Cada cultura, citando a
Foucault, se erige a partir de la exclusión de unas determinadas
posibilidades.
- La posibilidad de la Historia descansa en la decisión de arrojar la sinrazón.
- Y la ratio occidental se funda en una escisión entre lo mismo y lo otro.
- El mito es el relato de un acontecimiento fundador que opera a través de la traducción lo otro a la lengua de lo mismo.
En
la
colonización
de
América
el
indio
constituye
esa
realidad
incomprensible,
irracional,
absurda,
pintoresca,
extraña,
monstruosa
y
antagónica
que
debe
superarse
en
una
síntesis
en
la
que
su
heterogeneidad
sea
asimilada
al
logos
del
europeo.
Al
colono
español
se
le
entregaban
tierras
con cierta cantidad de
esclavos,
a
cambio
contraía
una
obligación,
enseñarles
la
lengua
del
Imperio
y
el
Evangelio.
El
proselitismo
del católico
contribuye
a
que
el
genocidio
no
se
consume,
a
diferencia
de
lo
que
sucede
en
el
norte
con
nuestros
vecinos
protestantes.
Para
el
católico
el
indio
es
una
criatura
disminuida
pero
con
alma,
un
ignorante
al
que
hay
que
salvar
a
través
de
la
palabra
de
Dios,
que
es
el
español
(ya
lo
dijo
Carlos
V),
a
menudo,
un
cuerpo
con
el
que
fornicar
y
cruzar
las
razas,
nunca
una
otredad
radical
y
sin
remedio
que
deba
ser
extirpada.
El
protestante
en
la
producción
de
la
identidad
de
sí
mismo,
repudia
lo
que
no
se
deja
reducir,
incluir
o
someter
a
esa
identidad
guiado
siempre
por
un
criterio
de
eficiencia
productiva.
De
modo
que
la
posibilidad
del
aborigen
no
se
contemplaba.
Max
Weber
mostró
el modo en que la
ética
protestante
y
su
rechazo
de la doctrina del libre albedrío favorece
la
búsqueda
de
provecho
económico
más
allá
de
lo
necesario
para
vivir,
señas
de
identidad
del
espíritu
capitalista.
Al ser mi concurso innecesario para salvar el alma me centro en los
negocios y del grado de su éxito deduzco el nivel de satisfacción
divino.
Enlace
entre ambos fue oficiado
bajo
un
concepto
restringido
de
racionalidad,
la racionalidad instrumental que define Horkheimer, herencia del
espíritu ilustrado y fundada sobre una lógica del dominio. Ya
se
trate
de
generar beneficios o
matar
seres
humanos
el
único
criterio
axiológico
de
la
razón
instrumental
es
el
de
eficiencia
en
la
producción.
Lo
mismo que
ahora
nos
pide
ese pobre idiota que tenemos de Ministro de Educación,
producir,
producir
y
producir
para
consumir
y
seguir
produciendo
en
la
lógica
delirante
del
potlach maldito
de
los
tiburones
que
acaban
despedazándose
entre
ellos. Su
dios
le
perdone.
La
razón
instrumental
es
un
mito
más, como
los
mitos
mayas,
como
el
cristianismo,
como
toda
la
Historia
occidental,
pero
un
mito
que
se
presume
verdadero,
que
se
impone
como
dogma,
su
adecuación
a
la
realidad
(otro
mito)
se
mide
por
su
eficiente capacidad
productiva.
Es
decir,
la
racionalidad
es
una
ideología
muy
puñetera.
La
venganza
de
Ulzana
(Ulzana´s Raid,
1972)
La
sombra
del
racismo
planeó
siempre
sobre
Ford.
La
razón
es
clara,
Ford
no
falsea
los
hechos
aunque
asumiera
su
mixtificación
como
elemento
basilar
de
una
cultura.
Ford
nunca
edulcora
ni
domestica
al
indio,
no
veremos
en
sus
películas
buenos
y
bellos
salvajes
con
el
rostro
de
Burt
Lancaster,
Debra
Page,
Charlton
Heston
o
Elsa
Martinelli.
Los
indios
de
Ford
son
los
últimos indios
que
le
quedaban
a
los
Estados
Unidos.
No
encontraréis
en sus filmes condescendencia,
paternalismo,
folclore
que
satisfaga
la
curiosidad
etnográfica
del
respetable.
Ford
no
trata
de
reducir
al
indio
a
lo
mismo,
esto
es,
a
un
blanco
civilizado,
o
lo
que
se
supone
que
es
un
blanco
civilizado,
con
plumas
y
piel
cobriza,
costumbres
pintorescas
y
una
candidez
bobalicona.
