Luis Alberto de Cuenca
Kill, kill, kill…
The Doors
La primera vez que me alojé en El resplandor (The Shining, 1980. Stanley Kubrick), frisaba los diez años y mi mirada infantil deambuló entre la fascinación y el desconcierto por los pasillos transitados por malos recuerdos del Overlook. La memoria en lo sucesivo sería cautiva de tres cifras, 237, y de una frase que repetía hasta el delirio su propia vacuidad ensimismada, una íntima y secreta frustración apenas formulada en los espacios en blanco que se abren entre línea y línea; un escupitajo furioso a la cara del espejo.
La segunda vez que visioné el film de Kubrick me habían dado alcance la adolescencia y una cinefilia ávida y desgreñada, y solo tenía ojos para la exuberancia de los travellings, la lujuria del espacio comunicada por los angulares, la composición de cada encuadre y las fuentes de luz que los animaba: Kubrick me había aherrojado la mirada y tirado la llave por la alcantarilla. Desde entonces han menudeado las visitas a los pasillos del Overlook; desde entonces, el secreto tras la puerta de la 237 que acechábamos a hurtadillas, siempre es otro, un deseo velado, una plegaria no formulada o una plegaria atendida; pero sólo en fechas recientes he penetrado el enigma de la mente de Jack y el móvil nada sobrenatural de sus acciones: el confinamiento en el purgatorio de los deberes familiares desliga las fuerzas de su voluntad de poder y las anuda al parachoques herrumbroso del furgón de sus “responsabilidades”, al costo de postergar una vocación, un modo de ser y estar en el mundo, una esencia que cifra el sentido de toda vida (es decir, de la vida de aquellos que la viven desde una vocación, que los otros son zombis o plantas de interior), dejando en su lugar un rencor viscoso y hediondo que se pega al velo del paladar y un duro pensamiento le fue creciendo monstruoso, obstinado, fatal: ha de cortar el nudo gordiano, ha de matar a Wendy.
Porque Wendy es esa mujer en la que el deseo ha cumplido su ciclo y ya es incapaz de citarla con la lujuria. Porque Wendy es un ser mezquino y servil que sólo puede ofrecer sentimientos tibios y desayunos en la cama. Porque Wendy es la rémora para que Jack llegue a ser escritor. Porque Wendy es la causa de que el tenga que trabajar de lava coches o albañil. Porque mientras con su estúpida mirada bovina relata el parte meteorológico interrumpe en Jack el oficio de la musa maldita que le dicta una salmodia diabólica, unos versos satánicos que se copian a sí mismo como los virus, que se han metido en el laberinto de su mente, como Wendy y Danny, y a los que tendrá que desalojar con artes de leñador, a hachazos.
¡Mátala Jack!, no permitas cargar con la impedimenta de su mediocridad y cobardía, un falso desvalimiento, una sibilina habilidad cultivada en los rincones más oscuros de la envidia, el rencor, la frustración de saber que no es como tú, para rosigarte luego los cimientos del ánimo y la voluntad como oruga hacendosa y repulsiva.
¡Mátala Jack!, no eches a perder tu única vida al lado de esa arpía con piel de cordero y urbanidad melosa, ese rencor vivo que enarbola a tu hijo cuando se tercia, como reclamo para no perderte, y arguye su bienestar siempre que te ronda el éxito, para que huyas de su promesa y te claves a su lado.
¡Mátala, mátala, mátala!
http://cinedivergente.com/ensayos/especiales/estados-alterados/trastornos-mentales-la-hora-del-lobo
¡Mátala, mátala, mátala!
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Es una película brutal, creo que no conozco a nadie que la haya visto y le haya pasado despaercibida, yo la vi hace poco en internet con eso del hbo online que ves la película que sea cuando quieras, y me gustó mucho, creo que es de las películas más aterradoras y perturbadoras que he visto, llena de símbolos y de extravagancias.
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