Puedio dejar que otro
me haga los zapatos, pero no puedo dejar que otro piense por mí.
LICHTENBERG
Que la presencia de la
Filosofía en los planes de estudio tenía los días contados, era
algo que sabía desde hacía tiempo. Vivir en una ciudad con Facultad
de Filosofía y Letras donde no se imparte la titulación, es
significativo, premonitorio, deprimente.
No arremeteré contra el
Ministro Wert y la enésima reforma educativa que hemos de sufrir, al
fin y al cabo él nada sabe. Apostaría los diez dedos de ambas manos
y las tres piernas a que no hay un solo ministro/a, diputado/a o
senador/a que haya (h)ojeado La República o Las
Leyes, tan siquiera La apología
de Sócrates, que son menos páginas y se
pasan más aprisa. El que no sabe es irresponsable, y se ve que esas
partidas maravillosas que invierten en asesores para tapar los hoyos
de su ignorancia y maquillar su incompetencia, tampoco ayudan en este
sentido.
Pobre Wert.
No arremeteré contra su
clase de niños bien que compran títulos de ADE en prestigiadas y
prestigiosas universidades católicas y luego ponen sus conocimientos
al servicio de la empresa familiar, y la militancia, al socaire del
pez gordo de la Diputación, la Comunidad o más arriba, según las
ambiciones de Borjita, que el dinero público sólo se malgasta
cuando va a los zánganos de los desempleados o a los dependientes, a
la Sanidad y Enseñanza públicas
¿Por
qué
tengo
que
pagar
yo
con
mis
impuestos
la
matrícula
de
los
demás?
(Comentario real, señores, de una mocita de 16 añitos).
Pobre niño rico,
nostálgico de caudillajes, tener que ver a maricones casándose:
Antes muerto que adoptado
por una pareja gay
(comentario real, señores, emitido por una criatura de 17 añitos)
No, no culparé a estos
señoritos de cortijo y montería, raya al lado y marítimos, los
progres ya nos impusieron ese pleonasmo conceptual que es Filosofía
y Ciudadanía, marginando el estudio de la
Lógica, disciplina a la que de buen grado consagraría los dos años
de la asignatura. Lo que dijo este o aquel nada importa, eso no es
Filosofía, es la actividad y no el producto, se conjuga en
infinitivo y no en participio, Filosofía es la lectura, la escritura
y las reglas que rigen el pensamiento.
Pero tampoco vamos a
culpar a aquellas almas cándidas que el mejor de los casos habían
leído en sus años mozos alguna antología del Capital
o a Marcuse en francés, y veían la Filosofía como una forma de
ingeniería social (ingeniería, labor de insectos), que requería un
adiestramiento previo en valores democráticos; a todas luces una
contradicción en términos.
En los planteamientos de
la enseñanza de la Filosofía se detectan varios problemas de fondo,
solidarios con los mismos que aquejan a todo el sistema educativo en
lo que respecta a las Humanidades y del que ya hemos hecho un apunte.
Las Humanidades se
trabajan a través de la memorización de conceptos, que en la
práctica no son más que nombres y fechas (me descorazona ver el
modo en qué se enseña Literatura). Platón apuntó desacertadamente
los males de la escritura y la pereza que aparejaba, al no tener que
memorizar nadie se esforzaría en hacerlo, esquinando a una de las
facultades cruciales del entendimiento. No supo ver el caudal de
saberes que permitía embalsar y la posibilidad de su difusión.
Ahora pasa lo mismo. El libro de arena virtual al que pasamos
conectados varias horas al día, ofrece la biblioteca soñada por
Borges, ergo lo que debemos enseñar es a hacer
preguntas y buscar respuestas, cotejar información, cribar,
ser críticos, analizar, huir del dogmatismo, identificar argumentos
falaces, desenmascarar ideologías.
Todavía hay quien cree
que tener “cultura” es saberse los ríos de la Península.