El
racista
es
Malick
en The New
World(2008) que
destruye
al
otro
al
revestirlo
con
unos
valores
ideales,
al
darnos
a
un
indio
que
nunca
existió
más
que
en
la
imaginación
del
teórico
ilustrado.
El rousseaniano
para
amar
al
indio
necesita reconocerse
en
él,
pero no tal y cómo es, sino cómo le gustaría ser.
Y
lo que calla el rousseaniano
es
la consecuencia inevitable del desencuentro.
En
la
estela
de
Ford
se
sitúa
Aldrich
en
Ulzana´s
Raid,
casi
la
conclusión
de
una
trilogía
secreta
formada
por
The
Searchers(1956)
y
Two
Rides
Together(1961).
Todo
estaba
ya
en
la
obra
magna
del
irlandés,
el
odio
irreconciliables
entre
dos
culturas
cuya
supervivencia
dependía
del
fin
de
la
otra.
Sin
embargo,
al
final
se
llegaba
a
una
solución
de
compromiso
un
tanto
complaciente
sin
por
ello
“cerrar
la
puerta”
al
conflicto
cultural
que
ya
presentíamos.
Era
en
Two
Rides
Together
donde
se
nos
mostraba
de
forma
descarnada
lo
que
sería
el
regreso
de
Debbie
a
los
“suyos”,
el
repudio
social
a
la
cautiva
que
elije
la
vida
al
lado
de
un
indio
en
vez
de
un
suicidio
honroso
y
la
máxima
expresión
del
sueño de la razón de
Rousseau,
la
realidad
del
otro
no
es
reductible
más
que
haciendo
uso
del
más
eficaz
instrumento civilizador:
la
horca.
En
Ulzana,
Aldrich
confronta
los prejuicios bienintencionados del
Teniente bisoño DeBuin (Bruce Davison) recién salido de la Academia
e hijo de pastor lector de Bartolomé de Las Casas con una realidad
para la que no estaba advertido: el indio de carne y hueso.
Asistiremos a una crisis de valores motivada por el testimonio
irrefutable del minucioso y esmerado ejercicio de la crueldad apache
que le hace incubar un odio ciego antes de empezar a comprender y
aceptar.
En el otro rincón, en una estructura cara a Aldrich, su doble sabio
y vetusto, Makintosh (Burt Lacanster), explorador que conoce la
realidad del indio y vive con una apache.
Una
de las obras capitales de Aldrich es Apache
(1954), alumbrada
al viento favorable de la excepcional Broken
Arrow (1950, Delmer Daves) Ambas
ofrecían retratos “progresistas” del indio que tanto gustaba a
los franceses. El aborigen aparecía como una víctima del Witheman,
y su violencia, consecuencia inevitable de las tropelías sufridas.
Más allá de las virtudes indiscutibles de sendos filmes, el
discurso que articulaban era un tanto simplista al ser la otredad
asimilada a los usos y costumbres del anglosajón buscar así la
identificación del público con el sufrido indígena, interpretado
ni más ni menos que por la sonrisa más bella de Hollywood, Burt
Lancaster.
Pero
el tiempo pasa y los grandes maduran, y la madurez en los grandes,
sólo en los grandes, es sabia y no transige con las mentiras aún
siendo hermosas, y Aldrich no estaba en los setenta para
complacientes y bienintencionadas fábulas. Ulzana´s
Raid
es seca y brutal como el desierto de Arizona. En Peckinpah la
violencia es un modo de ser de sus personajes, un rasgo de su
carácter y extensión de los valores que suscriben, una forma digna
de salir del mundo cuando el mundo ya no es digno. Por eso
Ulzana´s Raid s
es más violenta que Wild
Bunch, porque
no hay épica, no hay belleza, sólo absurdo, sólo la mirada
dolorida de un niño ante el paso de los que han hecho que un soldado
tuviera que matar a su madre para que ellos no la violaran hasta la
muerte.
El guión de Alan Sharp, una verdadera obra maestra, dispone sendas
conversaciones entre DeBuin con Makintosh, Ke-Ni-Tai (Jorge Luke) y
el innominado sargento que encarna el habitual Richard Jaeckel para
ilustrar los movimientos del alma del muchacho a lo largo de la
expedición, convertida para él en una auténtica lección magistral
tanto de táctica militar como de la condición humana.
Makinstosh
no pretende reducir la problemática existencia del otro a sus
expectativa, actitud infantil que sólo genera frustración y conduce
a tomar malas decisiones. El
primero que cometa un error tendrá que enterrar un cadáver.
Makintosh
representa la afirmación desapasionada de la diferencia, la actitud
pragmática del que no ambiciona cambiar las cosas.
Mario Bunge dijo con ironía que la izquierda no cree en la realidad
pero aspira a cambiarla, pues bien, Makintosh sería conservador.
