lunes, 31 de diciembre de 2012

Breve balance de lecturas (en papel), 2012






Quién te lo iba a decir a ti, el 2012 te lo has pasado pegado a la pantalla del Kindle.

Quién te lo iba a decir. Pero así ha sido. El fetichismo del libro nunca lo abandonaremos, no se trata de eso, además, adorar el continente no es lo mismo que apropiarse del contenido. Tantos libros hubo que admiramos como objetos y que nunca se nos abrieron como realidad y languidecen en un anaquel olvidado. ¿Y qué es la realidad? Me preguntan de continuo mis alumnos (los más aventajados, claro, los demás creen saberlo)
La realidad es lo que habitamos. Una película, un libro, una canción.
No habito el espacio que me alberga como volumen, habito el texto que se me ofrece como hermeneuta.
Un libro es como una mujer, una mera posibilidad. La tecnología hace probable lo posible. Muy probable. La tecnología pues, es Mefistófeles. Y yo nunca he negado que de buena gana sería Fausto.

Este año he comenzado más novelas que nunca desde que me retiraron el carné de la biblioteca pública (no es broma, estoy sancionado hasta el 2020 por la negligencia de uno de sus funcionarios) Este año he alcanzado el punto y final en menos novelas que nunca (gesto compungido, mano a la frente, lágrimas a la vista.)
Con los años me he vuelto impaciente, rara vez termino un relato, ahora encima, son tantos los que aguardan en la memoria de mi libro electrónico, humedeciendo los labios con su verde heineken, que imposible jurarle fidelidad a uno de ellos, y claro, nos dispersamos más de lo deseable.
Uno que de por sí ya es prolijo y disperso...La puta dispersión. De forma que el reino de la posibilidad se torna provincia del amago, la tentativa, el otra-vez-será. Un libro inconcluso nos martiriza con su presencia reprobatoria sobre el escritorio. Lo vamos esquinado, sepultando bajo nuevos pretendientes, pero el cabrón sigue ahí hasta el día que tomamos la determinación de encajarlo, resignados, en algún hueco de la estantería, bajando la cabeza, evitando mirarle a los ojos, eludiendo reproches.
Ahora lo tenemos más fácil. Cerramos el archivo y si te he visto...

Por tanto, comencemos por territorio conocido, celulosa en tinta impresa que nos saluda con esa vaharada tan familiar y hospitalaria cada vez que desplegamos sus labios o páginas.
El pliegue siempre.
Seamos realistas, si frecuentamos la esquina del libro digital lo hacemos por los huecos que este año nos han abierto en el bolsillo, hay que hacer de la necesidad virtud.
Privar un texto de anotaciones al margen y subrayados, es privar su lectura de historia. Volver a los libros que leímos hace quince años supone un reencuentro con el otro que fuimos a través de los comentarios que le asaltaron y no pudo dejar de anotar (recuerdo la culpa por mancillar la página), reconstruimos cada avatar del proceso, nos sorprende lo estúpido que éramos, o la sagaces, y en las huellas de ese diálogo urgente con el autor, se cifra la esencia de la lectura.

Aquí va una breve selección de lo trasegado en los últimos meses en el campo de la narrativa. El orden es aleatorio.





