viernes, 1 de enero de 2016

Menciones especiales















La cantidad y variedad de fuentes  desde las que nos llega  la producción audiovisual del año en curso, hace que el criterio selectivo de algunas votaciones, restringido a la producción estrenada en salas comerciales (harto restringido en provincias), adultere el fin último de una selección de lo mejor a juicio del encuestado, o lo que más le ha gustado. De modo que, para solventar esta carencia, junto a mi Top 2015 publicado en “Cine divergente” (el enlace se ofrece al final del post), comento los títulos allí citados como “menciones especiales”.  






Mad Men
(2008-2015, Matthew Weiner).





¿Es posible que Don Draper sea el personaje de ficción más complejo y redondo, con más aristas y matices, visto en una pantalla desde, pongamos, Michael Corleone? No lo sé, pero no es descabellado creerlo así. Tras siete temporadas, la serie de Matthew Weiner ha resultado un compendio de temas y motivos propios de nuestra modernidad tardía. Apuntes sociológicos alternan con reflexiones ideológicas y políticas, en consecuencia, estéticas, acerca de la evolución del individuo como nodo donde se dirimen infinidad de conflictos, sociales, ideológicos, económicos, sexuales. Entidad compleja, en proceso de disolución, que cada vez se corresponde menos con el sujeto de conocimiento cartesiano y más con el sujeto del inconsciente.
Baudrillard en La  seducción, plantea la pérdida total de cualquier principio referencial: “estamos en la era de la simulación y la seducción es la única posibilidad de ir más allá de esta simulación.” Don es el simulacro de Richard Whitman, fruto de la contingencia, de su iniciativa. Su deseo. Reescribe una vida suscrita a la medianía desde las directrices del sueño americano, de modo harto exitoso aunque sin poder soslayar la deuda contraída con la impostura. Richard se enfrentará inevitablemente a las contradicciones de vivir a Don.
Su identidad vacilante llega a su momento de mayor crisis en la última temporada, cuando emprende una huida (con Keruac en la mochila) hacia el origen, o más bien, hacia el final de sí mismo.
El imposible regreso al hogar, ha sido siempre gran tema de la literatura y el cine americano.
Don con su Canadian Club “on the rocks” y su cigarrillo Lucky construye los referentes de sentido de una masculinidad quintaesenciada desde el éxito laboral y la voracidad sexual, donde no será ajeno un malestar derivado de la dificultad de conciliar los rigores del deseo con la exigencia de una estabilidad emocional, el arraigo, el hogar, la aporía que se deriva del comercio de los deberes como padre con la fidelidad al sujeto deseante, descentrado, entópico. 
La caída en desgracia de Draper comienza cuando abandona la retórica, la simulación, el arte de la seducción, y presenta su verdad pura y nuda, en un ejercicio de sinceridad, conscientemente asumido como kamikaze que, sin excepción, se juzgará como inapropiado y hasta patético, del todo impropio y, desde luego, sumamente improductivo. Sin embargo, como buen héroe clásico, Don afronta la dificultad, supera los obstáculos y sale siempre victorioso.
Una de las señas de identidad de Mad Men será la ausencia de juicios. Cada personaje gana su dignidad, cada personaje, incluso los más secundarios, gozan de su momento de gloria, la oportunidad de ofrecer “sus razones”, como dirían en esa obra de arte absoluta que es  La règle du jeu.
La serie acierta a situar a la publicidad como gran el epítome de la retórica mercantilista que traspasa nuestro mundo, y que comenzó a gestarse en la década de los 60, en especial, con el desarrollo de los Mass Media, haciendo de ella el motor argumental de muchos capítulos que se articulan en torno a los motivos del contrapunto y la ironía, complicados con la intervención de los acontecimientos históricos, en ocasiones, de forma brillante (pienso en el asesinato de Kennedy o la llegada del hombre a la Luna). Agudos y divertidos diálogos, nunca explicativos, desde los que rara vez justifican los personajes sus acciones, muestran la capacidad del lenguaje para urdir máscaras desde las que representar un papel determinado.
En Mad Men se citan Capote y Roth, momentos hilarantes dignos de Pynchon alternan con el misterio insondable que habita entre los pliegues de la cotidianidad de los cuentos de Cheever o Carver.  Hay capítulos, hay secuencias, que valen por Las correcciones.
La serie de Weiner nos parece la máxima expresión de un neoclasicismo que no mira al pasado desde la nostalgia sino asumiendo unas virtudes sin fecha de caducidad, apoyado en un trabajo de puesta en escena impecable y una factura exquisita. El último plano acaso sea el cierre más brillante jamás ejecutado en una serie de largo aliento. Irónico y totalmente coherente con un discurso que nunca demonizó los pilares de la sociedad de consumo, Don convierte el discurso New Age en marketing, mostrando con una lucidez inaudita aquello que de Lillo ya decía en Cosmópolis, no hay un afuera del sistema.








