Más allá de las venas y la risas,
el pan sacramental y el vino lúbrico.
Más allá de los signos de una
incierta astrología que teje con su urdimbre figuras de dolor.
Más allá de la memoria cautiva en el
andamiaje sutil de una mentira.
Más allá del ahora, de la estación
en que maduran las bayas y se deroga el verde.
Más allá del después.
Entre un sin fin de luces que buscan
tus oídos,
luz profunda de aurora degollada.
Entre un vergel sembrado de fetos
muertos o lamentos enterrados o
vísceras que humean entre tus piernas
sangrantes abiertas en ávido compás.
Y calzó de locura tu alma.
Y olvidaste ya el número de las
bellotas lloradas sobre lo yermo.
Olvidaste un llanto vesperal clavado en
el madero que pulsa silencios en un Edén vacío.
Sobre el filo de la noche gemebunda,
semillas como lágrimas, lágrimas como
piedras,
percutiendo sobre la cúpula vacía,
sin eco ni memoria, ni compás, ni
espera,
bajo un cielo malvado,
entre el resquicio de tus labios sin
besos,
contra pechos ya secos rematados en
cuchillos,
ante un vientre saqueado, templo de
soledad,.
en una bulba convulsa, dentada y
glotona.
Y oigo el lamento del roble, su voz
astillada y humeante.
Las manos cautivas alzadas a la noche.
Si pudiera llenar de moho las
catedrales,
verter planetas en un diván
herrumbroso,
fiscalizar el dolor de un reloj parado
sobre el andén vacío,
o vestir de luto las lágrimas
sangrantes de los arrabales.
Pero viniste hasta mí, Lillith,
mendigando una muerte,
en los pliegues del dolor.
Y quise abrazarte sin brazos, hablar
con palabras mudas, crispar tu soledad en la alameda.
Quise que comprendieras,
pero sólo quería y nada sabía del
dolor y la sangre,
El semen marchitó tus caderas y una
ira me arrastró hacia el molino.
Y sin embargo, supe y perdí y maté.
Viniste a mí mendigando una muerte y
yo fui tu asesino.
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