1
Tendemos a tratar de establecer de forma apriorística una teoría de las artes, cine, novela o poesía, confundiendo descripción con norma. Con los años voy perdiendo ese afán taxonómico y empobrecedor, pero aún pervive la tentación por establecer los parámetros de la novela ideal.
Y bien, si así lo hiciera, podría poner a Submundo (1997) de Don DeLillo como paradigma.
¿Qué es una novela total? Una obra que agota el ámbito de todas las realidades, en especial, la histórica, es decir, que se erige en crónica de su tiempo a partir de un protagonista colectivo, donde generalmente comparecen los diversos estamentos sociales, ideológicos, estéticos, culturales, etc.
La basura como materia residual y a la vez, prima, de una sociedad consumista. La basura semantizada o basura como texto, obra de arte y elemento basilar de un desarrollo sostenible (reciclado). La gestión de la basura como forma de vida. Pero va más allá, basura es todo residuo, huella o eco de la tecnología. Tras el consumo sólo resta basura. Y de la basura nacerán nuevos productos fungibles.
El deporte como celebración de la colectividad (los juegos de Olimpia era el único acontecimiento que citaba a toda la Hélade), pero también símbolo de una cultura que enferma de éxito, que alienta la competencia y tolera mal la derrota. Puede que, huérfana de épica, añore gestas, y goza por delegación, de logros insignificantes pero magnificados que dan sentido a la vida, en algún caso. Puro nihilismo.
Para que una novela no caiga en lo discursivo tiene que estar nutrida de personajes creíbles y meras no encarnaciones de ideas; en las hebras de sus destinos insignificantes debe lograrse cifrar el destino solidario de la especie, y ante todo, ser un artefacto narrativo, poner acciones ante los ojos del lector, anudar un conflicto y desenlazarlo más o menos.
Pues bien amigos, con la vergüenza de haber tardado 15 años en degustar esta joya, puedo deciros que Submundo ofrece esto y más (lo “más” es la experiencia intransferible de transitar por sus 900 páginas)
Si alguna vez dije que Roth es el mejor narrador de nuestro tiempo, disculpadme, somos temerarios en la ignorancia.
Cómo narra este tipo, acción y descripción se implican con una economía y una fluidez admirable. No ahorra en poderosas enumeraciones cuando el relato así lo reclama, sus diálogos son lacónicos y afilados, con algo de Salinger, a veces giran en torno a un asunto que por el momento ignoramos, comunicando de forma sesgada una realidad más compleja. Algunos personajes, los principales, se nos van ofreciendo de forma oblicua, enredados en la trama de sus acciones. Con otros procede de modo más directo, componiendo relatos autónomos de singular fuerza. A veces, moldea toda una vida con la crónica de un anhelo, una creencia, un gesto característico.
Se abrió a todo cuanto había en ella, al pasado que nunca cesa de transcurrir, y al minuto que pasa, a lo que siente ella cuando se rasca el dorso de la mano, estirando la piel y luego rascándola. Intentaba oír el rumor de su vida, la mosca que vive en la habitación de la mujer que vive sola.
Un auténtico monumento literario que nos hace sentir muy vivos y sentir gratitud por tipos como DeLillo, que tanto nos dan, en una época en la tantos otros sólo nos quitan.




Nº 2
Las correcciones de Johnathan Franzen (2001) El gran símbolo literario de la sociedad del malestar. La crónica de una familia muy clase media, muy americana. Todo tibio, gris y burgués.
Los diálogos son soberbios y el dibujo de algunas escenas cotidianas, vívidos y poderosos. Franzen tiene una habilidad notable para bucear en todos sus personajes, y en especial, los femeninos, nos los hace próximos, familiares, queribles. Dispone una estructura hábil en la que cada uno tiene su momento, la ocasión de dar sus razones. Hay sucesos que se nos muestran desde diversos puntos de vista, recurso que dosifica con maestría.
Como todo gran narrador, juega de forma admirable con determinados acontecimientos en torno a los cuales se crea expectación, generan conflicto y tensionan el relato. Un ejemplo es la cena de Navidad. Presumiblemente la última de toda la familia junta.
Puede que la aventura de Chip por Eslovenia, peaje que paga Franzen a la globalización y a su ambición de deicida, por cuanto le permite abordar temas políticos y económicos tangenciales a la historia, sea lo más débil de la novela. Apenas un esbozo tratado con precipitación si lo comparamos con la demora con que aborda otros hechos, en última instancia, un conflicto ajeno al mundo familiar sobre el giran las demás subtramas.
Al final, todos más o menos satisfechos (en la sociedad del malestar, el término “feliz” está proscrito, el bienestar del sujeto se aquilata en grados de satisfacción).
Bueno, el lector, muy, muy satisfecho.