Hannibal
 (2012-2015, Bryan Fuller)



“Los casos extremos de crueldad, requieren un alto nivel de empatía.”
La serie creada por Bryan Fuller fue evolucionando desde unos parámetros narrativos y visuales reconocibles en la ficción criminal televisiva, con la franquicia C.S.I. a la cabeza, y sus respectivas sucursales locales, hacia un arriesgado cambio formal y argumental, donde la acción externa emprende un viraje hacia los paisajes interiores de sus protagonistas, y las fronteras de la ley y la moral se diluyen en la representación del perverso juego de la seducción y el poder del que todos los personajes participan.
Creo que no es ajeno a esta acusada tendencia a la abstracción, la presencia en la dirección de los últimos capítulos de la segunda temporada de Vicenzo Natali, eterna promesa que ha venido a cumplirse en la serie de Fuller. El canadiense desdibuja definitivamente las fronteras entre el sueño y la realidad, el delirio y la cordura que los libretos respetaban con cierta ortodoxia hasta el momento, e impone un ritmo moroso, ensimismado pero tenso,  donde revolotean rumores de una violencia muda en abierta renuncia a la acción externa y los enojosos y consabidos diálogos explicativos. Una planificación próxima, a flor de piel, prioriza el primer plano y el plano detalle, atentos siempre a la rotundidad volumétrica de los cuerpos, campo último de la batalla del deseo que complica los opuestos: placer y dolor, odio y amor.






Determinadas líneas de diálogo se citan con Nietzsche, De Quincey, Baudelaire. La belleza no es posible sin lo terrible, Hannibal se vuelve terriblemente hermosa a medida en que lo monstruoso deja de presentarse en relación dialéctica con un cierto atisbo de bondad o justicia, un optimismos metafísico que entró en crisis con la teodicea de Leibniz y que le modernismo proscribe en los predios del arte. No por casualidad, en los primeros compases de la segunda temporada, Lecter usurpa el punto de vista divino para contemplar un espectáculo aberrante e irresistiblemente bello.   
No es ajeno al éxito de la serie el carisma de Mikelsen, que deja al amanerado Hopkins a la altura del betún. El danés compone a un Hannibal fascinante, atractivo, más contenido, alejado de innecesarios histrionismos y con un dominio del plano, envidiable.   



Penny Dreadful
(2014-2015, John Logan)



Pese a las reticencias que pueda despertar semejante propuesta, digna de los tiempos de la decadencia de la Universal con ecos de Alan Moore, la serie de John Logan dispensa un buen entretenimiento durante la primera temporada y crece de forma bárbara en la segunda (algo habitual).
De nuevo observamos el mismo movimiento que en Hannibal, reducción de la peripecia y una apuesta firme por los personajes. El respeto a la idiosincrasia de las célebres creaciones que desfilan por Penny Dreadful, es exquisito, desde personajes con tradición literaria venerable como Frankstein o Dorian Grey, cuya naturaleza es explorada con tino más allá incluso de lo que lo hicieron sus creadores, sin traicionarlos nunca; hasta motivos folklóricos procedentes de la cultura popular, el hombre lobo o la brujería. Tampoco falta la presencia de exitosos espectáculos contemporáneos como el museo de cera o el gran guiñol, que manifiestan la avidez por la violencia y el placer malsano que produce lo monstruoso en una sociedad abocada al ocio.
Pero sin duda, la gran creación de Logan es Vanessa Ives, personaje que fue escrito para que lo encarnara Eva Green, actriz mayúscula en un tiempo en el que los guiones para mujeres se escriben, por lo general, en minúsculas. Vanessa es la novia del diablo (si fuera diablo, no elegiría otra), personaje complejo, atormentado que trata de aprender a vivir con su naturaleza dual, mantener al demonio controlado, al alto costo de renunciar al amor y al sexo.  Al precio de la soledad.







