8…Se arrodilla con dificultad junto a la joven. Cruza las manos para disimular los temblores. Evita mirar en dirección al altar. Simula rezar. Mira de soslayo. Hermana, si conoce a esos chicos debe decirnos, debe decirme quienes son…le garantizo que yo personalmente me ocuparé de ellos, no tiene nada que temer, no volverá a verlos se lo garantizo, se lo JURO POR DIOS…Levanta tímidamente la cabeza. No hay respuesta. Las rodillas le mortifican. Toma asiento en el extremo del banco. El portentoso perfil se le ofrece a escasos centímetros. La mirada anhelante domiciliada en el inmenso crucifijo que él ha sido incapaz de arrostrar. La línea del tabique nasal cae con delicadeza hasta su extremo puntiagudo y respingón. Prominente el labio superior nunca besado. El mentón trémulo denuncia la emoción. Le está escuchando a pesar de todo. El rosario se enrosca como un crótalo entre sus manos, la cruz vacila con movimientos pendulares pautando su congoja. Ya los ha perdonado…Pero, señorita…hermana, piense en las otras mujeres, ¡piense en otras monjas! Podrían hacerle a otra monja lo que le han hecho a usted. ¿Podrá llevar eso en la conciencia? Cristo fue capaz de perdonar a los que lo injuriaron y ella también debe ser capaz de perdonar. Empezando por ella misma. Fue débil cuando Dios la puso a prueba. El sufrimiento de Cristo fue incomparable. El perdón empieza por uno mismo. Intenta retenerla cuando se levanta pero solo apresa el rosario que ella libera sin resistencia. El objeto le quema entre las manos. Cae de hinojos con un golpe seco.  Humilla la testa. Se golpea los muslos con ambas manos.  Cierra los puños. Un aullido gutural golpea la alta bóveda de crucería. ¡Que mi clamor llegue hasta ti!
La mujer lo encuentra tumbado sobre los escalones que suben al altar. Parece dormido. Pone con delicadeza la mano sobre su hombro. Vuelve hacia ella el rostro húmedo. ¿Señor, se encuentra bien? No la reconoce. Una negra vieja con un ridículo sombrero. El vestido estampado. Calza deportivas.  Del antebrazo derecho cuelga un bolso blanco. Lleva un Cáliz en la mano.



9…El hombre entra en el cuchitril iluminado tan solo por los rayos catódicos. Leva el 357 en la mano derecha.  La caja en la izquierda. Se sienta en el derrengado sofá junto a los chicos. Olor a orín y crac. Pide a uno de ellos que le sujete la pipa mientras él le pone fuego. El crac golpea los pulmones. Expele lento el humo con una lágrima solitaria. ¿Queréis probar algo bueno? Sí, por favor, por favor, sí por favor. Saca una papelina del bolsillo interior de la americana sin dejar de apuntar con el arma. Hecha su contenido en la cazoleta e indica el chico que se la ponga entre los labios. Le pega fuego. La pasa al otro. El partido sigue en la tele La voz del locutor apenas se escucha a través del humo. Vais a venir conmigo, vais a pagar por lo que le hicisteis a esa pobre chica. ¿Lo pasasteis bien, eh, par de cabrones?, ¿decidme, lo pasasteis bien? Par de mierdas inmundas y rastreras. Por favor, por favor… ¡Callaos hostia! Podría volaros la cabeza ahora mismo. Vuestros sesos quedarían muy bonitos sobre la pared, par de gusanos rastreros. No valéis una mierda. Sois menos que nada, sois escoria. Salen a la calle. Una calle del Bronx. Suben al vehículo por la puerta delantera y uno de ellos se sitúa en la parte de atrás. Sus muñecas presas de  los mismos grillos. El tráfico es fluido. Llegan a la estación de autobuses. El hombre saca dos billetes. No se ve con que destino.  Llegan al andén. Abre los grillos. Si creéis que  no vais a subir a ese autobús os equivocáis, vuestras vidas ya no valen un mierda en esta ciudad. ¡Subid! Pone la caja entre las manos de uno de los chicos. Los altavoces anuncian la inminente salida del bus. No se queda a verlos marchar. Se aleja por el andén.
Los transeúntes se aproximan al coche detenido en la calzada entorpeciendo el tránsito. Hombre caucásico. Entre cincuenta y sesenta años (aunque solo cuenta con treinta y cinco años, dos meses y trece días) Heridas de bala en sien y mejilla izquierda. Los disparos debieron hacerse desde otro coche. Posible ajuste de cuentas.  Hay quien ya lo ha identificado como un teniente de la policía de Nueva York.