Nº 3
Me hallará la muerte (2012) de Juan Manuel de Prada
Antes de que la chavalada progre se me tire al cuello, daré una explicación por si sirve de algo, el orondo y retrógrado presentador de “Lágrimas en la lluvia” sigue siendo un anacronismo viviente tanto en lo ideológico como en lo estético, y este aspecto último, supone ya una ventaja. La diferencia siempre es estimulante, siquiera porque escribir de espaldas al lector mayoritario no puede ser malo, al lector que compra sus libros en grandes almacenes, lector semi-culto al que bastan conocer 6000 palabras para delimitar su mundo, ese lector con el que hay que ser claro, utilizar un lenguaje llano, o se enfada y no te compra, y que cuando el texto se le resiste, se ofende, llama al autor pedante, le acusa de ocultar su falta de ideas bajo palabras oscuras, etc., como la zorra y aquellas uvas por lo visto, “verdes”.
Pues bien, Prada es el azote de ese lector. A la riqueza léxica se su obra hay que sumar la complejidad sintáctica de sus periodos, que impone un ritmo lento, cadencioso, con una estructura dictada más por las exigencias del ritmo que por las necesidades meramente narrativas. No busquemos precisión, adecuación o pertinencia en su uso del lenguaje, asistimos a un solemne banquete rabelesiano para degustar a dos carrillos, una celebración casi sacramental de la retórica, la afirmación fanática de un estilo, el barroco.
Y sí, acabamos saciados, a veces incluso, empachados, tenemos que abrir algo de Galdós para que nos ayude a digerir alguna página con hasta ocho “como” (no es broma), y es que Juan Manuel, es generoso con las comparaciones.
El prejuicio representacionista del lenguaje incurre en la ilusión de que el vocablo es un espejo en el que la “realidad” se mira. El barroco, siempre escéptico, no suscribe este credo y cada sustantivo, cada proposición que refleja un hecho, requiere la coda de una comparación que sublime su pobre referencia y dispare al lector a un universo de connotaciones.
“La nieve caía sobre la hulla.” Bien, relación notarial de un hecho.
La nieve caía sobre la hulla como el viático sobre la lengua gangrenada del moribundo.” Mucho, mucho mejor, toda vez que la nieve cae sobre un gulag, es présaga de muerte.
Nótese el contraste cromático blanco-negro de la pareja de sustantivos nieve-hulla, la acumulación de nasales en la clausula comparativa y la fuerza de la imagen, la presencia del tecnicismo religioso “viático”, que más allá de su sonoridad, nos traslada al ámbito de lo sagrado, antesala del más allá. Y todo, todo, huele a muerte lenta. Prada es de estirpe proustiana.
Pero además es un relato pródigo en personajes y peripecias, no os vayáis a pensar, ameno y mucho, que novela las desventuras de un voluntario de la División Azul, que va sobreviviendo, primero en el frente, luego en el gulag y, más tarde, a su propia miseria moral.




Nº 4 La vida breve (1951) de Juan Carlos Onetti. La novela fundacional de Santa María resulta farragosa y confusa, abunda en interminables coloquios y situaciones similares que traban el desarrollo hasta casi detenerlo en un presente viscoso y perplejo. El tiempo de Santa María, tiempo del fracaso.
En las distancias cortas Onetti es el mejor, con Borges, claro.
Su estilo puede que sea el más poderoso en lengua castellana del pasado siglo, junto al de Borges, por supuesto. Pero la novela reclama una disciplina de la que el uruguayo carecía.
Su primera tentativa de novela extensa se salda con un sobresaliente en lo que a la creación de un universo personal se refiere y al que pocas veces faltará en adelante, pero tenemos la impresión de que podía haberla resuelto en 60 páginas. Y tendríamos algo como Los adioses, una obra maestra de intensidad, equilibrio y perfección técnica, que hubiera aplaudido James.
La idea que da origen al relato no puede ser más brillante, imaginar otra vida, erigir una realidad paralela a través de la ficción, para huir o para vengarse, puede que por simple aburrimiento. Este es el gran pecado de todos los personajes onettianos, su apostasía del mundo, que será en adelante tratada con más sutileza y más madurez.
En el mundo empírico la acción del hombre está abocada al fracaso, como se nos mostrará en El astillero y Juntacadáveres, a partir del relato de las empresas fallidas de Larssen, el gran antihéroe de la novela hispanoamericana..
Este año el Boom cumplía medio siglo. La vida breve no solía faltar de las listas de novelas más destacadas. Puede que a mí se me haya escapado algo.

