domingo, 13 de noviembre de 2011

ALEGATO EN FAVOR DEL SUJETO.


                                It´s not easy facing up when your whole world is black.                                                     
La juventud salvaje, amamantada por la loba capitolina, quema ruedas por el carril de sentido contrario en la noche oscura y sin alma de un pasado por venir, devorando a la carrera el tiempo que los devora. Ataviadas con bombín y pestañas de pega, las máscaras felices saltan alegres por charcos y fronteras bajo una lluvia de leche enriquecida su insolencia predadora y despeinada, disparando eructos y vomitando semen contra los puntos de fuga de una geometría totalitaria y decadente, infinitamente más aterradora que su párvulo frenesí.

Entre el desorden y la injusticia, prefiero la injusticia.” Goethe.

Una deshumanizada ingeniería social planifica la convivencia imposible de los lobos. Esto es La naranja mecánica (A Clockwork Orange; 1971)

Para Kubrick el mal es siempre institucional. Cuando las pulsiones del sujeto son puestas al servicio de la tribu, se priva a éste de algo precioso, una singularidad terrible que sólo responde a los dictados hedonistas de su Ello; que es preciosa, por su individualidad irreductible, su libertad es infranqueable, so pena de arruinar una humanidad siempre oscilante, alienarla y embrutecerla como resorte en el reloj averiado al que da cuerda la labor cultural. A Kubrick no es que la cultura le genere malestar, no, le repugna. Quisiera destruirla. Hasta el arte sucumbe y se pervierte en manos de los cirujanos de la sociedad.

Una deshumanizada ingeniería militar reprograma a los lobos para que sean más lobos. Esto es La chaqueta metálica (Full Methal Jacket; 1987)

El film comenzaba con la esquilma de las greñas de una docena de rostros anónimos y anodinos a los que se les iba la identidad en cada fibra capilar. En adelante, dejarían de ser fulano o zutano para convertirse en Private Joker o Private Cowboy y afrontar el adiestramiento expeditos de réditos personales, culturales y morales. Y al final, cuando sólo sean sombras recortadas sobre las llamas y su humanidad haya sucumbido, un ejército apocalíptico desfilará sobre los rescoldos de un mundo arrasado al ritmo marcial de las canciones del Club de Mickey Mouse, aferrados a un vestigio de su infancia cercana del que se librarán pronto, y entonces Joker, consciente, demasiado consciente, espetará: “Puede que este mundo sea una puta mierda, pero estoy vivo y no tengo miedo.”
PAINT IT BLACK, JOKER!

Kubrick condena el sistema y salva al individuo. Alex se salva cuando las visiones extáticas vuelven a él y lo sabemos libre al fin del Ludovico. Es uno de los finales felices más memorables de todos los tiempos, análogo, al no menos feliz de la milagrosa recuperación del Dr. Strangelove operada por el halagüeño porvenir que se le avecina tras el holocausto nuclear en Teléfono Rojo, ¿volamos hacia Moscú? (Dr. Strangelove; 1963).
Joker salva un reducto de su humanidad amordazada dando el piadoso tiro de gracia a la francotiradora agonizante que había matado a sus amigos, antes de que su mente vuelva a estar ocupada de nuevo con la promesa del gran follar del regreso.

Kill and Fuck, epítetos épicos caracterizadores del hombre, que en inglés suenan rotundos, redondos, evocadores, con la violencia de la oclusiva velar iniciando uno y clausurando el otro, que por mor de la aliteración, de nuevo convoca al primero, y así, prosiguen trazando un círculo fatal que comprende y cerca nuestra historia universal de la infamia.

Kubrick concilia a Hobbes con Rousseau; del primero toma la premisa. Del segundo, la conclusión, traicionando a ambos, dando a cada uno su parte de razón, y destruye el edificio ilustrado con más violencia que las tres generaciones de La Escuela de Frankfurt juntas.

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