A JULIO y SERGIO
QUEVEDO
Hubo una España que no conocía el ocaso, una España que vestía capa larga y sombrero de ala ancha; la España católica de los Austrias y el Barroco, Don Francisco, Don Lope y Don Luis, cuando los extremeños desbrozábamos la senda del Imperio y Cortés quemó sus naves porque ya estaba en España; una España soberana en el Atlántico y azote bereber en el Mediterráneo; la España conceptista y culterana que distraía su grandeza asomada a los corrales; la España de Alatriste y Malatesta, del Conde Duque y Bocanegra, la pureza de sangre y la camaradería de la soldadesca bajo la lluvia y el fuego en tierras holandesas; la España del pícaro y el noble al que el miedo iguala a su vasallo; la España que doblegó Breda y su sol negro, que puso cerco al infierno de Flandes y volvió huérfana de una pica; la España donde ser pobre siempre salió muy caro y donde ser señor siempre fue demasiado fácil; la España de los olvidados y los traicionados a quienes nunca faltó el valor para hacer de España cualquier tierra extranjera donde su sangre vertían por un estipendio que nunca llegaban a cobrar...
Gracias, pero esto es un tercio español...
...una España de portugueses, tudescos, andaluces e italianos, catalanes, vizcaínos y extremeños, españoles repartidos por varios continentes, orgullosos y altivos, valientes y leales.
Todo esto nos fue devuelto con Alatriste la adaptación de las novelas de Pérez Reverte, que ofrecían un pródigo material narrativo, hábilmente aquilatado por Díaz-Yanes, a todas luces, con superiores resultados estéticos. Tiempo hacía que la épica no reclamaba nuestra atención y nunca antes con mimbres que nos tocaran la fibra de igual manera, pues si bien hay emociones universales que se comunican tanto en Troya como en Little Big Horn, recrear el momento de máximo esplendor hispánico, tanto en lo político como en lo artístico trasmite un goce singular. En lo cinematográfico el film es espléndido, un ritmo narrativo ágil pero no atropellado, visualmente inspirado en la pintura de Velázquez pero sin caer en el esteticismo, la dosis justa de violencia y romanticismo, cruce de espadas y guerra dialéctica, certero retrato de las intrigas palaciegas y oportuno discurso que analiza con lucidez las lacras del sistema y trasuda, al cabo, un sentimiento de amargura y derrota que gravita sobre los individuos en el último tercio del film, al sentirse títeres de los poderosos (“Siempre nos quieren para lo mismo”.), traicionados con monótona costumbre, destino que aceptan con lucidez y resignación: ahí reside su grandeza, por eso acaban siendo figuras trágicas, y cuando al final se dispongan a quemar el último cartucho en tierra extraña, no pensamos que son unos primos al morir por cuenta del Grande de turno, su integridad moral los salva y eleva sobre el albañal de los poderosos y su pretendida nobleza de sangre: “¿Te has fijado?, al final siempre acabamos matándonos entre nosotros.”
y en la guerra de los 80 años , si la pérfida albión no nos hubiera jodido quizás ahora Merkel y Sarkozy serían súbditos.Dios salve a los Austrias!!
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