lunes, 31 de diciembre de 2012

Breve balance de lecturas (en papel), 2012






Quién te lo iba a decir a ti, el 2012 te lo has pasado pegado a la pantalla del Kindle.

Quién te lo iba a decir. Pero así ha sido. El fetichismo del libro nunca lo abandonaremos, no se trata de eso, además, adorar el continente no es lo mismo que apropiarse del contenido. Tantos libros hubo que admiramos como objetos y que nunca se nos abrieron como realidad y languidecen en un anaquel olvidado. ¿Y qué es la realidad? Me preguntan de continuo mis alumnos (los más aventajados, claro, los demás creen saberlo)
La realidad es lo que habitamos. Una película, un libro, una canción.
No habito el espacio que me alberga como volumen, habito el texto que se me ofrece como hermeneuta.
Un libro es como una mujer, una mera posibilidad. La tecnología hace probable lo posible. Muy probable. La tecnología pues, es Mefistófeles. Y yo nunca he negado que de buena gana sería Fausto.

Este año he comenzado más novelas que nunca desde que me retiraron el carné de la biblioteca pública (no es broma, estoy sancionado hasta el 2020 por la negligencia de uno de sus funcionarios) Este año he alcanzado el punto y final en menos novelas que nunca (gesto compungido, mano a la frente, lágrimas a la vista.)
Con los años me he vuelto impaciente, rara vez termino un relato, ahora encima, son tantos los que aguardan en la memoria de mi libro electrónico, humedeciendo los labios con su verde heineken, que imposible jurarle fidelidad a uno de ellos, y claro, nos dispersamos más de lo deseable.
Uno que de por sí ya es prolijo y disperso...La puta dispersión. De forma que el reino de la posibilidad se torna provincia del amago, la tentativa, el otra-vez-será. Un libro inconcluso nos martiriza con su presencia reprobatoria sobre el escritorio. Lo vamos esquinado, sepultando bajo nuevos pretendientes, pero el cabrón sigue ahí hasta el día que tomamos la determinación de encajarlo, resignados, en algún hueco de la estantería, bajando la cabeza, evitando mirarle a los ojos, eludiendo reproches.
Ahora lo tenemos más fácil. Cerramos el archivo y si te he visto...

Por tanto, comencemos por territorio conocido, celulosa en tinta impresa que nos saluda con esa vaharada tan familiar y hospitalaria cada vez que desplegamos sus labios o páginas.
El pliegue siempre.
Seamos realistas, si frecuentamos la esquina del libro digital lo hacemos por los huecos que este año nos han abierto en el bolsillo, hay que hacer de la necesidad virtud.
Privar un texto de anotaciones al margen y subrayados, es privar su lectura de historia. Volver a los libros que leímos hace quince años supone un reencuentro con el otro que fuimos a través de los comentarios que le asaltaron y no pudo dejar de anotar (recuerdo la culpa por mancillar la página), reconstruimos cada avatar del proceso, nos sorprende lo estúpido que éramos, o la sagaces, y en las huellas de ese diálogo urgente con el autor, se cifra la esencia de la lectura.

Aquí va una breve selección de lo trasegado en los últimos meses en el campo de la narrativa. El orden es aleatorio.





1
Tendemos a tratar de establecer de forma apriorística una teoría de las artes, cine, novela o poesía, confundiendo descripción con norma. Con los años voy perdiendo ese afán taxonómico y empobrecedor, pero aún pervive la tentación por establecer los parámetros de la novela ideal.
Y bien, si así lo hiciera, podría poner a Submundo (1997) de Don DeLillo como paradigma.
¿Qué es una novela total? Una obra que agota el ámbito de todas las realidades, en especial, la histórica, es decir, que se erige en crónica de su tiempo a partir de un protagonista colectivo, donde generalmente comparecen los diversos estamentos sociales, ideológicos, estéticos, culturales, etc.
La basura como materia residual y a la vez, prima, de una sociedad consumista. La basura semantizada o basura como texto, obra de arte y elemento basilar de un desarrollo sostenible (reciclado). La gestión de la basura como forma de vida. Pero va más allá, basura es todo residuo, huella o eco de la tecnología. Tras el consumo sólo resta basura. Y de la basura nacerán nuevos productos fungibles.
El deporte como celebración de la colectividad (los juegos de Olimpia era el único acontecimiento que citaba a toda la Hélade), pero también símbolo de una cultura que enferma de éxito, que alienta la competencia y tolera mal la derrota. Puede que, huérfana de épica, añore gestas, y goza por delegación, de logros insignificantes pero magnificados que dan sentido a la vida, en algún caso. Puro nihilismo.
Para que una novela no caiga en lo discursivo tiene que estar nutrida de personajes creíbles y meras no encarnaciones de ideas; en las hebras de sus destinos insignificantes debe lograrse cifrar el destino solidario de la especie, y ante todo, ser un artefacto narrativo, poner acciones ante los ojos del lector, anudar un conflicto y desenlazarlo más o menos.
Pues bien amigos, con la vergüenza de haber tardado 15 años en degustar esta joya, puedo deciros que Submundo ofrece esto y más (lo “más” es la experiencia intransferible de transitar por sus 900 páginas)
Si alguna vez dije que Roth es el mejor narrador de nuestro tiempo, disculpadme, somos temerarios en la ignorancia.
Cómo narra este tipo, acción y descripción se implican con una economía y una fluidez admirable. No ahorra en poderosas enumeraciones cuando el relato así lo reclama, sus diálogos son lacónicos y afilados, con algo de Salinger, a veces giran en torno a un asunto que por el momento ignoramos, comunicando de forma sesgada una realidad más compleja. Algunos personajes, los principales, se nos van ofreciendo de forma oblicua, enredados en la trama de sus acciones. Con otros procede de modo más directo, componiendo relatos autónomos de singular fuerza. A veces, moldea toda una vida con la crónica de un anhelo, una creencia, un gesto característico.
Se abrió a todo cuanto había en ella, al pasado que nunca cesa de transcurrir, y al minuto que pasa, a lo que siente ella cuando se rasca el dorso de la mano, estirando la piel y luego rascándola. Intentaba oír el rumor de su vida, la mosca que vive en la habitación de la mujer que vive sola.
Un auténtico monumento literario que nos hace sentir muy vivos y sentir gratitud por tipos como DeLillo, que tanto nos dan, en una época en la tantos otros sólo nos quitan.