La Filosofía es una
actividad, un ejercicio reglado por la lógica consistente en
problematizar la evidencia y que encuentra su asiento en el espacio
textual, con lo que debería replantearse la metodología didáctica
de la misma. O dejarla morir. Sabemos que la suerte está echada.
Vayamos con la segunda
objeción. Seamos claro, el pensamiento es un arma cuya necesidad
sólo se ve cuando el sujeto se siente amenazado: romper en caso de
incendio. Cuando la masa languidece en el confortable relajo que
ofrece el tener las necesidades básicas cubiertas y el tiempo de
ocio completo, pensar, problematizar sobre algo, se antoja superfluo,
incómodo y hasta enojoso. Y eso, con la que está cayendo. En el
gremio en el que me muevo, donde el presente no es especialmente
boyante y el futuro inmediato, una incógnita, preocupa mayormente
dónde pasar los carnavales, la rebajas, el Iphone 5
de
fulano
o
el
cumpleaños
de
zutano.
Podríamos concluir que
la Filosofía precisa de crisis, su facultad problematiadora
viene al pelo cuando se presentan “problemas”, se cuestiona un
paradigma, científico, económico, político o social.
Ahora alguien podría
observar que, por esa regla de tres, nunca tanto cómo ahora, resulta
pertinente fomentar el ejercicio del pensamiento, y tendría más
razón que un santo, por eso, algunos, los paranoides de atar,
queremos ver en la propuesta de Wert una sibilina estrategia para
eliminar el último resquicio por el que podría colarse la crítica
y la disidencia en el sistema educativo. La consagración del
dogmatismo, al fin y al cabo, necesitamos ingenieros no filósofos.
Al fin y al cabo,
aquéllos son más dóciles, ganan más pasta y consumen, que es lo
que nos hace falta pa´salir de puñetera crisis la crisis.
El tercer gran problema a
que nos enfrentamos a la hora de enseñar filosofía (algo, por otro
lado, imposible, cómo bien nos hizo ver José Luis Pardo en La
regla del juego, toda
vez
que
las
reglas
del
juego
se
aprenden
jugando,
con
lo
que
su
conocimiento
es
implícito,
y
en
cierto
modo,
la
actualización
de
su
recuerdo
operada
durante
su
ejercicio,
algo
ya
desde
siempre
sabido,
como
el
esclavo
del
Menón sabía
geometría
sin
haber
sido
instruido)
es
la
falta
de
referentes
textuales
de
la
generación
actual,
tanto
literarios,
artísticos,
musicales
o
fílmicos.
No
se
puede
pensar
sobre
el
vacío,
el
pensamiento
sólo
es
posible
a
partir
de
un
texto
que
engendra
otros
textos. Il n`i a pas de hors-texte.
Pero
parte
de
la
juventud
actual,
y
de
esto
es
responsable
el
sistema
educativo,
nada
ha
leído,
no
sabe
escribir
y,
lo
peor,
lo
sabe
y
se
la
trae
al
pairo.
La
lectura
ha
perdido
el
poco
prestigio
que
obliga
hace
unos
años
a
leer
siquiera
para
contar
que
uno
lee, como el que enseña un
Rolex.
En
última instancia, tenemos la impresión de que nadie sabe para qué
cojones sirve leer a Platón o a Machado, saber quién era Leonardo y
analizar sus obras, salvo para tener “cultura”, claro. Tenemos la
impresión que si las Humanidades no has sido definitivamente
desterradas de los planes de estudio, como en Corea del Sur, es a
causa de un último reducto de prestigio que va marchitándose más y
más y más.
Queremos
conocimientos con los que mercadear en el mundo laboral, ser
competitivos y ganar pasta, no saberes que ensanchen nuestra visión
del mundo, fomenten el acercamiento al otro o promuevan un sistema
justo. El individualismo, la rapacidad, el sálvese-quien-pueda en
que se ha convertido nuestra sociedad, se beneficia de la presbicia
intelectual a que condenan los saberes técnicos.
