jueves, 11 de agosto de 2011

CRÓNICAS APÓCRIFAS DE MR. JONES.



-El cuerpo es infinito y melodía.

PAZ

-Como aquella otra vez en Oaxaca. Una vez más se había quedado sin papel y comenzó un nuevo capítulo en la espalda de una puta. En realidad hay dos versiones. Según la que circulaba por los mentideros, fue sólo un párrafo de la obra en que trabajaba, copiado poco después en un paquete de cigarrillos, pero supe años después, de boca del mismo Mr. Jones[1] que se trataba de un cuento que le sorprendió literalmente a calzón bajado, fruto, y cito textualmente, “de la singular confluencia entre mi estilográfica y la tibieza de la dermis lienta, el olor fosco y hembra, de la puta a la que el tequila le embrollaba el oficio.” De este modo, dio inicio a una narración acerca del encuentro inopinado y melodramático de un padre con su hijo abandonado u olvidado años atrás y recuperado en el trance de la sala de un tribunal o la mesa de operaciones de un quirófano, que en esto difieren nuevamente las versiones o el ejercicio minucioso de la impostura, cultiva la discrepancia.
 Comenzada la faena, su caligrafía se desgranaba en caracteres diestros y bien acabados, los trazos, allí donde la piel presentaba impurezas o el sudor permanecía y amenazaba con arruinar el conjunto, eran cuidadosamente repasados, aquí, puntuaba con un lunar, allí sorteaba una cicatriz, luchando siempre contra la violencia indómita y beoda de su pergamino, no tan quieto como él quisiera, sin apenas corregir: el dedo ensalivado bastaba cuando un vocablo marraba el objetivo. Espalda abajo, el torrente de menudas grafías encontró propicio el remanso del caderamen, en el caudal de las nalgas su escritura, fluida y generosa, se desgranaba en una caligrafía menuda y afilada, cortante en las corvas; aplicó cuchilla allí donde el vello intonso hacía impracticable el curso fatal de unos hechos que se asomaban a la tragedia desde el brocal del destino. Ahora, el compás de las piernas imponía una prosa suelta abismada en las vaguadas de una piel repetidamente arremetida y estriada, tantas veces antes recorridas por lenguas lúbricas y anónimas que arrancaran a su dermis adolescente jirones de un deseo furtivo y culpable, era esa noche violada por la fría turgencia insomne de una Parker desfloradora de doncelleces insospechadas. El recurso al verso, hallazgo imprevisto y precioso, según se lamentó, fue imperativo casi, ante la imposibilidad de anudar los periodos; abundaba en endecasílabos y eneasílabos, aunque no rechazaba arrancar a un buen alejandrino relumbres modernistas, precipitando la verba hasta las sábanas, perdiendo letras y rescatando trazos. Abrumada la reciedumbre de los gemelos y refractaria la angostura de sendos talones de Aquiles, saltó a los encallecidos talones, transidos de taconear mil calles, donde más que escribir cincelaba, hasta que el punto y final se insinúo providencialmente en el puente estriado del pie derecho.
Exhausto por, según sus palabras, la más genuina y absorbente experiencia, y recalcó, experiencia literaria, y matizó literaria, de su vida, aliviado pero dolorido tras partear una ficción que llevaba años clavada en la inspiración, se dejó tomar imprudentemente por el sueño (recordemos que era insomne) sobre la superficie mullida de su obra magna, con el pálpito de la vida reciente, sobre su calidez viva y vivificante, norte y cumplimiento de toda una vida consagrada al producto mercantil de un oficio, una artesanía esmerada pero dolorosamente inerte, apenas asistida por la inspiración, etc.
Al grano, cuando se despertó la puta ya no estaba allí….







[1] De todos es sabido su propensión a la relación de anécdotas apócrifas o francas mentiras que su interlocutor aceptaba de buen grado enredado en su hipnótica facundia desatada cuando el vodka soltaba a la musa en el ruedo sin burladero de la noche.

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