1. Mas busca en tu espejo al otro, / al otro que va contigo…y si no podemos caminar sobre las pavesas de esta ciudad que nos aherroja, en la que la vida siempre está en otro lugar, seguiremos el consejo del Nobel húngaro, caminaremos sobre las cenizas de nuestras máscaras. Destruyamos nuestra identidad, incendiemos la máscara de cera con la que representamos el personaje que alguien esbozó sin nuestro asentimiento, matemos al autor de este sainete que nos redujo al triste figurón que desempeña su función prevista y previsible para regocijo de una audiencia ignota y cruel. Nos escaparemos de este esperpento mediocre, haremos mutis por su foro en llamas para erigirnos en demiurgos de la nueva obra cuyo teatro será el mundo y su protagonista, cuantas identidades queramos o podamos pergeñar, D`Hubert. No para conocernos, sino para reconocernos en los otros que no somos, norte y cumplimiento del verdadero arte, ofrecer millares de espejos que multipliquen el referente hasta hacernos olvidar ante cual de ellos se levanta el original y exorcizar así la identidad monótona, fundando el simulacro, el mito, logrando la quiebra de la realidad mezquina. Nos reconoceremos gozosos en todos y cada uno de los reflejos apócrifos que nos escrutan divertidos desde el otro lado: un gesto, una pose, la mirada remota del real ausente que nos convoca al espacio de la posibilidad, de la disyunción inclusiva que nos permite transitar por ambas sendas la cada encrucijada en que se bifurca el camino de la ficción: ser la ninfa violada y el fauno violador, vivir la épica y sufrir la tragedia, celebrar la efemérides y el olvido, ser mortal y ser dios, ser uno mismo y el otro en que nos reconocemos: El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas;/ es ojo porque te ve…Porque al cabo, siempre precisamos tender puentes a la alteridad, (¡Qué mi clamor llegue hasta ti!), para no languidecer en el solipsismo estéril y mortificante del cogito cautivo, buscando en la conversación la voz amiga, la promesa de amor esquivo que se insinúa en cada extraña y el arrobo del repiqueteo de su andar incitante y hembra, cuyo eco hiere las bóvedas góticas del alma en la madrugada. Y aquí principian el yo lírico y el yo místico, el yo-otro que no es una forma de enajenación como suponía la dialéctica hegeliana, cuyo fin era la aniquilación de la alteridad por el Yo mayúsculo y absoluto gobernado por la santísima trinidad de la lógica: el principio de identidad, no contradicción y el tercero excluido. El otro era una cala en el camino que debía realizar el Espíritu en su aventura hacia el reconocimiento, la antítesis, la paradoja, la locura. El Caballero de los Espejos que desafiaba su valor y probaba su valía en la liza. Quedo a la espera de tus estocadas certeras, Teniente D`Hubert.
No hay comentarios:
Publicar un comentario