Nº 5 Terra Nostra (1977) de Carlos Fuentes. Antes aludía a la mediocridad del lector medio, la falta de exigencia consigo mismo y los argumentos habituales para justificarla. Hoy en día, sería harto improbable la publicación de obras capitales de nuestra lengua como José trigo,Conversación en La catedral, Volverás a Región, Si te dicen que caí o Terra Nostra.
La vocación de totalidad de Fuentes sólo es equiparable a la del García Márquez en Cien años de soledad. Sin embargo, nada tan diverso como el proceder de ambos.
Fuentes opta abiertamente por la alegoría y el símbolo. El asombro, la inocente fe en la ficción que alienta siempre a la relación pura y nuda de hechos se ve sepulta bajo digresiones ensayísticas que tratan de comprender. El mito es un recurso vicario, como en Platón, no la esencia de la historia, como para García Márquez.
Fuentes procede como un Herodóto del siglo XVII (pocas veces un escritor moderno ha estado más próximo a los grandes prosistas auriseculares), mezcla historia, mito y ensayo con pasmosa habilidad.
Dentro de una teoría de la novela de priorizara lo narrativo frente a lo discursivo, Terra Nostra resultaría insatisfactoria, pero si aceptamos que la novela es un cajón de sastre, estamos ante un ejemplo sublime del talante democrático del género.


En el año del aniversario del Boom, me doy cuenta que sigo enganchado a esas generaciones de narradores y poetas que salvaron el idioma castellano para la literatura.
Onetti y Borges son lecturas de frecuencia semanal desde hace más de quince años, Vargas-LLosa me parece el novelista más completo del último medio siglo, aún considerando a Pedro Páramo y Cien años de soledad los casos más excelsos del arte narrativo. Darío y Neruda, ponen rima a la prosa del día a día, y por fortuna, estoy muy lejos de haber agotado el filón (El libro de Manuel y Noticias del Imperio, aguardan su turno sobre mi escritorio). 



miércoles, 26 de diciembre de 2012

Breve balance de 2012 (I)







Un libro de relatos de Vila-Matas se titula Nunca voy al cine. En una entrevista, el autor lo justificaba, desde Dublineses (The Dead, 1987; John Huston) no había vuelto a sentir la necesidad de sentarse en un patio de butacas, aquello le pareció insuperable.
No deja de ser una boutade pero algo así me está pasando, desde Melancolía (Melancholia, 2011; Lars Von Trier) incluso los estrenos más prometedores, me parecen naderías con el mismo regusto a cenizas que el pastel de carne, su plato favorito, le dejaba a Justine en el film de marras.
Sólo una vez me he sentado este año, codo con codo, con un devorador de maíz inflado.
Prometheus (Ídem, 2012; Ridley Scott) obró el milagro. ¿La razón? Un twit del gran Aarón Rodríguez, en el que hermanaba a 2001 con Lovecraft, ahí es nada.







Y lo mejor del film de Scott fue, sin duda, la sugerencia de Aarón. Las posibilidades que se vislumbran en una historia formidable resuelta de forma pedestre.
Esperaba una cosmovisión, ¿quién me mandará a mí esperar nada?