Nº 2
Las correcciones de Johnathan Franzen (2001) El gran símbolo literario de la sociedad del malestar. La crónica de una familia muy clase media, muy americana. Todo tibio, gris y burgués.
Los diálogos son soberbios y el dibujo de algunas escenas cotidianas, vívidos y poderosos. Franzen tiene una habilidad notable para bucear en todos sus personajes, y en especial, los femeninos, nos los hace próximos, familiares, queribles. Dispone una estructura hábil en la que cada uno tiene su momento, la ocasión de dar sus razones. Hay sucesos que se nos muestran desde diversos puntos de vista, recurso que dosifica con maestría.
Como todo gran narrador, juega de forma admirable con determinados acontecimientos en torno a los cuales se crea expectación, generan conflicto y tensionan el relato. Un ejemplo es la cena de Navidad. Presumiblemente la última de toda la familia junta.
Puede que la aventura de Chip por Eslovenia, peaje que paga Franzen a la globalización y a su ambición de deicida, por cuanto le permite abordar temas políticos y económicos tangenciales a la historia, sea lo más débil de la novela. Apenas un esbozo tratado con precipitación si lo comparamos con la demora con que aborda otros hechos, en última instancia, un conflicto ajeno al mundo familiar sobre el giran las demás subtramas.
Al final, todos más o menos satisfechos (en la sociedad del malestar, el término “feliz” está proscrito, el bienestar del sujeto se aquilata en grados de satisfacción).
Bueno, el lector, muy, muy satisfecho.



Nº 3
Me hallará la muerte (2012) de Juan Manuel de Prada
Antes de que la chavalada progre se me tire al cuello, daré una explicación por si sirve de algo, el orondo y retrógrado presentador de “Lágrimas en la lluvia” sigue siendo un anacronismo viviente tanto en lo ideológico como en lo estético, y este aspecto último, supone ya una ventaja. La diferencia siempre es estimulante, siquiera porque escribir de espaldas al lector mayoritario no puede ser malo, al lector que compra sus libros en grandes almacenes, lector semi-culto al que bastan conocer 6000 palabras para delimitar su mundo, ese lector con el que hay que ser claro, utilizar un lenguaje llano, o se enfada y no te compra, y que cuando el texto se le resiste, se ofende, llama al autor pedante, le acusa de ocultar su falta de ideas bajo palabras oscuras, etc., como la zorra y aquellas uvas por lo visto, “verdes”.
Pues bien, Prada es el azote de ese lector. A la riqueza léxica se su obra hay que sumar la complejidad sintáctica de sus periodos, que impone un ritmo lento, cadencioso, con una estructura dictada más por las exigencias del ritmo que por las necesidades meramente narrativas. No busquemos precisión, adecuación o pertinencia en su uso del lenguaje, asistimos a un solemne banquete rabelesiano para degustar a dos carrillos, una celebración casi sacramental de la retórica, la afirmación fanática de un estilo, el barroco.
Y sí, acabamos saciados, a veces incluso, empachados, tenemos que abrir algo de Galdós para que nos ayude a digerir alguna página con hasta ocho “como” (no es broma), y es que Juan Manuel, es generoso con las comparaciones.
El prejuicio representacionista del lenguaje incurre en la ilusión de que el vocablo es un espejo en el que la “realidad” se mira. El barroco, siempre escéptico, no suscribe este credo y cada sustantivo, cada proposición que refleja un hecho, requiere la coda de una comparación que sublime su pobre referencia y dispare al lector a un universo de connotaciones.
“La nieve caía sobre la hulla.” Bien, relación notarial de un hecho.
La nieve caía sobre la hulla como el viático sobre la lengua gangrenada del moribundo.” Mucho, mucho mejor, toda vez que la nieve cae sobre un gulag, es présaga de muerte.
Nótese el contraste cromático blanco-negro de la pareja de sustantivos nieve-hulla, la acumulación de nasales en la clausula comparativa y la fuerza de la imagen, la presencia del tecnicismo religioso “viático”, que más allá de su sonoridad, nos traslada al ámbito de lo sagrado, antesala del más allá. Y todo, todo, huele a muerte lenta. Prada es de estirpe proustiana.
Pero además es un relato pródigo en personajes y peripecias, no os vayáis a pensar, ameno y mucho, que novela las desventuras de un voluntario de la División Azul, que va sobreviviendo, primero en el frente, luego en el gulag y, más tarde, a su propia miseria moral.