                                    FIN

domingo, 1 de mayo de 2011

EL POETA

                                                                                            “Se puede también caer en la
                                                                                        altura tanto como en el abismo.”

                                                                                          (Hölderlin, Reflexión, Ensayos.)
         
Ecos de la tradición órfica y del origen divino que en esta se le confiere al poeta, resuenan en la concepción que del mismo posee Hölderlin. A él le corresponde hablar por los dioses cuando estos hayan callado, lograr que su voz vuelva a sonar en los oídos abrumados de los hombres por el obstinado repiquetear de los martillos que atronan talleres e infundirles el deseo de belleza, lo uno diferente de sí mismo de Heráclito, el anhelo de concordia y armonía universal.

El poeta se consagra a su labor como a un sacerdocio y entiende su tarea como una misión llevada a cabo con pasión y entusiasmo, pero no carente de peligros, la divinidad, celosa de los que presencian su magnificencia, suelen castigar la osadía con implacable rigurosidad. “Quién habla con los cielos, no debe temer a los relámpagos”, nos dirá nuestro arrogante poeta, sabedor, no obstante, que tras el espléndido vuelo por las esferas celestes, una vez que por su atónita mirada han desfilado las más inefables maravillas, como a Faetón, solo le resta la inexorable caída a los abismos de la melancolía, reverso siniestro del entusiasmo. El melancólico, ante la pérdida del objeto de deseo, en lugar de optar por renunciar a él tras el inevitable trabajo del duelo, repliega la carga de objeto hacia su interior, incardinándola en un yo que, en adelante se encontrará disociado entre la actividad crítica del mismo, y el nuevo yo modificado por la identificación9. Abrumado por esa sombra en su interior, el suicidio puede ser una solución extrema, no obstante a Hölderlin, la divinidad prefirió cegarle la inteligencia, como a Tiresias, acaso para no acallar del todo su música o hacerla, tal vez, más libre, propiciar que volara más alto, al librarla de las cadenas de la razón.

 En efecto, las últimas composiciones de nuestro poeta que se conservan con el poco original título de Poemas de la locura10[1], entre la infinidad que se perdieron, fruto de la desidia, pues en las casi cuatro décadas que permaneció exiliado del mundo y la cordura, en casa del carpintero Zimmer, nunca dejó de escribir, se ofrecen expeditas de convenciones métricas o estróficas, ni la sintaxis lógica comparece ya en la mayoría, que vienen a ser efluvios incontinentes y entusiastas de ritmo puro11 que se eleva liviano a las altas esferas celestiales a las que pertenece y le dan pábulo: “El espíritu no se eleva sino por el entusiasmo, y el ritmo no obedece más que a aquel cuyo espíritu se llena de vida”.
 