Sí
señores, ya lo dijo Nietzsche, nuestra visión del mundo no es
lógica, es axiológica. La lógica es un instrumento, pero en
esencia la Vida, la Voluntad, la Fuerza, son modos de valorar.
Nuestro modo de ser y estar ante el mundo es valorando. Es más, la
valoración crea un mundo, pues es el punto de vista del sujeto,
intransferible, irreductible, sagrado.
Bien
es cierto, que los que hablan hoy de valores, “fomentar valores”
y gazmoñerías por el estilo, parecen catequistas y en el fondo no
tienen ni puta idea de qué significa valorar.
En
su
último
libro,
uno
de
los
hombres
más
inteligentes
del
planeta,
el
señor
Hawking,
consideraba
a
la
Filosofía
como
un
vestigio
del
pasado
definitivamente
superado.
Habemus scientia! Así,
la
ciencia
se
convierte
en
un
evangelio
hodierno,
un
dogma
cuya
autoridad
no
se
cuestiona
so
pena
de
pasar
por
ignorante
y
arder
en
las
llamas
del
escarnio,
cuando,
cómo
bien
observara
Wittgenstein,
todo
lo
que
conocemos,
nuestras
verdades
sólo
son
las
hipótesis
más
v-e-r-o-s-í-m-i-l-e-s,
no
hay
Verdad
alguna,
salvo
que
queramos
convencernos
de
lo
contrario.
En
cuyo
caso,
el
pensamiento
crítico
deviene
un
obstáculo
que
hay
que
salvar,
¿cómo?,
desacreditándolo,
desautorizando
su
práctica,
como
otrora
hiciera
la
Iglesia
con
la
ciencia.
Idéntico
proceder.
Tanto
coeficiente para esto, Mr. Hawking.
Pronto
seréis libres, jóvenes y jóvenas, de las comeduras de tarro de
esos tipos que nada tenían que hacer salvo tirar de canuto y
alumbrar ocurrencias que a ninguna persona normal, o al menos sobria,
se le ocurrirían, y podréis dedicar vuestro valioso tiempo, a
materias de más provecho durante las que podréis wasapearos sin
miedo a perder el hilo, y no más problematizar nada, coño, que las
cosas están bien cómo están, que la realidad es esto que toco, y
no parece que se vaya a mover de aquí, que yo sé bien quién soy, y
que eso de que no puedo tener certeza de si el agua hervirá cuando
la ponga al fuego hasta que no lo vea, es una soberana gilipollez,
ganas de buscarle tres pies al gato. Un poco de sentido común.
Y vosotros, los
inadaptados, los antisociales, los melancólicos, los pesimistas, los
que os encerráis entre sombras en vez de salir a pasear bajo el sol
que se insinúa a la tarde, ver gente, comprar en las rebajas, cenar
en ese nuevo restaurante de Pizarro o pasar los carnavales en Cádiz,
vivir, chico, pues eso, vosotros, los freaks que
entabláis
un
diálogo
con
los
muertos
(“escuchando
con
los
ojos”,
que
dijera
Quevedo), y
cada
vez
menos
queréis
saber
de
los
vivos, siempre
hallaréis el
sendero
de
la
mano
izquierda
que
allega
a
las
puertas
herrumbrosas
del
pensamiento,
aunque
nunca
hubiéramos
cursado
Filosofía
en
Bachillerato, estoy
convencido, que los que militamos a este lado, lo hubiéramos hecho.
Así
que, que se jodan Wert y su ralea domadora de pulgas, podrán
quitarnos el trabajo, podrán quitarnos el subsidio y desahuciarnos y
rompernos la cabeza cuando nos quejemos por todo ello, pero eso, no,
eso no nos podrán quitar.
Pensar,
en estos tiempos, es un modo de resistir.