Nº 4 La vida breve (1951) de Juan Carlos Onetti. La novela fundacional de Santa María resulta farragosa y confusa, abunda en interminables coloquios y situaciones similares que traban el desarrollo hasta casi detenerlo en un presente viscoso y perplejo. El tiempo de Santa María, tiempo del fracaso.
En las distancias cortas Onetti es el mejor, con Borges, claro.
Su estilo puede que sea el más poderoso en lengua castellana del pasado siglo, junto al de Borges, por supuesto. Pero la novela reclama una disciplina de la que el uruguayo carecía.
Su primera tentativa de novela extensa se salda con un sobresaliente en lo que a la creación de un universo personal se refiere y al que pocas veces faltará en adelante, pero tenemos la impresión de que podía haberla resuelto en 60 páginas. Y tendríamos algo como Los adioses, una obra maestra de intensidad, equilibrio y perfección técnica, que hubiera aplaudido James.
La idea que da origen al relato no puede ser más brillante, imaginar otra vida, erigir una realidad paralela a través de la ficción, para huir o para vengarse, puede que por simple aburrimiento. Este es el gran pecado de todos los personajes onettianos, su apostasía del mundo, que será en adelante tratada con más sutileza y más madurez.
En el mundo empírico la acción del hombre está abocada al fracaso, como se nos mostrará en El astillero y Juntacadáveres, a partir del relato de las empresas fallidas de Larssen, el gran antihéroe de la novela hispanoamericana..
Este año el Boom cumplía medio siglo. La vida breve no solía faltar de las listas de novelas más destacadas. Puede que a mí se me haya escapado algo.

Nº 5 Terra Nostra (1977) de Carlos Fuentes. Antes aludía a la mediocridad del lector medio, la falta de exigencia consigo mismo y los argumentos habituales para justificarla. Hoy en día, sería harto improbable la publicación de obras capitales de nuestra lengua como José trigo,Conversación en La catedral, Volverás a Región, Si te dicen que caí o Terra Nostra.
La vocación de totalidad de Fuentes sólo es equiparable a la del García Márquez en Cien años de soledad. Sin embargo, nada tan diverso como el proceder de ambos.
Fuentes opta abiertamente por la alegoría y el símbolo. El asombro, la inocente fe en la ficción que alienta siempre a la relación pura y nuda de hechos se ve sepulta bajo digresiones ensayísticas que tratan de comprender. El mito es un recurso vicario, como en Platón, no la esencia de la historia, como para García Márquez.
Fuentes procede como un Herodóto del siglo XVII (pocas veces un escritor moderno ha estado más próximo a los grandes prosistas auriseculares), mezcla historia, mito y ensayo con pasmosa habilidad.
Dentro de una teoría de la novela de priorizara lo narrativo frente a lo discursivo, Terra Nostra resultaría insatisfactoria, pero si aceptamos que la novela es un cajón de sastre, estamos ante un ejemplo sublime del talante democrático del género.


En el año del aniversario del Boom, me doy cuenta que sigo enganchado a esas generaciones de narradores y poetas que salvaron el idioma castellano para la literatura.
Onetti y Borges son lecturas de frecuencia semanal desde hace más de quince años, Vargas-LLosa me parece el novelista más completo del último medio siglo, aún considerando a Pedro Páramo y Cien años de soledad los casos más excelsos del arte narrativo. Darío y Neruda, ponen rima a la prosa del día a día, y por fortuna, estoy muy lejos de haber agotado el filón (El libro de Manuel y Noticias del Imperio, aguardan su turno sobre mi escritorio). 



No hay comentarios:

Publicar un comentario