miércoles, 21 de mayo de 2014

Borges y la metafísica de los espacios (I)



El idealismo extremo, que en ocasiones suscriben algunos relatos de Borges,  casa con una concepción del lenguaje que desconfía de su capacidad representativa, de capital importancia a la hora de mantener el concepto aristotélico de verdad como adecuación entre una proposición y los hechos. Algo ya observado por Nietzsche cuando denunciaba que los conceptos no eran más que metáforas cuyo origen se había olvidado; y los hechos mismos, un manojo de interpretaciones. El lenguaje es esencialmente retórico, lejos de revelar, oculta, urde máscaras, crea metáforas. Por eso Borges prefiere guardar silencio acerca de la realidad extralingüística.
La espacialidad tematizada en la narrativa de Borges, de carácter simbólico, se encuentra en íntima relación con la compleja concepción filosófica que articula su obra.
En primer lugar el empirismo, especialmente en la versión radical de Berkeley, para quien ser, es ser percibido. De modo que, en ausencia de percepción, no puede afirmarse categóricamente la existencia de los objetos ni su persistencia en el espacio-tiempo. Cuestión que se manifiesta en la aporía de las monedas perdidas en "Tlön".
El idealismo pone en el centro de la reflexión filosófica al "yo", "sujeto" o "conciencia", quedando el mundo exterior reducido a un "dato" que precisa de una justificación ulterior. De modo que el idealismo sienta las bases para la plena subordinación de la realidad empírica a la conciencia que lo "crea".
El nominalismo reduce el mundo a los individuos y niega las esencias, siendo estas últimas, una ilusión gramatical. La sustancialidad de los nombres es una cuestión de semántica no ontológica.
En cuanto a la ciencia, Borges siempre sintió interés por las nuevas teorías, la Relatividad y Cuántica, que se asomaban a  modelos cosmogónicos y geometrías no euclidianas que conciben un espacio paradójico respecto a la intuición humana.  





 1. 

Horror infiniti.

Aristóteles en su análisis de las paradojas eleática, distinguió entre un espacio infinito y otro infinitamente divisible. La cuestión no es baladí.  El infinito implica la no existencia de un centro, la abolición del orden, la negación última de un dios. Borges estudiará el argumento de las series de números infinitos, atribuida a Russell, suceptibles de desdoblarse en otras series infinitas. Es decir, que el infinito sería actual y no meramente el resultado de un proceso de enumeración o división infinita.
Los argumentos que abordan la posibilidad del infinito dirimen un conflicto inmediato. El  personaje-narrador se encuentra en un estado de cierto equilibrio mental hasta que se insinúa la posibilidad misma de que el espacio albergue el infinito. Este descubrimiento imprevisto conduce a una degradación gradual del estado mental y una desesperación en el personaje. En el caso de “La Biblioteca de Babel,” el narrador nos dice que los habitantes de la biblioteca son afantasmados por su totalidad: "Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse…" (62)
La premisa argumental que se insinúa como una posibilidad atroz, se convierte en un revelación que se produce en el clímax del relato. El espacio que recrea Borges a través de la elaboración de simetrías y reiteraciones de elementos, deviene imagen especular que se refleja a sí misma hasta la nausea.  
La conciencia de la crisis de la noción de tiempo basada en la linealidad y la univocidad revierte, por tanto, en la configuración de un espacio paradójico, desprovisto de categorías como dentro/fuera y que se simboliza en la imagen del laberinto.
El espacio laberíntico se convierte en metáfora de la irracionalidad de un universo que, refractario a los intentos del hombre a introducir un orden, produce la quiebra de su potencia. En ocasiones ese laberinto se configura como una Biblioteca, en otras se trata de todo un país, como India en "El acercamiento a Almotásim."
El lenguaje para Borges es, como quedó dicho, esencialmente retórico, no referencial, de modo que la mímesis objetiva confiada al poder referencial de la palabra se descubre como una estructura de tropos a la que nunca le es posible converger con una presunta realidad extralingüística debido a la naturaleza autorreferencial de los "laberintos de papel". Las palabras no muestran ni reproducen una presunta realidad extralingüística, son espejos que ofrecen simulacros. Es la postura del nominalista. No hay una realidad sustancial más allá de la palabra que la nombra. 


