martes, 7 de febrero de 2012

EN EL FONDO DE MÍ.


En el fondo de mi corazón anidaba un asesino.
HENRY MILLER



Sabemos, antes que Gide nos lo dijera, que con buenos sentimientos no es posible hacer literatura, quizá por que el arte es corolario de una agonía, resultado de una lucha, una respuesta a destiempo con que retorcemos el cuello a la angustia. Los dioses tejieron el infortunio humano para que los poetas pudieran cantarlo, y los poetas lo cantan porque necesitan vaciar las tripas sobre la escena...

Take it a Sad Song and Make it Better...si puedes...

...y mientras, en una noche gélida de desamor, Christine reprocha a Antoine que utilice su novela para ajustar cuentas con sus padres.
Pobre Christine, esos bellos ojos tuyos nunca entenderán nada. Nunca supiste que es el dolor ni lo acuciante que resulta tomar venganza de la vida cuando se nos insinúa la oportunidad. Aunque a nadie interese, aunque nadie sepa, como lamentaba Archer, quizá alguien llegue a saber después de todo, y habremos saltado la penúltima cerca para allegarnos al otro antes de decidir si es para matarlo o tomarlo, como les pasa a Ethan y a “Scottie”, esos amigos.
Porque al final el enigma que la Quimera plantea no quiere ser resuelto. Porque en el fondo de mí anida un asesino. Porque al final de cada mujer hay una Debbie o una Madeleine que resultan no ser la mujer que amamos y lloramos después de que nos abandonara en el desorden de una ausencia, y ante el reencuentro deseado, la nueva realidad que se ofrece nos cita, no con el miedo, no con la decepción, sino con el odio, y sólo cabe, tristemente, una respuesta, que pudo ser feliz y es nuestro fracaso, un quedarse en lo alto con los brazos tendidos hacia la melancolía o un encaminarse erguido hacia la línea del horizonte, que es la soledad.

El auténtico acto surrealista, escribió Breton, es salir a la calle, revólver en mano, y disparar al vientre de los transeúntes.
Y para evitar la prisión, se puso a escribir, como hicieron Miller, Celine, Onetti y Cernuda, todos enfermos de odio y sed de venganza. Y la literatura fue la daga con que degollaron el rencor y se resarcieron de la vida.
Nietzsche nunca supo qué demonios hacer con la vida, si besar sus labios de hiel o retorcer su hermoso cuello de alabastro en lo alto del campanario solitario de Sils Maria. Y acabó haciendo quizás, ambas cosas; sintió cesar el pulso de la vida bajo la presión de sus pulgares y se tiró luego su cadáver enfermo de nihilismo. Ecce Vitam.

A todos a los que envenenaron los sueños, yo os digo: bienaventurados los vengativos, ellos alumbrarán arte.
A nadie importa quien fuera la destinataria de Like a Rolling Stone (todas y ninguna) sólo importa Like a Rolling Stone y su torrente de rencor acre y sublime, sin espacio para el perdón, con su aliento inmisericorde, haciendo trepar el sadismo sobre un andamiaje de odio y regodeo en el fracaso ajeno, cuando el tiempo de la piedad quedó atrás con la mueca estúpida del autoestopista que ve pasar el último coche de la tarde.

Nada bueno podía salir de unos días en que murieron Angelopoulos, Gazzara y Tàpies.

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