domingo, 13 de mayo de 2012

UNA TARDE DE SÁBADO.





Un año ya de aquel movimiento de indignación ciudadana.

Recuerdo que dos días después, me tocó de presidente de mesa en las Autonómicas y Municipales. Los deberes cívicos, ya se sabe.
Un año ya.

Celebración del aniversario en la Plaza Mayor, ambiente festivo de sábado por la tarde, entre niñas vestidas de Primera Comunión y parejas que devoran el helado o las pipas (igualito que cuando van de procesión). El inevitable turista con su canon saqueando imágenes del casco histórico y la gente de bien con la caña y el pitillo en las terrazas. Los niños corren tras las palomas y las barriguitas hinchan las camisas de los paseantes ociosos e indiferentes al sarao.
Y mucha, mucha policía.
Casi daba miedo acceder a la citada plaza, uno, que iba con la niña y su patinete.
Luego, los discursos, el morao de las banderas, cuando no la hoz y el martillo, surcan el aire espeso de este estío primaveral y prematuro que sufrimos. Discursos llenos de reivindicaciones de derechos pisoteados y represiones varias.
Mientras le echo un ojo a la niña, que sigue a lo suyo, escucho palabras como “libertad de expresión”, “derecho a manifestarse”, “políticos”, “censura”, “el futuro de nuestros hijos”, “compañeros y compañeras” (jóvenes y jóvenas, la lengua no discrimina, son los hombres, y en español, el masculino es el género no marcado, inclusivo, qué se le va a hacer) y esa hermosa palabra que, acaso por la fruición que nos exige su articulación, el recorrido trabajoso de la lengua de una posición ápico-alveolar a la localización interdental, llena la boca de tantos con tanta frecuencia: FASCISTA.

Pienso, estos chicos estaban ansiosos de que el PP tomara el poder para esgrimir la palabreja con alguna oportunidad. Estos chicos que, en apenas cinco días, estarán meneándose en la enésima edición del WOMAD, con la litrona y el canuto (eso sí que sería una revolución, la plaza vacía el próximo jueves), añoran correr delante de los grises.

Y como fin de fiesta, un tipo nos canta “Ay, Carmela”: rumba la rumba la rumba la.

Y uno piensa que no faltan motivos para echarse a la calle, pero que estos chicos andan pelín perdidos. Que sus argumentos son de otra época, anacrónicos, falacias populistas que levantan aplausos pero inermes como las quejas de un niño de pecho, salvas que sólo asustan palomas.
Por lo mismo que la huelga como forma de reivindicación obrera, tenía sentido únicamente en el contexto de una sociedad industrial, productora y resulta inútil en un país terciarizado.
La dialéctica combativa de la izquierda de otro tiempo no ha sabido adaptarse al siglo XXI, cuando los mecanismos del sistema son demasiado sutiles y perversos. Precisamente porque no oponen resistencia, toleran la disidencia, la discrepancia, cierto alboroto que dispensa la ilusión de libertad, y libera la mala sangre. Pero en realidad no hay un afuera del sistema.
Estos chicos añoran al dictador, al censor, al carcelero, al que acusar puño en alto. Añoran obstáculos contra los que hacerse fuerte. Pero no los encuentran


Un amigo me objetaba, tiempo atrás, la conveniencia de este movimiento (me advertía de su peligro) por lo que tenía de apolítico. En democracia hay que acatar la reglas del juego y hablar en las urnas, me decía él. Pero no son los políticos quienes nos gobiernan, como sabemos los que queremos saber. Y desde nuestra posición, la que nos permite pagar el alquiler y dar de comer a nuestro hijo, tratamos de que la próxima generación, vaya tomando conciencia de la situación. Sin escudarnos tras estandartes obsoletos ni expresiones vacuas que no hacen más que desviar la atención.

Gandhi hizo tambalearse el imperio británico persuadiendo al pueblo indio a prescindir de los servicios de la metrópoli: obtener su propia sal, tejer la ropa. El consumidor tiene más derechos que el ciudadano. Encontramos hojas de reclamaciones por doquier. Asumir esto, es un comienzo, acaso, sea el único poder real con el que contamos, el único ámbito en el que poder actuar.

El concepto de ciudadanía moderno informa al ciudadano como receptor pasivo de derechos, algo impensable para Aristóteles. Para él, el ciudadano, es el hombre que participa en la cosa pública, que tiene poder político de facto.
Nuestra única participación política cotidiana es tributaria, como pagadores de impuestos. Para lo otro, tenemos que esperar cuatro años.
Así nace el concepto de “sociedad civil” auspiciado por el pensamiento liberal, como medio para mantener al ciudadano alejado de la fuente de poder. En EE UU, la aportación del ciudadano se vuelca sobre la comunidad como elemento cohesivo. Se fomenta el voluntariado, la participación en comedores sociales en los que se palía una situación dramática y se evitan así que enojosas preguntas por las causas de las desigualdades. Un lavado de las conciencias, el modo más eficaz de desactivar la participación ciudadana en las decisiones de Estado y fomentar la desmovilización, la apatía, la desinformación.

Entre la sentada pacífica de la Plaza Mayor cacereña y las bengalas neonazis que tiñen de rojo el mármol del Partenón, hay un suspiro. Entre la indignación perroflautil y festiva, y el sartal de soluciones finales de los nietos de Nüremberg que avanzan rompiendo cabezas, median los pocos años en los que tarde en desaparecer la clase mileurista, las terrazas se vacíen y las niñas ya no celebren el día de su Primera Comunión.

Y uno piensa, el segundo aniversario del 15-M tendrá lugar en un contexto económico y social aún más difícil, con medio millón más de parados en España y Europa rota.
La noche cae lentamente como una mortaja sobre la concurrencia que ya comienza a dispersarse con sus banderas republicanas, en las que tono del rojo se va confundiendo con el morado, para dar una suerte de gris indistinto y sucio.

Todo está revestido de una triste pátina gris. La niña me pide que volvamos a casa.
Vámonos hija.


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