Júpiter, representante del legalismo olímpico, y por extensión, de todo orden reglado, es derogado, en favor de una divinidad primigenia y caótica, renuente a cadenas y bozales, el titán Saturno, a la sazón padre del Tonante y víctima suya16. Antígona  prevalece sobre Creonte. La poesía debela a la filosofía. La visión dialéctica de la realidad, es inseparable de la intuición de Hölderlin, de manera que lejos de ser las anteriores oportunistas alusiones mitológicas o literarias para edulcorar el discurso, son auténticas semantizaciones, encarnaciones figurativas a través de las que se dramatiza la simbología dicotómica que preside toda su obra, poética y ensayística. En el siguiente inventario ofrecemos algunas: Razón-Sensibilidad, Historia-Mito, Hesperia-Grecia, Necesidad-Libertad, Juicio-Ser, Melancolía-Entusiasmo, Humanidad-Divinidad. El poeta, habitante de la región etérea que media entre las esferas celestiales y la superficie terrestre, debe salvar estos hiatos y conciliar ambos extremos en una unidad total, su misión es instaurar el Uno y el Todo.
Más arriba mencionamos algunos de los castigos ejemplares con que los dioses premian a los que se adentran en sus dominios y de los que la mitología clásica está llena, no obstante de ser ellos en muchos casos los propiciadores de tales intromisiones toda vez que precisan de testigos de su poder y bocas que lo canten para que puedan ser alabados y sean elevadas plegarias hasta ellos por los mortales. Quiere esto decir que el poeta, es condición de posibilidad de la divinidad, pues de no ser por él, que recuerda y evoca a los hombres el tiempo en que los dioses habitaban sus cielos, permanecerían recluidos en la nada, habitando el olvido sin fieles que crean en su poder, que es tanto como decir que no existirían. El dios necesita al hombre más que el hombre al dios.

 El poeta, como Tántalo, puede asistir a los banquetes olímpicos, lo cual no le eximirá pagar un precio por contarlo, que en ningún caso deberá hacerle renegar de las gollerías que pudo degustar: “Ahora temo que al final me ocurra como al antiguo Tántalo, a quién de los dioses le aconteció más de lo que él pudo soportar.”  (Carta a Böhlendorf, Ensayos)

Esta naturaleza ambigua y medianera del poeta, ser saturado de divinidad que debe arrastrarse preso de la melancolía por la superficie terrestre y atestiguar la belleza que le fue dado contemplar en las insípidas estancias de la vida cotidiana, recuerda a aquella semidivinidad que comparece en el Banquete11 de Platón. Según el retrato que ofrece de Eros la Diotima platónica, este no es ni bello ni feo, ni bueno ni malo, sino algo intermedio, de ahí que tampoco sea un dios, sino un demon que actúa de intermediario entre lo mortal y lo inmortal, como un vínculo que mantiene unido a todo el universo:
 “-Interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombres la de los dioses (…) Al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo.” (Banquete, 203a.)
Esta naturaleza mestiza se explica por su genealogía, hijo de Penía(Pobreza) y Poros(Recurso o Abundancia): “No es por naturaleza ni mortal ni inmortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa (…)”. (Banquete, 204.)

Sin embargo, es de capital importancia para nuestros intereses, el papel que le confiere Platón a este demon. Eros es deseo de posesión de lo bello y lo bueno, pero esta posesión no se realiza a través de la contemplación teorética de la belleza, sino de la producción (poíesis), generación en la belleza: “Por esta razón, cuando lo que tiene impulso creador, se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra.” (Banquete, 206d.). A través de la fertilidad, de la potencia creativa y reproductora, es como los mortales acceden al reino de la eternidad, su modo de vencer al olvido y triunfar sobre la muerte.  “El impulso erótico conduce al alma de lo sensible a lo ideal. El impulso (poiético)  obliga a descender al alma de la contemplación al “reino de las sombras”, de manera que implante en este mundo los paradigmas contemplados en la ascensión.”(Eugenio Trías, El artista y la ciudad, pag.42)20  
                               
“(…) ¿Cómo podría vivir el sacerdote cuando su dios ya no existe? ¡Oh genio de mi pueblo, oh alma de Grecia, abajo, abajo tengo que buscarte, en el reino de los muertos!” (Hiperión, II.1.)

Esto último nos deja el camino expedito para tratar de dilucidar cual es la naturaleza de la poesía, como producto de semejante impulso creador.







9Cfr. Gómez Sánchez, C., Freud y su obra, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 224, 226       10Hölderlin, F., Poemas de la locura, Madrid, Hiperion, 2004.
11 Platón, Diálogos v. III. Madrid, Gredos, 2000.