The End of the Tour



Los lectores necesitamos mitos. La literatura actual está llena de profesores que escriben para sentirse escritores, un mero deseo de emulación narcisista nada literario. Ello no obsta para que alumbren buenas obras, artefactos de ingeniería pequeñoburguesa bien facturados, faltos de ese plus que da el dolor, la soledad, la enfermedad, la depresión, le desarraigo, la adicción, más dolor. Incluso el genio. Ya saben: arte.
De vez en cuando, aparecen ciertos tipos para los que la escritura no es cuestión de “postureo”, un medio para medrar y hacer un dinerillo o que les hagan fiestas sus allegados, tipos que escriben como respiran, en respuesta a una necesidad, sin demasiado cálculo. Tipos que pueden ser académicos más o menos adaptados, como es el caso de DFW, o desarraigados itinerantes, como Bolaño. En ambos casos se concilia un talento excepcional, fruto de la necesidad, con un destino trágico. ¿Serían sus figuras tan veneradas de seguir entre nosotros? Quiero creer que sí. Sus figuras ya eran grandes antes de morir, la muerte solo nos permite hablar de ellos sin reservas, sin envidia, con sinceridad y agradecimiento.
Me consta que DFW es más citado que leído, su obra está lejos de los gustos mayoritarios, incluso dentro del cenáculo de los iniciados, encuentra una razonable oposición. Lo que es incuestionable es su singularidad, su habilidad para literaturizar nuestro universo de consumo de simulacros adictivos con absoluta brillantez. DFW es el Antonioni de la novela contemporánea. Un Antonioni filtrado por Cronemberg, Greenaway, Todd Solondz y Lynch.
The End of the Tour es la puesta en imágenes del libro basado en la entrevista que Lipsky  hizo al escritor durante los últimos días de su promoción de La broma infinita. El mayor mérito del filme reside en la interpretación de Jason Segel, mimetizado en el mismísimo David, y en su asunción de ser un mero vehículo para que la palabra llegue a la audiencia sin estorbos.
Lipsky nos permitió conocer mejor a ese gigante roto, en extremo vulnerable, que había decidido simplificar su vida para protegerse de sí mismo. Sabiendo que en su seno anidaba el demonio de la depresión. Sin saber hasta cuándo podría mantenerlo bajo control.
Pero los lectores necesitamos mitos, por eso The End of the Tour ha sido uno de los títulos que más he disfrutado del 2015. Recuerdo que la vi con un estremecimiento sostenido, abrazado, literalmente, a La broma infinita.





John Wick
(2015, David Leitch y Chad Stahelski)




Sobre esta maravilla inédita en cines (ignoro los motivos) ya escribí algo aquí:

Solo un comentario, una apostilla sesuda para los más reflexivos: es una PUTA PASADA.

The Final Girls

Aquí podéis leer lo que me pareció esta joya de SS:
https://www.facebook.com/marco.a.nunez.39/media_set?set=a.10206311003552989.1073741835.1203558529&type=3


Queen of Earth
(2015, Alex Ross Perry)



Fuera del capítulo de “menciones especiales” incluimos un filme visto al filo del 2016 y al que llegamos por un feliz albur, indagando en la filmografía de nuestra Peggy Olson (Elisabeth Moss). Para colmo, dando réplica a nuestra Shasta Fay (Katherine Waterston). Entenderán que Queen of Earth era un destino.
Filme que se basa en una fórmula ya  vista (los más pedantuelos se apresurarán a localizar referencias ilustres), que tematiza la histeria y gira en torno al enfrentamiento entre dos mujeres de caracteres distintos, que mantienen una turbia relación de amistad donde la verdadera naturaleza de los respectivos roles, es difícil de aquilatar en los primeros compases. Complicado por una tensión sexual latente que se traduce en un sibilino y sutil, inesperado, juego de dominación.  




Pese a que todo, repito, resulta ya visto, Queen of Earth nos parece una obra insólitamente nueva, gracias a su intensidad emocional que traducen sus dos maravillosas protagonistas, la belleza inquietante y terrible de sus imágenes, una ambigüedad visual y narrativa que acierta a jugar con las expectativas de la audiencia, haciendo un uso portentoso de las analepsis y las elipsis, que, en ocasiones, desbarata las fronteras del ensueño o el delirio con lo real, y se ve rematada en un final redondo, de esos que doctoran a las obras mayores. No por redondo, romo, muy al contrario, agudo, afilado, hiriente. De esos que te dejan clavado diez minutos en el asiento, disecado en tu propia fascinación. La puesta en escena alterna la cercanía a los rostros (poderosos, bellos, inquietos, opacos, nada tan opaco como el rostro humano; espejo de nada, pura textualidad), con barridos rápidos que traducen ecos de una violencia sorda, con encuadres precisos y una utilización del decorado digno de la mente geométrica del mismísimo Fritz Lang (o Polanski…, perdón por la pedantería), donde los remansos de serenidad que vehiculan los hermosos planos paisajísticos, contrapuntean la creciente atmósfera de asfixia que se espesa en la casa. 






He aquí el enlace de lo más destacado del 2015 en "Cine Divergente": 

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