Ke-Ni-Tay
ofrece una justificación mítica de la carnicería apache, es decir,
reduce la al otro al discurso de los suyos. Los guerreros absorben
la fuerza vital de sus víctimas y según sus creencias incrementan
un poder debilitado tras la larga permanencia en la reserva.
La
crisis de DeBuin le está conduciendo a traicionar los principios
evangélicos del perdón en los que se ha educado. El Sargento le
espetará con una franqueza rayana en la brutalidad que Jesús nunca
tuvo que arrancar a un niño de un cactus y esperar dos horas a que
muriera para poder enterrarlo. Nadie
logrará que ofrezca la otra mejilla a un apache. DeBuin,
ve el mismo odio que le corroe reflejado en las palabras de otro, se
reconoce en ese alma purulenta de rencor y dispondrá ya del terreno
propicio para vencerlo, especialmente cuando sus soldados se
dispongan a sacar las entrañas a uno de los indios abatidos.
Lo que de veras le disgusta es comprobar que el blanco se comporta
igual que el apache.
Aldrich, que no en vano fue ayudante de dirección de Renoir, nunca
juzga a sus personajes, por el contrario hay siempre una gran piedad
hacia ellos. La conducta despótica o abiertamente imbécil de DeBuin
se explica por su frustración, la profunda incomprensión de un
territorio salvaje que no estaba recogido en el mapa que la religión
le había trazado de la condición humana le lleva a tratar
injustamente a Ke Ni Tay o a desoír los sabios consejos de Makintosh
antes de comenzar a aceptar. De igual modo, pese a las atrocidades
que cometen, la partida de Ulzana nunca nos llega a resultar odiosa.
Una extraña dignidad reviste al jefe de los renegados, advertimos
una profunda comprensión y solidaridad en el dolor entre la mirada
que intercambia su hijo con el chico que abraza el cadáver de su
madre. No es necesario buscar una coartada explícita a los actos de
los indios, la historia es de sobras conocida.
Llegado el fin, Ulzana rehúsa luchar contra Ke-Ni-Tay, acepta su
destino, su hijo ha muerto y está sólo en el mundo, entona cánticos
a sus dioses para disponer su alma en espera del tiro que le reúna
con sus antepasados.
Con
la misma serenidad “consiente” Makintosh, haciéndonos eco de la expresión
de The River. La celada que le tienden a los apaches emboscados en el
desfiladero resulta a medias. El grupo de DeBuin llega cuando la
patrulla-señuelo ha sido aniquilada por el fuego cruzado. Makintosh,
herido de muerte, lejos de reprochar su tardanza al joven teniente le
consuela: Demonios,
todo el mundo tiene derecho a equivocarse.
Verdadera lección de piedad cristiana la que le da el ateo al hijo
del predicador.
Y
allí, en ese paisaje hermoso y terrible, quizá ya en México, bajo
un sombraje improvisado, entre crótalos y escorpiones, un hombre
excepcional, el mejor explorador de Arizona (jamás salvo en Il
Gatopardo ha
estado Lancaster tan grande) espera a la muerte liándose un
cigarrillo (ni eso ha sido capaz DeBuin de hacer por él).
Es miércoles, aunque no lo parezca y nadie me lo haya preguntado.
Epílogo.
Creo
que
es
justo
atribuir
una
doble
paternidad
de
Ulzana
a
Aldrich
y
Sharp,
no
en
vano
la
obra
maestra,
yo
así
lo
creo,
del
cineasta
de
Rhode
Island,
viene armada sobre uno de los mejores
guiones
posibles.
La
historia dispone escenarios y situaciones conocidas sin caer en la
amalgama episódica o el revisionismo, en un momento en que sendas
estrategias menudean. Diálogos
magistrales,
irónicos
y
afilados
elaboran
sin
solemnidad
un
discurso
de gran complejidad, donde, sin embargo, mucho es lo que se calla y
se expresa a través de esos elocuentes cruces de miradas.
La narración, planteada como una partida de ajedrez en la que los
caballos tendrán singular importancia, avanza con pulso firme hacia
el Mate a las negras, con gran sacrificio de las blancas, de entre
ellas, la Reina.
Al final, se da la gran ironía de que es un azar el que precipita la
salida de DeBuin al encuentro de Makintosh, aunque sea tarde y mal.
Era tarde ya cuando salieron del fuerte.
Naturalmente
a Ulzana no lo mata ningún blanco. Por supuesto nadie mutila su
cuerpo para que las personas civilizadas puedan contemplar esa mueca
de ligero enfado que les queda a las cabezas decorporadas.
Por
cierto que el siguiente guion de Sharp en rodarse fue Night
Moves (1975, Arthur Penn)
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