TEDDY de J.D. SALINGER.
Como es habitual en Salinger, el narrador suele comenzar el relato con la intervención de un personaje, en este caso se trata del padre de Teddy, forma muy eficaz de introducir al lector en la materia narrativa, es más, se trata de una réplica a algo anteriormente dicho por el niño “El día exquisito te lo voy a dar a ti, amiguito.” A partir de aquí se nos pondrá al corriente de la situación (un camarote compartido por el matrimonio y los dos hijos) y el carácter de los personajes adultos ( siempre desde lo que dicen), porque la personalidad de Teddy sigue difusa. La reacción serena, calma, ente el enojo de su padre y la precisión con que refiere ciertos datos, nos ponen sobre la pista. Salinger activa nuestros mecanismos de inferencia refiriendo con detalle pero sin prolijidad gestos, ademanes, posturas o entonaciones. Del encuentro con su hermana (una pequeña que sólo cuenta con seis años de edad y que se muestra especialmente cruel con su compañero de juegos) percibimos cierta conducta anómala en Teddy, demasiado maduro, distante, condescendiente con la brutalidad verbal de la Booper, con la “infancia” que percibe en Myron, tan lejana, ajena a él y su hermana. Pero será el tercer encuentro que tenga Teddy el que nos da al personaje.
De nuevo el narrador desconcierta al lector al hacer aparecer a Nicholson como un desconocido para Teddy. Sólo por el diálogo sabremos de un fugaz encuentro anterior entre ambos, y toda la información referida al crucero que realiza la familia McArdle, nos será ofrecida: Teddy ha sido entrevistado en varias universidades europeas debido a su sobre dotación intelectual (algo a lo que ya se había referido su furibundo padre con ironía). Pero lo verdaderamente revelador será su hondura espiritual que le lleva a despreciar la relevancia tanto de las emociones (gusta de los haikus por su desnudez emocional) como de la inteligencia analítica, para desconcierto o malestar de su interlocutor. De especial interés resulta su opinión sobre lo errado de una educación que prioriza la aprehensión del mundo a través de conceptos, el cultivo de la inteligencia analítica, útil para su objetivación y posterior manipulación, pero una rémora para “ver” más allá del cambio y lo múltiple, de la discreción de la materia, la unidad substancial y la co participación de cada individuo en el todo.
Salinger aparentemente no se pronuncia, dejando que sea el lector quien desde sus convicciones, valore sendas posturas (mística y racionalista). Será el devenir narrativo el que dicte sentencia.
Tras dejar al niño, Nicholson deambula absorto por diversas cubiertas, adivinamos con facilidad la materia de sus pensamientos cuando, al avistar un cartel que reza: A LA PISCINA, se escucha el grito sostenido de una niña pequeña, tal vez de seis años, puede, eso lo colige el lector, que se trate de Booper. De forma nada inocente, Teddy, que durante su coloquio con Nicholson está pendiente de la clase de natación que tiene de forma inminente, y al tratar de ilustrar a aquél acerca de la irrelevancia de la muerte corporal, pone como ejemplo un accidente suyo en la piscina, vacía. ¿Se cansó el pequeño Myron de los abusos de Booper? En cualquier caso, presentimos que Teddy tendrá la ocasión de probar en la práctica sus teorías sobre la muerte.
La inquietud en que nos suspende el incierto desenlace del relato, trasluce cierta ironía sobre el planteamiento místico de Teddy, dejando en suspenso la reacción del niño al conocer la presunta muerte de su hermana, que intuimos, no será desde el desapego que predica ni la serenidad que le reviste. Por otro lado, el sadismo manifiesto de Booper testimonia los frutos de la inteligencia en ausencia de sentimientos.
Salinger es brillante dialogando. Teddy habla exactamente cómo debe hablar un niño extremadamente inteligente. En su polémica con Nicholson (eco de otras muchas mantenidas durante su viaje en Europa), desenmascara de continuo las intenciones de su interlocutor, destruyendo con sagacidad sus consabidos argumentos, consciente de su superioridad dialéctica pero temiendo ofender a Nicholson, haciendo gala de una soberbia tan manifiesta que se reviste de condescendencia y desinterés hacia el otro. Nicholson le interesa vagamente más que Myron, en la medida que el primero le permite ejercitarse, no lucirse, no es ostentoso. El segundo sólo convoca una ausencia, de empatía, de piedad.
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