Por partes.
Es lo mejor del británico desde Blade Runner (Ídem, 1982), sí, lo que no es mucho decir. Es un artefacto narrativo resultón, ameno, apasionante por momentos, sí, pero convencional y sin verdadera ambición. Cómo decirlo, se nos ofrece una miel que insinúa el relato fundacional de la especie, la teodicea, la busca del sentido de la vida, el problema de la inteligencia artificial, pero apenas se nos pasa por los labios.
El espectáculo no está reñido con cierta dosis de ambición discursiva Ridley.
Me diréis y con razón que hacía falta un Kubrick.
Un verdadero analista cinematográfico, aborda el espacio textual que tiene ante sí y configura un texto. Un aficionado o analista falsario como yo, contempla lo posible, lo que pudo haber sido y no fue. Pudo haber sido 2001 o Solaris y no le llega a la suela de los zapatos a La cosa (The Thing, 1982; John Carpenter). Personajes prometedores se quedan en nada, situaciones espléndidas, se malogran. Y al final, fuegos de artificio en vez de reflexión perdurable más allá del primer cigarrillo que le dedicamos a la cinta tras su visión.
Alto y claro, el mayor acierto de Scott en su carrera como director fue apostar por los diseños de Giger. Eso y mostrar un talento innegable a la hora de iluminar decorados, los contraluces de Alien (Ídem, 1979) y Blade Runner marcan un antes y un después en la fotografía. Si lo mejor de su obra siguen siendo aquellos tres primeros títulos, es porque se trataba de grandes historias producidas por individuos talentosos.
Cuando Scott comenzó a impulsar sus propios proyectos, Legend. Pues eso. Así que no le pidamos peras al olmo.

En Prometheus sólo disfrutamos de Giger en la cueva del alien, porque fuera, los decorados y la luz son planos y convencionales La inventiva visual es nula, y su destreza narrativas, limitada. Como siempre, vamos.
La planificación no pasa de funcional. Bien es cierto que las tres dimensiones imponen una precisión en los encuadres y una duración a los planos insólitas en el cine comercial de las últimas dos décadas, de lo que nos beneficiamos aquellos que gustamos de pasear la mirada por el espacio del plano.
La gestión dramática de las diversas situaciones paralelas es chapucera, desganada. Cómo añoramos en este sentido a un Nolan.
La de posibilidades que ofrecen situaciones de interacción donde la confianza se va minando a medida que la tensión va en aumento. Eso se adivinaba en Alien y era el alma de La cosa.
Aquí se amaga pero no se chuta.
Adoro a los barrocos porque incurren en la sacrosanta costumbre del rito, magnifican lo habitual y alumbran lo excepcional, lo insólito. La secuencia de la resurrección del alienígena, de Dios, del contenedor de todas las respuestas a nuestras preguntas, ¿no hubiera requerido más liturgia, las atmósferas de Ligeti o algo así?
Pienso en Fincher o Snayder, e imagino unas configuraciones espaciales barrocas, mayor densidad dramática en el trazo de los caracteres y profundidad en el paralelismo entre la relación creatura-creador que se proyecta en la de alien-hombre, y hombre-réplica, que diera la clave del holocausto planeado y pospuesto en la previsible secuela. Sueño con una delirante y grotesca orgía de sangre a manos de cefalópodos de doble mandíbula que desafíen la cordura de los hombres. Fantaseo con ríos ácido molecular consumiendo tejidos y estructuras.
¿No está un poco forzado el planteamiento de la historia?¿No os parece inverosímil la determinación con la que la tripulación de la nave, compuesta por meros figurantes que apenas comparecen a lo largo del desarrollo de la trama, se inmolan para salvar a la civilización? Aunque sea un lugar común, incluso añoramos los típicos intereses empresariales que malquistan las relaciones de los personajes y hermana a los hombres con los monstruos.
Pero ya digo, no me hagáis demasiado caso, soy un impostor que habita en las fallas de lo posible. Lo que hay, con todo, no está nada mal. En especial lo relativo al personaje de Michael Fassbender.

2012 ha sido el año de Michael Fassbender.