2. 

El laberinto.

El laberinto figura una "geografía de la ubicuidad" bajo la que se plantea una nueva visión de la realidad desde su dimensión espacio-temporal. El laberinto es la metáfora idónea ante la experiencia de un universo caótico, cuyo orden, si existe, es remoto y oculto.  Responde a unas leyes y una lógica nada convencionales, paradójicas.
El laberinto se configura en la obra de Borges de dos modos. Bien como espacio referenciado por el propio texto, bien como espacio textual, o "laberinto verbal".
El ejemplo paradigmático del primer tipo de laberinto sería la construcción de Minos para encerrar al Minotauro, mito recreado por Borges en "La casa de Asterión". La esencia de este tipo de laberinto es que no se puede salir de él. Se trata de una estructura elemental y ordenada basada en la iteración de determinados elementos, una recursividad potencialmente infinita que anula toda posible toma de referencia.
Pero también el reflejo de un mundo fantasmagórico, imagen que duplica una imagen del arquetipo platónico, que es el mundo empírico. El espejo que "inquieta" el pasillo y lo duplica en "Tlön", prefigura la amenaza de ese mundo imaginado por una legión de eruditos, poniendo en evidencia el carácter ilusorio de la realidad empírica.
Y aunque el laberinto que nos interesa abordar a nosotros es de naturaleza espacial,  también adopta la forma de un laberinto temporal en la novela de Ts'ui Pên. Al fin, el concepto de cronotopo, legatario de las teorías físicas de Einstein, implica a sendas dimensiones.
El espacio borgesiano se convierte en laberinto ya sea por exceso de determinación (una sola línea recta, como único corredor infinitamente divisible), ya sea por exceso de indeterminación (el desierto, como infinidad de encrucijadas). En ambos casos, el carácter laberíntico viene de la proyección de una característica al infinito, lo cual da como resultado la imposibilidad de salir. Dicha imposibilidad –conjeturada- de salir, se convierte en decisión de permanencia.

El laberinto, en segundo lugar, también se configura en la narrativa borgesiana como espacio textual autorreferencial. Este último se manifiesta en la mise en abîme, procedimiento retórico de reduplicación especular. Procedimiento caro al autor del "Examen de la obra de Herbert Quain", relato en el que procede mediante la reseña de su producción literaria, confesando al final de la misma, que de una de sus historias, extrajo él el relato "Las ruinas circulares".
No debemos olvidar que en ambos casos, la "realidad" borgeana es siempre textual, sin pretensión mimética alguna y sí, en cambio, una voluntad expresa que crear espejos, construir simulacros. De modo que el primer tipo de laberinto no sería más que una variante del segundo, y ambos un intento de incluir el infinito caos del mundo y su ilusión especular en el recinto finito del texto; en el ámbito de una combinatoria limitada de signos.
"La Biblioteca de Babel" o "La lotería de Babilonia", pese al locativo, no se sitúan en un espacio físico.
Estos relatos de Borges acontecen en un espacio mental, desconectando la referencialidad del realismo ingenuo entre la palabra y la cosa, por otra parte, palabra a menudo referida a otros textos, negando así un afuera del texto. Borges no aspira a reflejar el mundo, empresa proscrita por el idealismo platónico y declarada vana por el nominalismo, sino a reducir el mundo un espejo de la conciencia a través de la palabra.






BORGES, J.L.: El jardín de senderos que se bifurcan, Madrid, Alianza Editorial, 2001.

2 comentarios:

  1. Maravilloso, Marco Antonio. Siempre es genial leer algo sobre Borges, pero si lo firmas tú, todavía más. ¡Espero la continuación!

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  2. Gracias a ti Núria. Lo genial es ver que ciertos contenidos llegan a alguien: ¡Vivan las amplias minorías!

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