"La vida es eso que se nos pasa haciendo planes", dijo el maestro Lennon, uno de esos tipos que pasó por el mundo sembrando una belleza generosa que germina en la tierra baldía de nuestra alma marchita y devolvemos agradecidos con más buena voluntad que inspiración o talento. Los personajes de Capote, y es a lo que voy, si el Dry Martini me lo permite (no es un reproche, bendito elixir de Dionisos que aroma mi insomnio cultivado como un pecado, es decir, con delectación y culpa), persiguen con honestidad y poca fortuna un sueño, que es más de lo que hace el común de los mortales. Ahí reside su dignidad incólume por más que recaven la desaprobación de una sociedad indigna de ellos tan solo por que su forma de ganarse la vida sea contraria a los dictados de la moral, esto es, de lo acostumbrado. Sí, querido Mr. Jones, lo has adivinado, me refiero a Breakfast at Tiffanys, soberbio retrato de dos almas gemelas condenadas a encontrarse: "Si tuvieras dinero me casaría contigo. Es una suerte que ninguno de los dos sea rico."
Para evitar incurrir en el error o la soberbia de la posesión, Lullaby, decide no nominar a un gato callejero que tiene de mascota. En realidad, ella misma rehúsa hacerse acreedora de un nombre, haciendo que proliferen las máscaras, los simulacros. Para su "familia" es una, para sus chulos, "canallas" y "super-canallas", otro. Ella no tiene que llamarse, así que, qué importa. La identidad no es más que una ficción, la novela de nuestra vida, que por lo general, tiene un personaje poco creíble y una trama inconsistente. Pero que bello el final cuando encuentran al pobre "Gato" empapado de lluvias y lágrimas del abandono, y se besan esas dos soledades en la boca del callejón y sube el Moon River, a sabiendas de que mañana, sus respectivos sueños forzarán la separación y los domiciliará a la eterna búsqueda, al solidario olvido de botellas vacías y ceniceros llenos. Morir de belleza, solo eso quiero. Gracias Truman, Blake, Henri, Audrey...Do You Mr. Jones?.
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