El replicante que encarna es un Hal-9000 antropomorfo, igual de arrogante en una peligrosa toma de conciencia de sí, de lo que lo distingue de su creador y lo eleva por encima de él, sin ocultar cierto resquemor por deber su existencia y estar al servicio de un divinidad tan mediocre.
En la auto-conciencia reside siempre el peligro.
En la mejor secuencia, en cuanto al diálogo, del film, desconcertado por el empecinamiento humano de encontrar respuestas últimas, le pregunta a uno de los científicos la razón por la que él fue creado. La respuesta es devastadora: “Porque podíamos.”
En esa réplica lacónica y rotunda reside la clave del sentido de la vida del hombre. Meros hijos de la posibilidad, somos tan contingentes como la más humilde de nuestras creaciones, y amamos a un dios dormido que sueña con destruirnos (bueno, eso es también el Cristianismo)


Y Shame (Ídem, 2011; Steve McQueen)




De nuevo Fassbender, en otro registro muy distinto.
El alma rota clavada en los ojos de un Jung que no se había enterado de nada en la conclusión de Un método peligroso, ya nos daba su talla como actor.
La espigada figura de aristócrata centroeuropeo embosca los pedazos de la identidad perdida del hombre actual, un quién-coño-soy-yo se insinúa de continuo tras la máscara de arrogancia y bufanda al cuello que pasea Brandon por Manhattan.
Brando está al final del camino de una larga serie de personajes de los que Rashkolnikov es el prototipo. Figura el drama del sujeto cartesiano, reo de un solipsismo alienante que abre un hiato casi insalvable con el mundo de los otros. La naturaleza de esa certidumbre ha ido evolucionando desde el siglo XIX al XXI.
Bresson y luego Schraeder, explotaron el filón ensayando variantes y aportando diversos matices contextuales que singularizaban a sus personajes. Pero el fin era siempre el mismo, la formulación de esa plegaria de acercamiento al otro que libera el alma, aunque el cuerpo sea encerrado: “Qué extraño camino he tenido que recorrer para llegar hasta ti”.


La primera secuencia del film es un prodigio de síntesis visual, el sujeto que logra superación de la duda metódica alcanzando una primera certidumbre: follo, luego existo, meo, luego, existo; gozo, luego existo.
Pero el que goza no soy Yo. El que quiere no soy Yo. “El Yo quiero, no quiere”. Y el sujeto moderno deviene en mero conserje de sus necesidades corporales, el sujeto trascendental constructor del conocimiento, no pasa de ser una entidad vicaria de la Voluntad, Das Es, y su único fin es servir a la pulsión, sin un propósito ulterior.
Brando se ha creado un mundo perfectamente ordenado a base de excluir la alteridad y cuidarse bien de no implicarse emocionalmente. Brandon es un devoto cumplidor de las exigencias de su voraz Voluntad. Brandon ha desterrado de sus fueros el conflicto que incuba la empatía, se cuida mucho de no profundizar en exceso en sus relaciones, porque cuando esto ocurre, la satisfacción ya no es posible. Brandon es un eremita, y el cumplimiento del goce, un sacerdocio que reclama vivir de espaldas al mundo y sus compromisos.
Brandon comienza siendo un depredador, calculador y eficiente, pero ese mundo y esa naturaleza se conmueven con la visita de su hermana.
Primero, su intimidad se verá enojosamente invadida, liberar las tensiones que le consumen requiere soledad y tiempo. Luego, atisba el dolor de su hermana Sissy (Carey Mulligan), y empieza a sufrir por ella, con ella.
Y comienza el drama, un drama que podríamos denominar el nacimiento del sujeto ético. Los signos del cambio van siendo patentes.

Si hay una secuencia por la que el film será recordado es la interpretación que hace Sissy de New York, New York. Se entabla un diálogo entre los dos hermanos y la propia letra de la canción. Todo lo que debemos saber de Sissy está en los penachos desprendidos de su voz, en las lágrimas que le arranca trabajosamente a Brandon. El rostro de Fassbender deja traslucir, con una economía gestual portentosa, las huellas de la batalla que se libra ya en las fincas de su ser.
El conato de relación con Marianne (Nicole Beharie) frustrada en lo sexual por cuanto Brandon presiente la amenaza emocional, es el segundo momento en la evolución del personaje, si bien en este caso la solución al conflicto es fácil, follar con otra.



Dar la espalda a Sissy es más complejo toda vez que la relación entre ambos discurre por otros andurriales, no existe una solución vicaria al problema que ella plantea, no es una mujer más, es una singularidad irreductible, un fin en sí.
Algunos han querido ver algo incestuoso en el trato de los hermanos, personalmente creo que de haber sido así, no habría conflicto para Brandon, la cosa está en que por primera vez se enfrenta a “tensiones” a las que el orgasmo no puede dar respuesta.

El clímax es un prodigio de equilibrio narrativo y contención en el que comienzan a solaparse diversos planos temporales en una suerte de abolición de la sucesión en aras del la simultaneidad, la temporalidad de la Voluntad anómica. Asistimos a una verdadera Pasión donde se fustiga hasta la extenuación al hombre emergente, Brandon es obligado a entregarse al frenético cumplimiento penitencial del goce hiriente como castigo al desacato a lo largo y ancho de la noche más oscura del alma que parece no tener fin.

Y al final, la mañana encontrará a un Brando roto, experto en el magisterio del dolor. Si McQueen nos hubiera mostrado las palmas de sus manos con las marcas de los estigmas, algunos lo hubieran juzgado excesivo, puede que grotesco, yo lo hubiera aplaudido.

El sujeto ético ha nacido al reino de los fines, el otro ha dejado de ser un medio, el imperativo pulsional deviene en imperativo categórico. Brando ha recorrido un extraño camino para llegar a su hermana, pero sabemos con Sartre, que el lugar al que ha llegado es un infierno.



martes, 25 de diciembre de 2012

Carta de Diana a Darío.








Evoé, primo Darío.

¿Sabes?, mi papá lleva cuatro años tomándome el pelo con la ocurrencia de que tenía un hermanito gemelo, Darío, y al que yo me comí antes de salir de la tripa de mamá, así que ahora soy yo la que le dice, ¿lo ves?, ahí tienes a Darío. No me lo comí después de todo.

Y papá me responde un poco sorprendido, aunque no demasiado, ¿sabes hija?, son tantas las veces en las que el destino de tu tío Julio y el mío se han cruzado, que no me sorprendería. Y luego, con mirada soñadora, me cuenta una vez más que los dos se bautizaron juntos, Julio César y Marco Antonio, poniendo una nota clásica y pagana, a la iglesia de Fátima.
Quizá eso explique también por qué nuestras mamás son dos bellezas meridionales con algo de Cleopatras y diosas grecas.

Mi papá dice que envidia al tuyo por haberse lanzado al ruedo literario sin capote ni engaño, a pecho descubierto. Por ser un inventor de síes en una época en la que lo fácil son los noes. Por amar tanto la vida a sabiendas de que tras cualquier esquina se oculta la una sombra aguafiestas. Por haberse atrevido a mirar al abismo y haber convertido el vértigo en belleza. Por difuminarse bajo la humildad de otros nombres en un mundillo de egos flatulentos.
Porque no importa el tiempo que pasen sin verse, cuando se encuentran, siempre le hace sentir como si acabaran de separarse.

Mi papá, a menudo repite las palabras que dijo ese señor cuyo retrato cuelga del salón de casa, un tipo serio de gran bigote y con la frente abrumada por algún pensamiento del que no parece poder librarse: En mis hijos remediaré el haber sido hijo de mis padres.
Y me pide perdón por algo que los padres acaban haciendo siempre mal con sus hijos. Me pide que no le juzgue severamente y aprenda a perdonar. Dice, nada hay tan difícil como el perdón, todo se acaba aprendiendo más tarde o más pronto pero, a perdonar, casi nadie llega. Y el aprendizaje del perdón hay que empezar por uno mismo, si no nos perdonamos a nosotros, cómo perdonar al otro.
Los padres siempre se equivocan, dice, y por muy bien que quieran hacerlo, acaban haciendo daño a sus hijos.
Se conoce que ser padre es algo difícil (o que el mío es un poco torpe).

Nuestros padres han escogido una misteriosa forma de vivir, emparejando palabras, como dice un señor que escribía los cuentos que me lee por las noches, Borges (y mi mamá le dice, ¿no podrías leerle a la niña Los tres cerditos?)
Hay un cuento suyo en el que un hombre comienza a soñar con su hijo, como papá dice que soñaba conmigo, como tu papá habrá soñado contigo. Y mi papá, con la mirada lejana, me dice, a lo mejor también somos nosotros el sueño de alguien que en cualquier momento despertará para desvanecernos como humo, para no ser más que un vago recuerdo que apenas alcanza media hora en la vigilia.
O...
...a lo peor, somos nosotros los que despertamos de este sueño, niña mía, para darnos cuenta que no somos más que un insecto que soñó ser un hombre, y le gustaba, pero el sueño terminó y el insecto ha despertado.

Mi papá se queda mirando al cielo, esperando a Melancolía y me habla de un cometa que se dejó ver por aquí cuando ellos tenían dieciocho años, el Hale-Bopp. Me cuenta que a su cola de fuego colgó plegarias que a veces fueron atendidas.

Y he visto papá soltando más de una lágrima viendo una película en la que un hombre y una mujer se besan en lo alto de un campanario antes de que la mujer caiga al vacío (y mi mamá le dice, ¿no podrías ponerle a la niña Madagascar?)
Yo le pregunto, ¿papá, si esta película te pone triste, por qué la ves tantas veces? Entonces, me sienta en sus rodillas y mientras me besa la frente con mejillas húmedas y dice con la voz trémula: Algún día lo comprenderás, hija.
Se ve, primo, que uno comprende las cosas con el tiempo. Pero tengo mis dudas, mi papá no tiene pinta de comprender nada, por eso, supongo, está siempre tan atareado entre libros, porque quiere comprender y no acaba de lograrlo.
Es un manojo de dudas, igual que el tuyo.

Sabes, una vez me dijo, hija, puede que no haya nada que comprender, puede que lo único verdaderamente importante en la vida sea esto, contemplar tu rostro amado, escuchar tu cuerpo crecer, arrancarte una sonrisa, pasar el tiempo que me quede lo más cerca posible de ti.
Tú no serás mi gran obra, serás tu gran obra, pero sí te has convertido en mi gran aportación al mundo. Lo otro, no es más que tratar de responder el enigma de la Quimera o pagar aranceles a la vanidad.

Has nacido en días extraños, un día después del fin del mundo, tiene gracia. El mundo sigue pero parece que todo va a cambiar. Nuestros papás no creen que el cambio vaya a ser para mejor, pero qué sabrán ellos. La edad los vuelve un poco cobardes, quieren aferrarse a lo conocido y dicen temer por nosotros, pero el futuro está en nuestras manos, Darío, a ellos sólo les queda ya pensar el pasado.
Eso de la lechuza, que alza el vuelo al crepúsculo. No me preguntes qué significa.

La de cosas que te esperan, hija, dice papá. Y te dirá tu papá también. La de cosas que nos esperan primo,

...el primer beso, los cuatrocientos golpes, Cantos de vida y esperanza, el castillo de Elsinore, una dama en Vetusta, los cafés de Montparnasse, Sócrates llegando tarde y ebrio a un banquete, Manhattan, y un hombre que muere de belleza en Venecia, el Vizconde de Valmont y la ballena blanca, las primeras caladas a un lucky y el fuego del vodka, Tarkovski y Kubrick, y Kurtz esperando río arriba, un planeta azul que anuncia su llegada cegando una estrella, el segundo movimiento de la Séptima y Exile on Main Street, Vértigo y Centauros, el Bloomsday y Nochebuena, Yoknapatawphna y el último bar de la noche, la magdalena de Marcel y la quimera desolada, Bob Dylan, Bob Dylan y Bob Dylan...

Bienvenido Darío.